Archivo de la etiqueta: orgullo

El Tieso

El Tieso, seguramente, nunca supo que lo llamaban así. Tampoco creo que le hubiese importado, aunque probablemente sí sorprendido. La razón del sobrenombre no fue, aunque podría haberlo sido, su carácter. De puertas para fuera fueron pocos los que realmente lo conocieron. Para los ajenos era una persona amable, considerada, de aquellas a las que les disgustaba quedar mal, prefiriendo incluso salir perdiendo a nivel material que hacerlo a nivel de su propia imagen. En la intimidad era una persona verdaderamente distinta; con carácter, mucho carácter, con la que en ocasiones resultaba difícil convivir. Sus cambios de humor eran constantes. Pasaba de la placidez a la ira sin, aparentemente, una razón concreta (o al menos visible y comprensible para los que le rodeábamos). Cuando se torcía podía ser complicado razonar con él. Si tenía el poder, la fuerza para imponerse, lo hacía sin que le temblase un músculo. Era egoísta. Quizás aquí residía la causa de sus cambios de humor: le costaba aceptar que no siempre las cosas ocurrían como él las deseaba, y cuando así sucedía, la tormenta explotaba y era mejor buscar refugio, a ser posible, lejos del Tieso, hasta que por fin se le hubiese pasado el siroco. De todas maneras, siempre tuvo buen corazón. Puedo poner la mano en el fuego que jamás hizo algo siguiendo el dictado de la maldad. Nunca quiso hacer mal a nadie, y seguramente por ello la gran mayoría de nosotros lo recordamos con amor.

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Miedo a perder

Los seres humanos estamos especialmente “programados” para que no aceptar la pérdida. El problema reside en que hemos convertido algo que en su principio era vital para nuestra supervivencia en una disfuncionalidad. Quizás el motivo resida en que nos molesta perder incluso cuando lo hacemos antes de haber tenido aquello que perdemos. No importa si la pérdida es real o imaginada. De hecho, la mera posibilidad (fantasía) de conseguir alguna cosa nos lleva al sentimiento de pérdida cuando finalmente no se consuma. Poco importan las probabilidades reales que teníamos de lograrlo (aunque a mayor convencimiento, también mayor es el malestar que sentimos), la pérdida de un presunto beneficio siempre acaba transformada en pérdida. De hecho, existen emociones que se han conformado a partir del miedo a perder como por ejemplo la vergüenza (miedo a perder frente a los demás esa imagen que pensamos que tienen de nosotros, aunque, en realidad, no sea así), la culpa (miedo de las consecuencias que comporta haber cometido un determinado error), los celos (miedo a perder, o quizás sería más correcto decir a que alguien nos arrebate, el amor de alguien a quien nosotros amamos).

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Envidia Sana

La envidia es un sentimiento con más aristas de las que en un primer momento pudiera parecer. Si la miramos al “microscopio” veremos que la envidia se compone de carencia e injusticia y que suele generar cierto rencor, malestar e incluso, desafortunadamente, hostilidad. Sentimos envidia cuando creemos que alguien tiene algo que deseamos y además no merece y deseamos arrebatárselo (y si eso no es posible, que le suceda una desgracia y lo pierda). Esta es la peor de las envidias, la que acaba siendo patológica, la del perro del hortelano, la que siempre produce dolor, la que nubla cualquier capacidad de empatía y comprensión hacia el otro, la que enciende la llama de la hostilidad y quema todo a su paso.

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The Moral Psychology of Disgust

La gran mayoría de expertos coinciden que la emoción del asco surgió como respuesta adaptativa que nos permitía a los seres humanos poder evitar el contacto físico con posibles venenos, parásitos y patógenos que pusiesen en riesgo nuestra integridad. Sin embargo, existe multitud de investigaciones que muestran que la experiencia del asco y, en consecuencia, la conducta de evitación hacia la posible contaminación, no surge desde el primer momento, sino que lo va haciendo paulatinamente. Está más que demostrado que los bebes, hasta más o menos la mitad de la infancia, no muestran señales de sentir asco. De hecho, es la curiosidad la que parece primar, y las que los lleva a tender a tocarlo todo, a llevarse a la boca (principal órgano sensorial en los primeros años de vida) cualquier cosa novedosa que encuentran, para examinarla y entenderla, lo que, evidentemente, pone en gran riesgo su salud.

