Archivo de la etiqueta: supervivencia

Belleza

Sentimos que algo es bello cuando nos produce placer. A mayor placer, más bello nos parece y, consecuentemente, más nos atrae y deseamos acercarnos. Todos compartimos etiquetas a la hora de nombrar las emociones. Cuando hablamos con los demás de nuestros miedos, de nuestro disgusto, de nuestra alegría, nos suelen entender. Nos solemos entender al producirse cierta empatía. Otra cosa es poder asegurar si lo que los demás sienten y que, casi al unísono, denominamos miedo, asco o alegría, es lo mismo en todos los casos. Las emociones son altamente subjetivas. Y no me refiero a que no todos sentimos miedo o alegría por las mismas cosas, que también. A lo que voy es que, en el fondo, las emociones son tan personales como la realidad, o viceversa. “Tanto monta, monta tanto”. Cada uno de nosotros las creamos, las sentimos a nuestro modo, aunque, en algunas ocasiones podamos coincidir desde un mismo punto de vista personal, emocional y, por supuesto, temporal.

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La monarquía del miedo

Cuando tenemos miedo, indefectiblemente, buscamos de manera desesperada protección, cuidado, seguridad. A cambio somos capaces de ofrecerlo todo, incluido nuestro yo. En pos de salvaguardar nuestro cuerpo, de intentar mitigar el dolor que el miedo produce, de continuar manteniéndonos indemnes, nada existe que nos detenga. Incluso somos capaces de desprendernos de cualquier brizna de esperanza y del amor. Todo vale cuando el miedo acontece y creemos que nos va a morder, incluido traicionar a los seres queridos: “salvase quien pueda” es la consigna que se impone en nuestro interior y, únicamente los más osados, aquellos en los que el amor a los demás logra imponerse, son capaces de hacer oídos sordos a su miedo para aliviar el de los otros. El miedo es una emoción antisocial que carece de escrúpulos y de conciencia.

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Consciencia

Estamos convencidos, creemos a pies juntillas, que estamos, permanecemos, siempre y continuamente conscientes, con plena capacidad para saber lo que está (y nos está) sucediendo en cada momento presente, cuando, en realidad, la conciencia es, en la mayoría de las ocasiones, la última de enterarse de lo que sucede. Sabemos que nuestro cerebro funciona como centro neurálgico y de procesamiento donde va a parar toda la información que nuestros sentidos recogen tanto del exterior como de nuestro propio interior. Estamos convencidos que es a partir de esa información como nuestro cerebro “toma las decisiones” y que lo hacemos de manera consciente, en este preciso instante. Sin embargo, si nos paramos a pensar lo que esto significaría, pronto nos daremos cuenta de que no puede ser así, que dicho funcionamiento lo único que implicaría es que vivimos continuamente en el pasado, ya que estaríamos reaccionando siempre tarde a los acontecimientos, lo cual directamente nos conduce a una conclusión: nuestra conciencia siempre estaría por detrás de lo que sucede en el mundo físico, lo que irremediablemente sería incompatible con poseer cierta capacidad para sobrevivir (sin capacidad para poder adelantarnos a los acontecimientos, difícilmente nuestra respuesta podrá ser realmente adaptativa).

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The Moral Psychology of Disgust

La gran mayoría de expertos coinciden que la emoción del asco surgió como respuesta adaptativa que nos permitía a los seres humanos poder evitar el contacto físico con posibles venenos, parásitos y patógenos que pusiesen en riesgo nuestra integridad. Sin embargo, existe multitud de investigaciones que muestran que la experiencia del asco y, en consecuencia, la conducta de evitación hacia la posible contaminación, no surge desde el primer momento, sino que lo va haciendo paulatinamente. Está más que demostrado que los bebes, hasta más o menos la mitad de la infancia, no muestran señales de sentir asco. De hecho, es la curiosidad la que parece primar, y las que los lleva a tender a tocarlo todo, a llevarse a la boca (principal órgano sensorial en los primeros años de vida) cualquier cosa novedosa que encuentran, para examinarla y entenderla, lo que, evidentemente, pone en gran riesgo su salud.

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Mente y Cerebro

Confundir mente y cerebro es algo que se suele producir muy a menudo en el lenguaje hablado. Probablemente, la razón no es otra que la perniciosa necesidad que parecemos tener todos en “economizar” en el lenguaje, cuando lo que en realidad acabamos haciendo es limitar nuestra capacidad de comprensión. Resulta lógico que, si no vivimos en el Polo Norte y no somos diseñadores, solamente usemos un término para señalar el color blanco. Pero, eso no significa que no sea algo relativamente importante. De hecho, a la diseñadora le puede suponer pérdidas económicas si no elige el tipo de blanco que su cliente le ha demandado y, de habitar en el Polo Norte, igual nuestra supervivencia queda expuesta si no somos capaces de diferenciar a un oso polar entre la nieve. El problema reside en que tendemos a convertir en sinónimos aspectos, conceptos, que, aunque próximos, en realidad no tienen nada que ver y, a pesar de que la confusión habitualmente tampoco resulta “letal”, a la larga acaba por favorecer los errores y las malinterpretaciones.

