Archivo de la etiqueta: sentimientos

Dumbfounding moral

El “dumbfounding” es un término que se utiliza para describir una reacción o respuesta de sorpresa o asombro extremo, una confusión frente a algo inesperado o inaudito que nos deja sin palabras o sin capacidad para comprender o procesar lo que acabamos de presenciar o experimentar. Generalmente, el dumbfounding suele venir provocado por comportamientos o situaciones extrañas que van más allá de nuestra capacidad de comprensión y que, cuando acontece, debido a su carácter “aberrante”, nos pasa como a los conejos en una carretera de noche al ser deslumbrados por los faros de un vehículo: nos quedamos atónitos, helados cognitiva y físicamente, incapaces de reaccionar. Detenidos hasta que, o bien el coche nos pasa por encima o, si somos afortunados, reaccionamos tras lograr comprender o procesar lo que hemos experimentado.

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Creando personajes…

Somos y nos convertimos en aquello que conformamos nosotros mismos mediante la creación de nuestro propio personaje. Desde el primer momento en que nuestra conciencia de yo surge, en el preciso instante en que nos damos cuenta de nuestra singularidad, comienza la construcción de nuestro personaje, la cual se llevará a cabo sin descanso en tanto nuestra conciencia continúe funcionando correctamente. Para hacerlo, nuestro cerebro suele nutrirse tanto de la información interna como de la que nuestro entorno más próximo le proporciona. Sabemos que nuestro personaje empieza a tomar las riendas de nuestro destino, cuando esa voz en “off” que todos conocemos tan bien…, la misma que está continuamente relatándonos lo que hacemos, empieza a decirnos continuamente lo que debemos o no hacer.

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Atlas de las emociones humanas

¿Existe un número concreto de emociones o son éstas, tantas como seres las sentimos? Esta fue una de las preguntas que me surgió mientras iba leyendo este libro y las diferentes explicaciones de cada una de las emociones que contiene. En concreto 156, aunque tengo la certeza (que no sólo sensación) que podrían haber sido tantas como la autora hubiese decidido comentar.

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La vida es sensible

Vivir significa sentir. En esto no hay discusión. Ni científicos, ni no científicos. Sin embargo, parece que dentro del concepto de sentir sí que hay discusión cuando lo aplicamos fuera del ámbito del ser humano. Todos sienten, pero ninguno como nosotros. Los demás organismos son inferiores. Nosotros somos superiores. Y si no… entonces hacemos lo posible para que lo sean, incluso negándoles su capacidad de sentir…

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Biosfera Emocional

Cada día aparecen más investigaciones que apuntan a que cualquier organismo, por insignificante que pueda parecernos, posee y siente emociones. Hasta hace bien poco, insinuar algo como lo anterior solía comportar las burlas, no solamente en el ámbito científico, sino también en el personal o social. Decir que las planta sentían era arriesgar (yo me atreví a hacerlo hace casi cinco años en una entrada en este mismo blog y todavía recuerdo las miradas condescendientes de algún que otro colega), por esa razón, ahora, leyendo a algunos investigadores (Andreas Weber, por poner algún ejemplo) atreverse a decir que la vida siente (es decir, que todo organismo vivo tiene sentimientos) no hace sino emocionarme en gran medida. Y es que, si nos lo paramos a pensar, tiene su lógica.

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Cómo ver el mundo

Escribe Nicholas Mirzoeff que “la visión del mundo no depende tanto de cómo vemos, cuanto de qué hacemos con lo que vemos” y yo no puedo estar más de acuerdo con él. Creo que es la afirmación  que he leído en los últimos años (y he leído bastante) con la que más me he identificado. Cierto que los neurocientíficos hace ya tiempo que nos dicen aquello de que no vemos con los ojos sino que lo hacemos con el cerebro, pero al final, tanto da con lo que vemos, lo importante es lo que finalmente hacemos con nuestra realidad. Poco importa cómo ésta sea, lo fundamental es cómo la “moldeamos”, cómo nos movemos, la manera cómo somos capaces de aceptarla, transformarla o evitarla escondiéndonos de ella. Es lo que hacemos con lo que percibimos lo que nos transforma, tanto a nosotros, como a la misma realidad. Cómo explicar si no que alguien con limitaciones físicas sea y se sienta mucho más feliz que otro que goza de plena libertad de movimiento. Cómo entender que aquel que todo lo tiene (y no me refiero únicamente a lo meramente material) se sienta inmensamente infeliz, un desgraciado y, en cambio, aquel otro que apenas si tiene nada, sea capaz de hacer de la necesidad virtud y una razón para la esperanza y la alegría. Resulta imposible.