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Fracaso

Cada vez más nuestro medio social y cultural nos empuja en pos del éxito. Estamos obligados a triunfar. Lo contrario implica malestar en forma de pérdida de autoestima, culpa, vergüenza, tristeza y el resto de emociones que utilizan el dolor como aviso para que cambiemos nuestro proceder. Ya no basta con participar. De hecho, nunca ha sido suficiente. Siempre he tenido la sensación que esta frase no era más que la típica palmadita de condescendencia que se suele dar para decirle a alguien que le “perdonamos” su fracaso. Nos han educado para asociar éxito con felicidad, lo cual no ha hecho más que generar sufrimiento. Sin darnos cuenta, estamos construyendo una sociedad donde el dolor tiende a anteponerse al bienestar, donde la agresividad ha pisoteado al altruismo, la tristeza está a punto de eclipsar a la alegría y el miedo se ha impuesto a la esperanza. Y todo ello por la obligación de triunfar…

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Orgullo. Motivación al poder

Si existe una emoción que nos impulsa hacia la meta y al mismo tiempo permite acceder a ese estado tan deseado por todos denominado “felicidad”, ésta no es otra que el orgullo. El orgullo nos insufla la energía necesaria e imprescindible para continuar pugnando por un ideal. Es el pie de apoyo sobre el que nos elevamos para alcanzar una meta y sin el cual seriamos incapaces de dejar vueltas sin dirección ni sentido eternamente. Sin orgullo no existe dirección. Los caminos dejan de ser tales para convertirse en una nada, un vacío ingrávido, que nos convence de estar continuamente en movimiento cuando en realidad apenas si nos movemos del sitio.

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Vergüenza Ajena

05.VerguenzaAjena.pngCada lugar posee su emoción característica. La nuestra, debido posiblemente a la importancia que emociones como el orgullo y la dignidad, y su prima hermana “el qué dirán”, tienen en nuestra cultura, no es otra que la vergüenza ajena.

La vergüenza ajena no es más que una forma dolorosa de sentir empatía por los demás. Mirada desde cerca, en realidad, la vergüenza ajena vendría a ser la emoción contraria a la schadenfreude alemana. Y es que mientras que la schadenfreude se conforma a partir del sentimiento de placer ante el sufrimiento ajeno, la vergüenza ajena es su reflejo en el espejo, al convertir lo que debería ser únicamente malestar del otro en sufrimiento propio. Sigue leyendo

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Palmadita

03.Palmadita.pngNo conozco a nadie a quien no le siente bien que le den una palmadita de tanto en tanto. Entendiendo palmadita, claro está, como halago o como parabién que otra persona expresa en relación a una cualidad propia y que nos hace sentir orgullosos de nosotros mismos.

Bueno, siendo estricto, si qué conozco a algunas personas que lo niegan, que esconden el bienestar que les produce que les den una palmadita, quizás porque entienden que aceptar dicho bienestar no es más que un síntoma de debilidad, o tal vez se deba a que lo sienten como una reacción típica que produce vergüenza por el halago ajeno. No sé. De todas maneras, tampoco estoy demasiado convencido de que esto que dicen sea verdad. Más que nada porque, como seres sociales que somos, la obligación de desprendernos de parte de nuestro yo, se compensa generalmente con el amor de los otros, o simplemente, a través de la necesidad que todos tenemos de ser percibidos y aceptados por los demás Sigue leyendo

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Invisibilidad impostada

44.Invisibilidad.pngLa típica reunió social o simplemente la casualidad que comporta un pasado común suelen ser los escenarios habituales. De repente, como un fogonazo, descubres que entre la multitud de caras mayoritariamente desconocidas, has reconocido el rostro de alguien que una vez estuvo cerca de ti, pero que en la actualidad, por motivos “x”, la distancia y quizás el recuerdo es lo único compartido. El reconocimiento es mutuo. Sabes que te ha visto. Sabes que sabe que la has visto. Un único instante, pero muchísimo más largo de lo que ambas partes posiblemente desearían, en el que las miradas se cruzan y el reconocimiento transcurre desde la sorpresa que produce recordar lo que casi habías logrado olvidar, al miedo que a priori puede implicar este nuevo reencuentro. Y no es que en realidad represente un peligro. Sabemos que no se va a producir la tan temida como incomoda escena donde la cordialidad, con su musicalidad, pugna por esconder la presencia de infinitos reproches a duras penas contenidos. Nadie desea rebajarse tanto. Pero a pesar de ello, ambas partes preferirían no estar donde están y pagarían por tener la opción de poder desaparecer. Sigue leyendo

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Juez y parte


17.juezypartenuevoJuzgar a los demás es una de esas acciones que resulta casi imposible de evitar. Ves a una persona comportarse de una determinada manera y rápidamente estableces una conclusión que define y etiqueta su conducta. No importa si el resultado final de nuestra sentencia es aprobatorio, absolutorio o condenatorio, por el simple hecho de juzgar al otro o a nosotros mismos, siempre acabamos situados en una especie de pedestal en el que arbitrariamente nos hemos subido y que actúa como atrapa rayos, como un extraño imán cuyo único poder de atracción es el de acercarnos irremediablemente hacia el sufrimiento que conlleva la soberbia del que se cree juez y no es consciente que también es parte. Sigue leyendo

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