Archivo de la etiqueta: optimismo

La nostalgia “política”

Todo, absolutamente todo, si lo simplificamos hasta lo absurdo y desde un punto de vista subjetivo, puede ser clasificado en dos únicas categorías: lo bueno y lo malo. Ahora bien, ¿qué es lo bueno y qué es lo malo? Aquí es donde entraría en juego lo arbitrario, es decir, el punto de vista de cada uno de nosotros (en el presente caso será el mío el que suceda). Y digo todo esto porque a partir de ahora me voy a atrever a diferenciar dos tipos de nostalgias, la “buena” y la “mala”, intentando eso sí, argumentar las razones que me llevan a situar a cada una en tamaña categoría.

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¿Fe = Emoción?

La fe es, simplemente, una creencia. Creer en algo o alguien nos inspira confianza, seguridad. Depositamos nuestras esperanzas en que el futuro nos será propicio basándonos en el convencimiento de que nuestra fe es verdadera, o en otras palabras: la fe nos genera un sentimiento de seguridad (o inseguridad en caso de no sentirla) a partir del cual, la manera como tenemos de relacionarnos con nuestro entorno cambia y, en consecuencia, los efectos que ésta tiene en nosotros son similares a los que suelen tener las emociones.

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La fuerza del optimismo

Todos aquellos que por circunstancias de la vida no somos capaces de contemplar la mayor parte del tiempo nuestra realidad “medio llena” y que tendemos más a hacerlo “medio vacía”, solemos creer, nos autoconvencemos de que el optimismo no puede ser saludable. Una emoción, un estado de ánimo, que nos vuelve vulnerables no puede ser bueno. Algo similar ocurre con todos aquellos que han sufrido un fuerte desamor: contemplan al amor como una brecha en su coraza, un modo de indefensión que no compensa y, en consecuencia, huyen de un nuevo amor como el agua lo hace del aceite. Nos decimos a nosotros mismos que es el precio que toca pagar si queremos protegernos de futuros desengaños. Preferimos anestesiarnos a una mínima posibilidad de sufrimiento. El problema es que olvidamos que un optimismo correcto no tiene porqué implicar invulnerabilidad, ni nos convierte en seres impulsivos que se lanzan hacia un objetivo sin pensar en las posibles consecuencias. Olvidamos que ser optimista es la mejor manera de generar en nosotros entusiasmo, fe, perseverancia. Creer que lograremos un reto nos completa, nos fortalece ante futuras frustraciones al hacernos ver que valemos, que poseemos herramientas para afrontar las dificultades. Esta es quizás la principal fortaleza del optimismo: nos permite emprender, intentar, aprender. Y todo ello sin tener que dejar de lado el “control”, sino todo lo contrario: nos lo provee al empoderarnos.

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Incertidumbre como valor

Tendemos a dividir a las personas, desde el punto de vista de encarar una situación, en optimistas y pesimistas. Entre los que encaran las dificultades posicionándose en el lado ventajoso de la situación (por muy complicada que ésta pueda ser), y los que lo hacen pensando siempre en lo peor, decidiendo incluso que no hay nada que se pueda hacer para que todo no acabe saliendo mal. Sin embargo, pocas son las ocasiones en las que establecemos otro tipo de dicotomía: la de la incertidumbre versus el control, es decir, entre los que necesitan perentoriamente tener la sensación de que controlan lo que sucede a su alrededor, y aquellos otros que les importa un pepino poseer dicho control, y que, de hecho, se sienten más que cómodas, a sus anchas, habiendo de gestionar lo que les sucede con independencia de haber tenido o no la opción de planificar con anterioridad sus conductas.

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Optimismo y perdón

En general, por lo que parece ser, las personas optimistas perdonan con más facilidad que las pesimistas. He de confesar que tampoco es algo que me sorprenda. De hecho, basta con pararse a pesar sobre la relación entre optimismo y perdón, y rápidamente vemos que existen diversas razones que ayuda a explicarla. Una podría ser que, guardar rencor, mantener viva emocionalmente la ofensa sufrida, en realidad no es más que un mecanismo de defensa que utilizamos para decirnos a nosotros mismos que ha sido el otro quien ha obrado mal, que no somos los culpables y, en consecuencia, liberarnos del peso de la culpa y de la rémora que comporta tener que arrastrar una baja autoestima. No tener la posibilidad de pasar el tiempo lamentándonos de lo que pasó, aunque impide que acontezcan los “beneficios” que ofrece permanecer relamiéndose en la autocompasión, ayuda a superar. Porque, está demostrado que, si nos liberamos de las consecuencias emocionales de una determinada situación “problemática” pasada, instantáneamente no sólo nos resulta más sencillo perdonarnos a nosotros mismos, sino que además acaba siendo más fácil también enfocar nuestros esfuerzos en el presente y poder así construir un futuro más satisfactorio. Lo cual, en realidad, suele ser la manera de proceder más habitual de las personas optimistas. Resulta más sencillo perdonar si no necesitamos tener que estar continuamente buscando una justificación que nos ayude a explicar un posible sentimiento de insatisfacción casi continuo.