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Simplicidad = Felicidad

La búsqueda de la felicidad es algo así como la de aquellos antiguos conquistadores que ansiaban el Dorado, o aquellos otros que buscaban el arca de la alianza o el Santo Grial. O quizás todos ellos a la vez. Porque la felicidad no es más que una quimera todavía más difícil de lograr. Seguramente porque nos hemos empeñado en que nuestras vidas deben ser felices en su totalidad, lo cual directamente nos ha llevado a ser incapaces de soportar el más mínimo inconveniente que lo dificulte. A la que algo se tuerce… Así hemos obviado que, en realidad, resulta totalmente imposible estar siempre en “estado de felicidad”. Sería como permanecer estancados en un eterno limbo, por lo que, al final, más que un sentimiento placentero, acabaríamos por sentir uno más cercano al de la claustrofobia (o eso me parece a mí).

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Consejos vendo…

Resulta sencillo aconsejar a los demás. Desde fuera todo parece muchísimo más fácil que si tenemos que vivirlo en nuestras propias carnes. Cuando alguien te explica lo que siente, por mucha empatía que queramos poner, no es lo mismo que cuando nos sucede a nosotros. Las soluciones, los pensamientos suelen ser más “lúcidos” cuando las emociones no están presentes. Entonces la puerta de salida se presenta diáfana y cuesta entender el motivo por el que la otra persona (o nosotros mismos, si estamos analizando la situación a toro pasado) no es capaz de salir y abandonar el sufrimiento que tanto la atormenta y perturba.

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Consciencia

Estamos convencidos, creemos a pies juntillas, que estamos, permanecemos, siempre y continuamente conscientes, con plena capacidad para saber lo que está (y nos está) sucediendo en cada momento presente, cuando, en realidad, la conciencia es, en la mayoría de las ocasiones, la última de enterarse de lo que sucede. Sabemos que nuestro cerebro funciona como centro neurálgico y de procesamiento donde va a parar toda la información que nuestros sentidos recogen tanto del exterior como de nuestro propio interior. Estamos convencidos que es a partir de esa información como nuestro cerebro “toma las decisiones” y que lo hacemos de manera consciente, en este preciso instante. Sin embargo, si nos paramos a pensar lo que esto significaría, pronto nos daremos cuenta de que no puede ser así, que dicho funcionamiento lo único que implicaría es que vivimos continuamente en el pasado, ya que estaríamos reaccionando siempre tarde a los acontecimientos, lo cual directamente nos conduce a una conclusión: nuestra conciencia siempre estaría por detrás de lo que sucede en el mundo físico, lo que irremediablemente sería incompatible con poseer cierta capacidad para sobrevivir (sin capacidad para poder adelantarnos a los acontecimientos, difícilmente nuestra respuesta podrá ser realmente adaptativa).

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Música

Creo que en alguna entrada anterior ya hablé sobre la música y de cómo esta, en ocasiones, se comporta como si fuese una máquina del tiempo. Basta con escuchar una canción, para que sin darnos cuento nos traslademos a aquel momento concreto en la que la escuchamos incorporándola por primera vez a nuestra existencia. Poco importa si la canción en aquel momento fue más o menos importante. Resulta suficiente con que formase parte de nuestra experiencia vital. Tampoco importa mucho el grado de idealización que hagamos del momento pasado. En el fondo, para bien y para mal siempre acabamos otorgando significados en el presente distintos a los que en realidad se dieron en el pasado. Esa es quizás la ventaja de que emociones y sentimientos tienen sobre todo lo demás: se interpretan en el ahora, se sienten en el momento presente, que es cuando las cosas verdaderamente acaban por tener valor.

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