Archivo de la etiqueta: miedo

Inseguridad

Vivimos tiempos de inseguridad, momentos que incluso los más fuertes o los más ignorantes no son capaces de ignorar. Tiempos donde la confianza escasea, en los que las certezas son pocas y, de haberlas, se refieren mayoritariamente a potenciales peligros. Tiempos caracterizados por la falta de estabilidad y en los que la tranquilidad se ha convertido en una quimera, una esperanza, casi imposible. Dicen los más optimistas que no debemos hablar de crisis sino de oportunidades. Es posible que tengan razón, pero lo que también es cierto, es que cuando nos sentimos inseguros la posibilidad de que dicho sentimiento acabe convirtiéndose en vulnerabilidad tan enorme como su optimismo. Y ya se sabe, la vulnerabilidad es la antesala del miedo. Miedo no solamente al entorno, también, y quizás esto sea lo peor, hacia las propias capacidades para poder afrontar las posibles amenazas que se pergeñan en el horizonte. El miedo al fracaso es siempre peor que el miedo al peligro.

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Futurofobia

El término “futurofobia” es un neologismo con que el autor, Héctor García Sánchez intenta describir el estado emocional de su generación producto de un desencanto por un no cumplimiento de unas expectativas. Si lo extrapolamos y generalizamos al resto de la población, la futurofobia se produce cuando aquello previsto no acontece y, en vez de reestructurar y actualizar nuevamente los objetivos en función de las nuevas circunstancias, nos empeñamos en perseverar en el mantenimiento de nuestros deseos. La futurofobia es negarse a aceptar que las cosas no son ni serán como lo habíamos planificado y preferir, en cambio, entrar en un estado de indefensión aprendida, de atribución causal y de que, el futuro, a partir de ahora, siempre será mucho más negro de lo que habíamos imaginado.

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¿Es la esperanza un efecto placebo?

La esperanza es ese sentimiento de que pase lo que pase el mañana siempre nos será favorable. Esto hace que sea una emoción estrechamente conectada con aspectos tan importantes para nuestra salud y bienestar emocional como lo son la fe y el amor. Necesitamos tener fe. En los momentos difíciles, en esos en los que no parece haber salida posible, en los que no sabemos qué hacer para revertir lo que nos sucede, en los cuales sentimos que no poseemos las herramientas necesarias para sobrevivir, en todos estos, tener fe, poco importa en qué, resulta fundamental para no caer definitivamente en el abismo del miedo eterno. Y, de la misma manera, queramos aceptarlo o no, todos sabemos perfectamente también que sin amor solamente queda el vacío. Y que en el vacío no existe posibilidad. Ninguna. Cero.

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El signo de los tiempos

Aquellos de nosotros que hemos tenido la desgracia de sufrir un ataque de ansiedad, sabemos y entendemos perfectamente lo mal que uno se siente cuando le sucede. Por lo que, cuando contemplamos a alguien padeciéndolo delante nuestro sabemos de la inutilidad que representa intentar hablar y hacer que la persona racionalice lo que le está sucediendo. Poco importa que el detonante pueda parecernos (o que verdaderamente sea) fútil. Entre otras razones, porque éste no es más que la espita que hace prender la llama.

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Biosfera Emocional

Cada día aparecen más investigaciones que apuntan a que cualquier organismo, por insignificante que pueda parecernos, posee y siente emociones. Hasta hace bien poco, insinuar algo como lo anterior solía comportar las burlas, no solamente en el ámbito científico, sino también en el personal o social. Decir que las planta sentían era arriesgar (yo me atreví a hacerlo hace casi cinco años en una entrada en este mismo blog y todavía recuerdo las miradas condescendientes de algún que otro colega), por esa razón, ahora, leyendo a algunos investigadores (Andreas Weber, por poner algún ejemplo) atreverse a decir que la vida siente (es decir, que todo organismo vivo tiene sentimientos) no hace sino emocionarme en gran medida. Y es que, si nos lo paramos a pensar, tiene su lógica.

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Condenados a mirarnos el ombligo

Las nuevas tecnologías, la rapidez con la que todo se mueve y cambia hoy día, las urgencias cotidianas transformadas en incendios que se repiten y se repiten dándonos la sensación de que no hemos apagado uno que se ha encendido otro, la intrascendencia con la que nos relacionamos con la mayoría de personas que nos rodean… y un posible largo etcétera más, acaban provocando que acabemos imbuidos en nosotros mismos, contemplándonos desesperadamente el ombligo, incapaces ya no de empatizar, sino de simplemente prestar atención a los demás. Ni vemos, ni nos ven. Quid pro quo que todo lo arrasa dejando allí donde pasa un infinito desierto cada vez más difícil de recuperar.

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Déjà vu emocional. Dèja vu existencial

Sabes que te has hecho viejo en el mismo momento en que te das cuenta de que tu vida se ha convertido en una especie de eterno día de la marmota. O quizás sea antes, es decir, que en realidad nuestra existencia no sea más que eso: un eterno bucle que se repite con independencia del número de arrugas y canas que vayan apareciendo.

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Cantar y cantar

Una investigación de Teppo Särkämö profesor de la Universidad de Helsinki ha demostrado aquello que, si tienes una edad o te gusta el cine español de los años 50 del siglo pasado (donde las personas que padecían de tartamudez lograban expresarse con cierta normalidad si en vez de hablar, cantaban), ya se sabía, es decir: cantar mejora el procesamiento del habla. En concreto que cantar mejora las funciones cerebrales en casos de afasia producidos por los distintos trastornos relacionados con el envejecimiento.

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Amor 2.0

Tendemos a pensar en la emoción del amor confundiéndola con el enamoramiento. Hollywood y el cine, seguramente, tienen bastante culpa. Sin embargo, la emoción del amor va mucho más allá. No solamente incluye el amor paterno o materno-filial, la amistad, etc., también los momentos de felicidad compartidos de manera espontánea, y sin buscarlo, con personas desconocidas. ¿Se puede considerar amaro una interacción en la que se comparte un momento “especial”? De hecho, son bastantes las investigaciones que así parecen indicarlo.  A mí tampoco me extraña. Si tenemos en cuenta que el amor es absoluto presente, y que está directamente relacionado con un sinfín de sensaciones corporales que únicamente se dan en ese instante preciso, en función a determinadas acciones para con y los demás, tampoco debería sorprendernos. Además, teniendo en cuenta la sociedad actual, donde la tecnología, la lista interminable de cosas pendientes que casi nunca podemos llegar a completar, la manera de comunicarnos cada vez más supeditada a las redes sociales y, por tanto, la dificultad cada vez mayor para contactar con los demás (piel a piel),… resulta sencillo explicar por qué cada vez existen más personas que buscan amor y menos las que lo encuentran.

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