Diferir las recompensas

06-ajedrezCuando en 1960 Walter Mischel puso por primera vez en práctica el test de la golosina, yo todavía no había nacido. Fue algunos años después cuando, sin saber nada relacionado con el tema (era todavía un enano) viví por mí mismo la experiencia. Por aquel entonces, una famosa marca de cerveza tenía una promoción que consistía en regalar a sus clientes determinados artículos. Los premios solían aparecer debajo de las chapas de las botellas de cerveza, aunque generalmente necesitabas al menos un par de chapas para completar el permio. Ese fue mi caso. Recuerdo que en casa mis padres me iban dando los distintos premios parciales que iban apareciendo en las distintas gomitas que extraían de dentro de la chapa y yo las guardaba esperanzado en poder completar alguno de los premios. El problema es que la mayoría de las veces, cuando por fin no me salía aquello de “sigue buscando”, sólo me aparecían premios incompletos. Recuerdo que tenía la mitad de un balón de playa, de un parchís, de un ajedrez, incluso la cuarta parte de una radio. Y pasaban las semanas, por aquel entonces en casa mis padres sólo tomaban cerveza los domingos, y no lograba completar ningún premio.

La sorpresa sobrevino un domingo concreto. Soy incapaz de recordar la fecha, pero recuerdo que por fin me salió la mitad de un premio que completaba otra que ya tenía. Se trataba de un ajedrez. Si he de ser sincero, seguramente debido a la edad, en aquel momento no tenía ni la remota idea de que era un ajedrez. Sabía que era un juego, pero nunca lo había visto y por consiguiente nunca había jugado al ajedrez. De todas maneras, la alegría fue enorme. Mis padres no nadaban en la abundancia y no podían comprarme juguetes fuera de las “fechas oficiales”. Por fin me había tocado un premio. Fue como los Reyes Magos y mi cumpleaños pero fuera de temporada. Recuerdo lo difícil que me resultó tener que esperar hasta salir del colegio al día siguiente para llevar mis dos mitades a tienda de la señora Rosa, donde mis padres solían comprar las cervezas. Ella sencillamente recogió mis gomitas premiadas, apuntó mi nombre y apellidos y me convino a esperar a que el repartidor de la empresa de cervezas trajese mi premio.

La espera se me hizo eterna.  Los días fueron pasando. Las semanas, o eso me parecieron entonces, se sucedieron. Fueron tantas las veces que me acerqué para preguntar si por fin mi premio había llegado, que incluso la señora Rosa me informaba nada más verme aparecer sin darme oportunidad de preguntar. Creo que fue la primera vez que me di cuenta que las cosas no siempre ocurren cuando uno quiere. Posiblemente ya lo había experimentado. Seguro. Pero recuerdo que fue una sensación diferente. La espera tenía algo mágico. Por un lado resultaba desesperante, frustrante incluso, descubrir día tras día que no había noticias de mi ajedrez. Pero por otro, había un punto de emoción. Era como si el deseo se acrecentase. Como si a cada día que pasase el valor del ajedrez aumentase.

Quizás por eso, cuando por fin un día entré y la señora Rosa me entregó con una enorme sonrisa mi regalo no todo fue gozo y felicidad. Se trataba de un tablero de plástico vulgar y una cajita marrón repleta de piezas que en aquel momento no me decían nada. Pero lo peor no fue la calidad de regalo. Lo peor fue que la espera había terminado. Que la emoción había muerto de repente y entonces, entonces fui consciente de lo importante de saber gestionar las expectativas. Que lo importante no son las cosas en sí, sino lo que cuesta conseguirlas.

Etiquetado

Un pensamiento en “Diferir las recompensas

  1. […] pasado y, por tanto, determinan como será nuestro futuro próximo. Entradas atrás hablamos del test de la golosina, y como la capacidad de retrasar el momento de la recompensa podía determinar el nivel de control […]

    Me gusta

Deja un comentario