El gran problema de la indefensión aprendida no es está en sí misma, sino en que nadie quiere hablar sobre ella. Es como si interesase el silencio, como si hacer público lo que ocurre atemorizase a aquellos que nos la ejercen y avergonzase a los que la sufrimos, siendo quizás ésta la razón de que cada día seamos más los que caemos bajo su terrible yugo.
La indefensión aprendida es ese sentimiento, ese estado psicológico e incluso del alma, que aparece siempre que sentimos que somos incapaces de controlar lo que nos acontece. Hasta aquí, si no escarbamos un poco más profundo, podríamos creer de qué estamos hablando sobre la frustración. Sentimiento que aparece cuando intentamos hacer algo y no nos sale. Sin embargo, la indefensión va más allá del sentimiento de frustración, el cual, generalmente, es concreto, referido, a un determinado aspecto. En cambio, la indefensión acaba abarcándolo todo. Cualquier cosa, desde la más nimia y sencilla, a aquella que sabemos resulta imposible lograr. La indefensión consigue lo que pocos sentimientos logran: que nos autoconvenzamos de que no seremos capaces, ni ahora ni nunca, de que no existe nada en el mundo que podamos hacer para cambiar lo que está ocurriendo y que, en consecuencia, lo mejor que podemos hacer es bajar la cabeza y dejar que siga sucediéndonos sin intentar cambiarlo.
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