Archivo de la etiqueta: frustración

“Resentisadisfacción”

La mezcla de emociones produce otras emociones. Algunas las hemos incorporado a nuestro vocabulario y por tanto les hemos otorgado existencia. Otras, por el contrario, aun estar latiendo a nuestro alrededor, siguen escondidas entre las infinitas letras que componen nuestro abecedario. Lo que no podemos nombrar, en cierto modo no existe. Esto es lo que sucede con determinadas emociones. Las sentimos, pero no sabemos nombrarlas o, por el contrario, lo hacemos con denominaciones poco precisas, lo cual, no hace más que acabar de enredar todavía más las cosas.

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Síndrome de Calimero

Cuando era pequeño había unos dibujos animados que daban en la tele donde el personaje, un tal Calimero, era un pollito negro a medio salir del cascarón, de hecho, parte de este lo llevaba de sombrero, de ojos grandes y tristones. Recuerdo que eran unos dibujos que no acaban de gustarme. No sé bien la razón, aunque posiblemente se debiese a que pasaban pocas cosas y la mayoría de estas no eran alegres. O quizás, porque el personaje siempre se estaba quejando de su mala suerte y todo parecía salirle mal. Aunque seguramente no era así y, como personaje principal que era, al final las cosas le acabasen yendo estupendamente. Mi memoria es bastante difusa y no he vuelto a ver ningún episodio desde entonces, pero quiero pensar que, por muy políticamente que fuesen por aquel entonces los dibujos animados (qué, comparados con hoy, lo era y bastante), no acabo de creerme del todo que sus creadores pensasen que, en principio, un “héroe” tristón y perdedor podría consolidarse como referente de la chiquillería (aunque teniendo en cuenta del éxito del correcaminos…). Pero lo cierto es que, seguramente sin proponérselo, ha acabado siendo el espejo de toda una (o varias) generación.

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Salud y emociones (I)

En vínculo que existe entre emociones y salud creo que no hay nadie que lo cuestione o lo ponga en duda. Todos somos conscientes de la afectación que determinadas emociones, en realidad me atrevería a decir que todas ellas, tienen en cuanto a nuestra salud, pero, sin embargo, no siempre les prestamos la suficiente atención o, cuando lo hacemos, la mayoría de las veces, desgraciadamente, acaba siendo un poco tarde.

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Cómo ver el mundo

Escribe Nicholas Mirzoeff que “la visión del mundo no depende tanto de cómo vemos, cuanto de qué hacemos con lo que vemos” y yo no puedo estar más de acuerdo con él. Creo que es la afirmación  que he leído en los últimos años (y he leído bastante) con la que más me he identificado. Cierto que los neurocientíficos hace ya tiempo que nos dicen aquello de que no vemos con los ojos sino que lo hacemos con el cerebro, pero al final, tanto da con lo que vemos, lo importante es lo que finalmente hacemos con nuestra realidad. Poco importa cómo ésta sea, lo fundamental es cómo la “moldeamos”, cómo nos movemos, la manera cómo somos capaces de aceptarla, transformarla o evitarla escondiéndonos de ella. Es lo que hacemos con lo que percibimos lo que nos transforma, tanto a nosotros, como a la misma realidad. Cómo explicar si no que alguien con limitaciones físicas sea y se sienta mucho más feliz que otro que goza de plena libertad de movimiento. Cómo entender que aquel que todo lo tiene (y no me refiero únicamente a lo meramente material) se sienta inmensamente infeliz, un desgraciado y, en cambio, aquel otro que apenas si tiene nada, sea capaz de hacer de la necesidad virtud y una razón para la esperanza y la alegría. Resulta imposible.

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Santísima trinidad

He llamado a esta entrada “santísima trinidad” porque en ella hablaré de las tres emociones (algunos dirían, quizás, que debería hablar mejor de estados de ánimo, pero yo me resisto) que, últimamente más me suelen afectar. Afortunadamente no suceden las tres a la vez, sino que se van dando de manera consecutiva, una detrás de la otra.

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FOMO

El término FOMO surge del acrónimo en inglés del concepto “Fear Of Missing Out”, que en castellano significa: «miedo a perderse algo», aunque, en realidad, más que de miedo, deberíamos de hablar de angustia o ansiedad producida por perderse un determinado acontecimiento. De todas maneras, resulta más que curioso (y dice mucho de nuestra sociedad actual) que, a diferencia de nuestros ancestros, los cuales desarrollaron emociones como el miedo (a ser devorados por un león, o cualquier otro depredador), asco (por comer algo que pueda envenenarnos o tener contacto con alguna cosa que pueda “contaminarnos”), es decir, se ha pasado de emociones que servían para ponernos a salvo de posibles peligros, a desarrollar otras (¿síndromes?) simplemente por querer estar (como Dios) en todas partes y en todo momento.

