Esquivar las connotaciones religiosas del sentimiento de adoración no es tarea baladí. Basta con tomar la definición del RAE para encontrarnos el primer escollo: “Reverenciar o rendir culto a un ser que se considera de naturaleza divina”. De hecho, el término nace desde el ámbito religioso y ha sido más tarde cuando se ha trasladado a otras esferas más cotidianas.
Cuando adoramos a algo o a alguien dejamos de ser objetivos para convertirnos en un adepto. Adorar nos hace incapaces de ver tacha alguna en el objeto adorado. El sentimiento de confianza es absoluto. Nos ponemos a su disposición, lo admiramos profundamente, nos comprometemos y por consiguiente nos volvemos ciegos a nada que pueda enturbiar nuestro amor hacia él. Sigue leyendo