Archivo de la etiqueta: placer

Belleza

Sentimos que algo es bello cuando nos produce placer. A mayor placer, más bello nos parece y, consecuentemente, más nos atrae y deseamos acercarnos. Todos compartimos etiquetas a la hora de nombrar las emociones. Cuando hablamos con los demás de nuestros miedos, de nuestro disgusto, de nuestra alegría, nos suelen entender. Nos solemos entender al producirse cierta empatía. Otra cosa es poder asegurar si lo que los demás sienten y que, casi al unísono, denominamos miedo, asco o alegría, es lo mismo en todos los casos. Las emociones son altamente subjetivas. Y no me refiero a que no todos sentimos miedo o alegría por las mismas cosas, que también. A lo que voy es que, en el fondo, las emociones son tan personales como la realidad, o viceversa. “Tanto monta, monta tanto”. Cada uno de nosotros las creamos, las sentimos a nuestro modo, aunque, en algunas ocasiones podamos coincidir desde un mismo punto de vista personal, emocional y, por supuesto, temporal.

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Modelo Circumplejo de las Emociones

El modelo circumplejo de las emociones, planteado por primera vez por James Russell en 1980, está basado en dos dimensiones: por un lado, el nivel de activación o “arousal” y, por el otro, la manera cómo valoramos dicha activación. Lo que nos dice es que las emociones son la respuesta que nuestro cuerpo realiza en relación a un determinado suceso y sus efectos sobre nosotros. El funcionamiento es siempre el mismo: en función de la intensidad de dichos efectos y de la valoración que nuestro cerebro realiza (la cual no siempre se corresponde con la “realidad”), acabamos entrando en una fase de shock (de mayor o menor intensidad) que tiene como objetivo ayudarnos a empezar a asumir lo sucedido y dar los primeros pasos hacia la aceptación y poder superar el trauma sufrido.

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Nostalgia cáustica

Generalmente, cuando hablamos o pensamos sobre la nostalgia solemos hacerlo como un tipo concreto de tristeza donde también está presente cierta dosis de bienestar (que puede ir desde lo simplemente agradable hasta el placer mismo). Es la incorporación del gradiente bienestar/placer lo que determina que no exista un tipo de nostalgia único y diferenciado, es decir, que existan diferentes “nostalgias”, todas ellas preparadas para “actuar” en función del recuerdo al que van asociadas. Por ejemplo, tenemos la nostalgia “dichosa”, esa en la que aquello que recordamos nos produce mucho bienestar, incluso podríamos decir que cierta alegría o placer. También está la nostalgia añorante, más cercana a la tristeza, donde a pesar de que todavía los recuerdos que la provocan nos producen cierta agradabilidad, el hecho de que seamos plenamente conscientes de la imposibilidad de poder volver a recuperar aquello perdido en el pasado, de volver a hacerlo presente, hace que ésta acabe teniendo un sabor ciertamente agridulce. Y así podríamos seguir…, sin embargo, mi intención es aprovechar esta entrada para hablar de un tipo de nostalgia ciertamente particular y peculiar que he decidido denominar nostalgia cáustica o corrosiva.

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Asco como frontera

Si alguien nos preguntase que es lo que limita nuestro yo de lo que no lo es, la mayoría de nosotros diríamos que es nuestro cuerpo, nuestra piel. La piel, el cabello, las mucosas de la nariz, la boca, el ano, los ojos… son lo que delimitan lo que somos del resto. Incluso cuando nos clavamos una espina, aunque ésta se haya introducido más o menos profundamente en nosotros, todos sabemos que la espina no forma parte de nuestro yo, sino que se trata de un cuerpo extraño, algo que más pronto que tarde nuestro cuerpo expulsará.

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Mente y Cerebro

Confundir mente y cerebro es algo que se suele producir muy a menudo en el lenguaje hablado. Probablemente, la razón no es otra que la perniciosa necesidad que parecemos tener todos en “economizar” en el lenguaje, cuando lo que en realidad acabamos haciendo es limitar nuestra capacidad de comprensión. Resulta lógico que, si no vivimos en el Polo Norte y no somos diseñadores, solamente usemos un término para señalar el color blanco. Pero, eso no significa que no sea algo relativamente importante. De hecho, a la diseñadora le puede suponer pérdidas económicas si no elige el tipo de blanco que su cliente le ha demandado y, de habitar en el Polo Norte, igual nuestra supervivencia queda expuesta si no somos capaces de diferenciar a un oso polar entre la nieve. El problema reside en que tendemos a convertir en sinónimos aspectos, conceptos, que, aunque próximos, en realidad no tienen nada que ver y, a pesar de que la confusión habitualmente tampoco resulta “letal”, a la larga acaba por favorecer los errores y las malinterpretaciones.