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Perfeccionismo = Sufrimiento

Cada vez lo tengo más claro: la vida es más sufrida para todos aquellos que somos en cierto modo unos perfeccionistas. Necesitar hacer las cosas perfectas (no solamente bien, sino perfectas) implica mucho más dolor que satisfacción. Las razones son múltiples. Una que no suele bastarnos con hacer las cosas bien de vez en cuando, sino que necesitamos hacerlas bien siempre. Y cuando digo siempre, es SIEMPRE. Lo cual, como todos sabemos, no siempre es posible, entre otras muchas cosas, porque tampoco nos conformamos con un determinado nivel de exigencia, sino que lo vamos subiendo y subiendo, hasta que resulta muy complicado mantener un “cierto estándar” de “calidad”. Esta sería la segunda razón: el nivel de exigencia nunca suficiente de los que tenemos la “maldición” de ser unos perfeccionistas.

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¿Sirve de algo quejarse?

La queja aparece, generalmente, cuando ocurre algo que no se ajusta a lo que según nuestras expectativas debería o tendría que ser, produciendo entonces un malestar que, en función de su intensidad, puede provocar emociones que irán desde una leve tristeza o enfado, a la hostilidad o incluso la depresión.

En realidad, la función principal de la queja es la de iniciar un proceso de lucha. Es el impulso, esa energía extra, que necesitamos para levantarnos e intentar cambiar una determinada situación. El problema suele estar que, en la mayoría de las ocasiones, no acaba siendo ésta su función, sino que terminamos instalados en una queja eterna (de la que en ocasiones resulta casi imposible salir) y como dice el dicho: el árbol acaba impidiéndonos ver el bosque. Porque la queja tiene eso de terrible. Está “diseñada” para imponerse a todo sentimiento, a flotar y acaparar nuestra atención desplazando cualquier otro elemento (incluso, por importante que en ocasiones pueda llegar a ser). Y ya se sabe, una vez instalados en la queja, como esta se autoalimenta y nos retroalimenta, lo único que acabamos haciendo es quejarnos. Nada más.

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Opulencia

Cualquier comparación suele ser odiosa, pero si lo hacemos, si miramos nuestro estilo de vida y lo comparamos con el de nuestros padres, el de nuestros abuelos o el de nuestros bisabuelos, pronto nos daremos cuenta de que nosotros vivimos con un grado de comodidad que puede resultar incluso excesivo con respecto a todos ellos. ¿Excesivo?, ¿puede la comodidad ser excesiva? En mi opinión sí. Cuando la comodidad, el bienestar, deja de ser tal para convertirse en opulencia, entonces la cosa se descontrola, se degenera.

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Habitación de la ira

La “Habitación de la ira” es un servicio que algunas empresas ofrecen a aquellas personas que necesitan descargar su frustración rompiendo todo tipo de cosas. La idea consiste en sí, una persona necesita descargar su ira, en lugar de hacerlo en su entorno habitual y provocar daños a sí misma o a terceros, lo haga en un entorno predispuesto para tal fin. Basta con pagar más o menos en función del número de objeto que desees destrozar, una barra de hierro, y comenzar a dar golpes hasta quedar agotado o agotada. Así de simple y así de terrible. Soy consciente de que todos, en un momento u otro de nuestras vidas, hemos tenido arrebatos de ira, hemos pegado un puñetazo, hemos tirado un plato contra el suelo, o cualquier gesto por el estilo, con el objetivo de dejar salir esa rabia en forma de energía incontenible que nos quemaba por dentro. Sé positivamente que, una vez hecho, instantáneamente solemos sentirnos mejor. Pero, a fe de ser sincero, me cuesta comprender la necesidad de romper, de destrozar, y asociarla con un sentimiento de bienestar. Cierto que, una vez descargada nuestra frustración, nuestro sistema emocional responde haciéndonos sentir bienestar para avisarnos de que el peligro de mantener demasiado tiempo la ira retenida ha pasado. Pero de ahí a que nos cuente tanto gestionar nuestra ira que necesitemos imperiosamente hacer uso de una “habitación de la ira” … la verdad es que indica que algo en nuestra sociedad no va bien.

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