Archivo de la etiqueta: bienestar

The Moral Psychology of Amusement

Todos coincidiremos en que la diversión es una emoción que nos hace sentir bien. Cercana a la emoción de fluir, ambas se generan gracias al entretenimiento, la distracción que nos producen, diferenciándose ambas en cuanto a la presencia necesaria del sentido del humor y la risa en la primera. Ambas son fuentes de placer y bienestar, ambas focalizan nuestra atención en un presente absoluto libre de peligros, donde la necesidad de controlar el entorno y estar alerta son mínimas, consiguiendo incluso en el caso del fluir que casi desaparezcan.

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Asco, desdén, morbo

El asco es una emoción primaria, de las importantes, la cual, quizás debido a su carácter altamente sensorial (está relacionada de una manera u otra con cada uno de los cinco sentidos), ha acabado convertida en una emoción social. A pesar de no tener mucho que ver con el orgullo, la culpa o la vergüenza, el asco ha asumido funciones de regulador social, determinando en muchas más ocasiones de las que nos gustaría aceptar la manera que tenemos de relacionarnos con los demás.

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El sentido interoceptivo

El objetivo del sentido interoceptivo es el de informarnos en cada momento de cómo se siente nuestro cuerpo, es decir, nos pone al tanto del grado de bienestar o de malestar que tenemos de cara a poder cambiar, por ejemplo, una determinada postura o dejar de hacer una acción, y prevenir así posibles daños físicos. De todas maneras, el sentido interoceptivo no funciona igual durante toda nuestra vida. Cuando somos jóvenes, y todo va como debe, su papel es relativamente residual. Apenas tiene que trabajar. Todo está tan “lubricado” que incluso manteniendo posturas raras y realizando conductas que maltratan a nuestro cuerpo, la cosa va tan bien que llegamos a creernos que somos como uno de esos superhéroes de la Marvel. No importa desde dónde se caen y los golpes que reciben. Simplemente se levantan y a por más.

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Shambhala

Últimamente, hable con quién hable, el que más o el que menos, acaba refiriéndose a lo dificultoso que resulta mantener la atención y no acabar saltando descontroladamente de un estímulo a otro. Vivimos en un momento donde se han juntado el hambre con las ganas de comer. La mayoría de nosotros provenimos de un mundo donde estar atento resultaba fundamental para no perder oportunidades. Hemos sido educados, y hemos educado, en la importancia de estar atentos. Hasta aquí correcto. El problema subyace cuando la cantidad de estímulos existentes sobrepasa por mucho las posibilidades de cada uno de nosotros, por lo que acabamos tan desbordados como si intentásemos atrapar el aire con las manos. Por mucho empeño que pongamos, el resultado final no es sino acabar frustrados.

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Forjadores de oportunidades

La otra noche me volvió a pasar. Estaba en una de esas cenas donde tanto tú como el resto no conoce a más persona que aquella que ha congregado a todos cuando, entre charla y charla, me topé con uno de esos seres que ha nacido para hacer de “conector entre personas”. Intentaré explicarme… Si hiciésemos una clasificación según la manera cómo nos relacionamos con los demás, encontraríamos, al menos, cuatro tipos de personas. Por un lado, estarían las personas que huyen de toda interrelación social. Introvertidos, los solemos denominar.

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¿Por qué nos enamoramos?

Todos sabemos más o menos (o al menos eso espero y deseo) qué es esto del “amor” y del enamoramiento. Sin embargo, lo que no tengo tan claro es que sepamos el motivo por el cual nos enamoramos. ¿Es únicamente una cuestión de química? ¿Afectan la cultura y los estereotipos? ¿Hay una única razón concreta o es una mezcla, un todo un poco a la vez? Y si es así, ¿en qué proporción?, ¿qué tiene mayor importancia? Karl Grammer, el eminente etólogo del Instituto de Biología Humana de la Universidad de Viena, afirma que el amor no es más que una construcción cognitiva de aquello que sentimos físicamente y de los procesos que tienen lugar en nuestro cerebro. Es decir, el amor es la respuesta conductual y cognitiva que tiene lugar en función de los cambios químicos y morfológicos que nos suceden. Pero, si esto es así, ¿sabemos realmente qué pasa en nuestro cerebro? ¿Se producen estos cambios con independencia de la edad de la persona? Porque yo tengo la sensación de que no es así. A mí, la experiencia me dice que según me voy haciendo más mayor me cuesta mucho más enamorarme o, como mínimo, que no lo hago con la facilidad con que lo hacía de jovencito.

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La ira, la emoción que corre hacia el futuro

Si hiciésemos una encuesta preguntando en qué tiempo situaríamos la emoción de la ira, estoy convencido que la mayoría de la gente la acabaría poniendo en el presente: como forma de responder a un mal actual. En cambio, si nos paramos a pensarlo detenidamente, veremos que la ira es más una emoción que se enmarca en el futuro. Me explicaré… Si bien es cierto que la emoción de la ira es una respuesta a un perjuicio o ataque cuyo objetivo es recuperar lo que nos ha arrebatado o defenderlo para no perderlo en el momento actual, la mirada que implica la ira siempre está fija en el paso siguiente, en ese que daremos para lograr recuperar lo perdido. Porque la ira viene a ser como ese plan, más o menos elaborado, al que de repente se le insufla un buen golpe de energía para llevarlo a cabo. Es, en cierto modo, la manera emocional que tenemos de buscar estrategias que nos devuelvan a la situación anterior a la pérdida sufrida. Y es aquí cuando la ira, en vez de producirnos dolor (como generalmente lo acaba haciendo en forma de culpa), nos acaba produciendo placer, debido principalmente a que lo que, en realidad, lo que hace es buscar un bien futuro (la ira nos convence de que seremos capaces de lograr el objetivo… el problema sobreviene si acaba no sucediendo así…). Sería algo similar a lo que sucede con la emoción de la compasión: imaginamos que con nuestra ayuda lograremos paliar su sufrimiento (si no completamente, al menos hacerlo más soportable), lo cual nos genera cierto placer o bienestar.

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Cantar y cantar

Una investigación de Teppo Särkämö profesor de la Universidad de Helsinki ha demostrado aquello que, si tienes una edad o te gusta el cine español de los años 50 del siglo pasado (donde las personas que padecían de tartamudez lograban expresarse con cierta normalidad si en vez de hablar, cantaban), ya se sabía, es decir: cantar mejora el procesamiento del habla. En concreto que cantar mejora las funciones cerebrales en casos de afasia producidos por los distintos trastornos relacionados con el envejecimiento.

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Ira, alivio y culpa

Resulta sencillo, al menos para mí, caer preso en la trampa de la ira. Basta con estar algo cansado y que las expectativas no se den para que… El otro día fue un buen ejemplo. Después de un mes peleándome en distintos escenarios con la terrible burocracia que nos rodean en este país, convencido de que por fin había logrado dejarla atrás, me topé con una prueba de la que solamente pude salir sacando todo mi mal genio.

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Felicidad o Bienestar

En anteriores entradas hemos hablado sobre la imposibilidad de ser feliz de forma constante. De hecho, dejamos de ser felices en el mismo preciso instante en que deseamos serlo. Es pensar en la felicidad, que ésta se difumina, se evapora, desapareciendo mientras deja en su lugar posos de nostalgia y malestar. Buscar la felicidad no es más que un inmenso error. Lo adecuado es buscar el bienestar.

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