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The Moral Psychology of Contempt

Generalmente, siempre que se realiza una violación de las normas grupales o se quebranta un derecho individual, son cuatro las emociones que suelen surgir: el desprecio, la ira, la soberbia y la repugnancia. Sobre la aparición de la ira poco hay que decir: surge como componente vigorizante que permita a la persona afrontar mejor la situación que siente como injusta e, incluso, llegar a intimidar al “agresor” para que, o bien deponga su conducta, o bien se lo piense mejor la próxima ocasión en la que piense actuar de manera similar. En realidad, solamente cuando sentimos que hemos resultado perjudicados debido a la acción de otra persona es cuando aparece la ira. Si lo que produce el perjuicio es el carácter, la personalidad (es decir, la esencia) del otro, entonces, lo que acontece es el desprecio.

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Los psicópatas jamás procrastinan

Probablemente, uno de los aspectos que diferencia a un psicópata de una persona “normal” es que los psicópatas no procrastinan nunca. La procrastinación consiste en dejar para después, de forma consciente y deliberada, tareas que resultan importantes y que, por tanto, deberían realizarse sin excusa alguna. Procrastinar es una conducta deliberada: elegimos procrastinar, incluso a sabiendas de las posibles consecuencias que hacerlo nos pueden comportar. Un psicópata no deja para después algo que le resulta “importante”. De hecho, hace todo lo contrario: focaliza toda su atención en aquello que se ha convertido en su objetivo, en algo vital, que, de no consumarlo, le produce tal grado de desazón y malestar, que no le queda otra que lanzarse con todas sus fuerzas a lograrlo.

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Centro del placer

Fue en 1954 cuando, en la Universidad de McGill, James Olds y Peter Milner descubrieron tras poner unos electrodos en el cerebro de unos ratones lo que resultó ser el centro del placer. No tardaron ambos científicos en ser conscientes que éste gestionaba el sistema de recompensas. Aquellos eran tiempos de psicología conductista, de estímulos condicionados y de estímulos incondicionados. El objetivo: descubrir que estímulos generaban determinadas conductas y, de esta manera, poder ser capaces de lograr que un ratón (no era ético experimentar con humanos) actuase según la voluntad de aquel que los establecía.

El experimento de , James Olds y Peter Milner consistía en introducir a un ratón en una caja de Skinner y conectarle unos electrodos (que por error acabaron situados en una zona del cerebro llamada septum pellucidum), con el objetivo de lograr enseñarle, mediante descargas eléctricas, a evitar una de las esquinas de la caja. Pronto comprobaron que la cosa funcionaba y que, aunque variasen al día siguiente la esquina, bastaban unos pocos intentos para que el ratón descubriese rápida y efectivamente la nueva situación y adaptase su comportamiento. Entonces, emulando a Skinner, decidieron incorporar una palanca a la caja para que fuese el propio ratón el que se suministrase las descargas y así comprobar que sucedía.

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La sabiduría de los psicópatas

Generalmente, cuando pensamos en cómo un psicópata es, lo vemos como un ser despiadado y carente de emociones. Estamos convencidos de que en los psicópatas (su principal problema, el que los convierte en seres incapaces de adaptarse socialmente), es su imposibilidad en cuanto a sentir compasión. Sin embargo, dicha visión es completamente equivocada. Tendemos a creer que todo el mundo empatiza, que todos somos capaces de sentir de igual manera y, por consiguiente, que lo acabamos haciendo. Cuando, en realidad, todos sentimos diferente pero, a diferencia quizás de lo que sucede con los psicópatas, la mayoría acabamos acompasando nuestros sentimientos a los de nuestro grupo de referencia para así adaptarnos mucho mejor a él. Necesitamos creer que todas aquellas personas cercanas a nosotros sienten como nosotros, de lo contrario el poder compartir, socializar, confiar, resultaría imposible. Ese es nuestro error cuando evaluamos la manera de funcionar emocionalmente de un psicópata: creer al mismo tiempo que siente diferente y que no siente.

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El río de la conciencia

51.Sacks, Oliver - El río de la concienciaQue las emociones nos configuran, no tengo duda alguna. Son los sentimientos a través de los cuales podemos diferenciar lo propio de lo aquello que nos envuelve. Sin ellos todo sería monotonía igualitaria y sin fuste. Poco importa que nuestra conciencia sea algo más que la suma de sentimientos. Sin la posibilidad de sentir no hay conciencia. Es la interacción continua con nosotros mismos y con lo que nos rodea lo que nos da sentido. Quimera eterna en forma de homeostasis, que de perderla, todo se emborrona, haciendo que el malestar y el sufrimiento se nos clave impeliéndonos a recuperar al instante el estado de confort perdido. Porque tanto da si en vez de dolor es placer lo que nos la arrebata. La homeostasis únicamente entiende de equilibrio. Porque tanto al placer como al dolor los iguala el tiempo. Todo placer acaba por doler en cuanto dura más tiempo del deseado. Porque, de igual modo que no hay mal que cien años dure, tampoco existe placer soportable si este acaba estancándose en nuestra existencia sofocándola. Sigue leyendo

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