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Automotivación

La motivación es ese estado interno, muchas veces en forma de impulso, que nos lleva a intentar alcanzar un objetivo. Todos sabemos que sucede cuando nos sentimos motivados hacia algo o alguien, y lo que ocurre cuando no. Energía que te lanza a emprender acciones destinadas a hacer realidad aquello que deseamos. Freno que nos incapacita, sumergiéndonos en una niebla compuesta de apatía y cierto malestar. Y aunque la motivación puede ser extrínseca o intrínseca, resulta más que evidente que la que verdaderamente nos mueve desde un sentimiento de satisfacción es la segunda. Si la motivación surge de nosotros mismos, la vida cobra luminosidad, el viento parece soplar a favor, e incluso el azar acaba por echar una mano, favoreciendo para que las cumbres parezcan ir siempre cuesta abajo.

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¿Optimistas?

A estas alturas de la película, estoy convencido, de que todos somos conscientes que el objetivo, el motivo principal de la existencia de las emociones, es el de servir de sistema de alerta. Las emociones nos avisan de los cambios mediante alteraciones químicas (hormonas, principalmente) que afectan a nuestro sistema cognitivo y a nuestra fisiología condicionando no solamente nuestras conductas, sino que también nuestros pensamientos.

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Emoción y sentimientos

18.López Rosetti, Daniel. Emoción y sentimientos.jpgIgual que sucede con los instintos, las emociones no se aprenden sino que se conforman a partir de vivencias. Es la vida la que nos dota de nuestro bagaje emocional. Son las experiencias las que nos conforman y nos diferencian, alejándolas definitivamente (por si alguien tenía la tentación de confundirlas) de los instintos, por muy automatizadas que en determinados momentos puedan acabar resultando ambos.

Nuestro rostro, como ocurre con el barro, se acaba esculpiendo en función de aquellos sentimientos y emociones que más nos embargan. Las arrugas que lo determinan se instalan de una manera u otra dependiendo de la expresión emocional que predomina. Un mismo rostro será completamente distinto si la emoción que nos distingue es la ira, el miedo, la alegría o la tristeza. Eso por nombrar básicamente las principales, pero de emociones hay muchas, muchísimas, sobre todo por la capacidad que tienen de mezclarse entre ellas para conformar otras de nuevas. Sigue leyendo

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Detectando emociones

15.Detectar.pngNo sé si realmente la cara es el espejo del alma como asegura el dicho, pero lo que sí que tengo claro es que es el principal vehículo de expresión de nuestras emociones. Nuestro rostro cambia siguiendo el dictado de nuestros sentimientos, y solamente aquellos que por la razón que sea se han convertido en expertos en expresar emociones ficticias (los actores y actrices serían los máximos exponentes, aunque no los únicos) o los que padecen algún tipo de patología, son capaces de no mostrar o expresar a su antojo emociones que realmente no sienten del todo. Y es que cuando queremos saber que siente el otro, por donde transcurren sus pensamientos, basta con mirarlo a la cara, en concreto al triángulo formado por ojos, boca y frente, y por supuesto, contar con la suficiente empatía y entrenamiento para poder entender lo que se nos muestra.  Sigue leyendo

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Optimismo inteligente

14.Avia, MD & Vázquez, C - Optimismo inteligente.jpgCada vez tengo más claro que el optimismo es un estado de ánimo. Que surge de una emoción racionalizada y mantenida en el tiempo, seguro, pero que también somos o no somos optimistas no en función del momento concreto, si no por tendencia, es decir, por ser capaces de mantener una posición emocional con continuidad. Esta es la diferencia fundamental entre un estado anímico y una emoción, que la primera siempre viene determinada por un suceso ya sea físico o mental. Algo sucede, nos impacta de alguna manera y nuestro cuerpo responde generando una respuesta que nos condiciona y nos lleva a actuar. Los estados de ánimo por supuesto también nos predisponen. Configuran la manera cómo vamos a afrontar la realidad desde el inicio, es decir, determinan nuestra manera de percibirla y el modo como le damos sentido a todo aquello que nos acontece. Sigue leyendo

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