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The Moral Psychology of Contempt

Generalmente, siempre que se realiza una violación de las normas grupales o se quebranta un derecho individual, son cuatro las emociones que suelen surgir: el desprecio, la ira, la soberbia y la repugnancia. Sobre la aparición de la ira poco hay que decir: surge como componente vigorizante que permita a la persona afrontar mejor la situación que siente como injusta e, incluso, llegar a intimidar al “agresor” para que, o bien deponga su conducta, o bien se lo piense mejor la próxima ocasión en la que piense actuar de manera similar. En realidad, solamente cuando sentimos que hemos resultado perjudicados debido a la acción de otra persona es cuando aparece la ira. Si lo que produce el perjuicio es el carácter, la personalidad (es decir, la esencia) del otro, entonces, lo que acontece es el desprecio.

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Los psicópatas jamás procrastinan

Probablemente, uno de los aspectos que diferencia a un psicópata de una persona “normal” es que los psicópatas no procrastinan nunca. La procrastinación consiste en dejar para después, de forma consciente y deliberada, tareas que resultan importantes y que, por tanto, deberían realizarse sin excusa alguna. Procrastinar es una conducta deliberada: elegimos procrastinar, incluso a sabiendas de las posibles consecuencias que hacerlo nos pueden comportar. Un psicópata no deja para después algo que le resulta “importante”. De hecho, hace todo lo contrario: focaliza toda su atención en aquello que se ha convertido en su objetivo, en algo vital, que, de no consumarlo, le produce tal grado de desazón y malestar, que no le queda otra que lanzarse con todas sus fuerzas a lograrlo.

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The Moral Psychology of Curiosity

La curiosidad es en mi opinión, probablemente, una de las emociones principales de cara nuestra supervivencia. Aunque con menos “fama” que el miedo o la ira, la curiosidad nos permite interesarnos por todo aquello que nos rodea. Impulsada por el deseo de conocer, la curiosidad nos ayuda a discernir entre aquello que puede resultarnos beneficioso, y aquello otro que puede acabar con nuestra existencia. Pero, a pesar de su importancia, la curiosidad ha sido desplazada a un segundo plano e, incluso, denostada por motivos políticos y religiosos durante muchos siglos. La razón: que a aquel que detenta el poder no le suelen gustar las personas curiosas. De ahí, quizás, la expresión de “la curiosidad mató al gato”. Demasiados conocimientos nos hacen “peligrosos” para los que mandan. Seguramente, resulta más fácil ejercer un control social si aquellos a los que se subyuga no están informados y, por tanto, no poseen recursos para poder determinar cuando los están engañando y poderse defender.

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Hacer el mal

Todos nosotros, en un momento u otro de nuestra existencia, somos más o menos malvados. Es nuestra propia necesidad de supervivencia la que nos lleva a hacer el mal, obligándonos al mismo tiempo, a buscar herramientas que mitiguen en lo posible el malestar que ello nos provoca. Porque a casi nadie le gusta sentirse malvado (las excepciones forman parte de eso que solemos denominar psicopatología). Estamos diseñados para querernos, para vernos a nosotros mismos como seres casi perfectos, dioses terrenales, a quienes normalmente nos tienen que demostrar que nos hemos equivocamos y, aun así, son más las ocasiones en que a pesar de todo, logramos evitar prestar atención y salvaguardar así ese ego que representa nuestra principal posesión y por el que estamos dispuestos a casi todo con tal de protegerlo hasta el día de nuestra muerte (aunque todos conocemos casos que lo han conseguido proteger incluso mucho tiempo después de morir).

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Reconocimiento

Cuando hablamos de necesidades básicas solemos pensar en aquellas que Maslow denominó primarias. Es decir, alimento, bebida, un hogar y, por supuesto, la vinculación familiar, por nombrar las más importantes. De éstas, así a bote pronto, aquellas relacionadas con la alimentación y tener un lugar donde vivir parecerían las más importantes. Está claro que si no tenemos qué comer o donde resguardarnos del clima y de posibles depredadores, no lograremos llegar muy lejos en términos de supervivencia. Pero, aceptando la importancia de éstas, tampoco podemos minusvalorar el reconocimiento, entendido como la necesidad de ser percibidos, aceptados y  “recompensados” socialmente. Todos nosotros, desde el momento en que llegamos a este mundo buscamos ser reconocidos. Necesitamos del afecto de alguien para sobrevivir. A principios del siglo XX el doctor Henry Dwight Chapin demostró que la ausencia de afecto y atención a bebes aumenta la tasa de mortalidad de estos. En consecuencia, el reconocimiento no es únicamente una cuestión de estatus, sino que parte desde el instante primero de nuestra existencia.

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