Biosfera Emocional

Cada día aparecen más investigaciones que apuntan a que cualquier organismo, por insignificante que pueda parecernos, posee y siente emociones. Hasta hace bien poco, insinuar algo como lo anterior solía comportar las burlas, no solamente en el ámbito científico, sino también en el personal o social. Decir que las planta sentían era arriesgar (yo me atreví a hacerlo hace casi cinco años en una entrada en este mismo blog y todavía recuerdo las miradas condescendientes de algún que otro colega), por esa razón, ahora, leyendo a algunos investigadores (Andreas Weber, por poner algún ejemplo) atreverse a decir que la vida siente (es decir, que todo organismo vivo tiene sentimientos) no hace sino emocionarme en gran medida. Y es que, si nos lo paramos a pensar, tiene su lógica.

Si analizamos determinados sentimientos “básicos”, como por ejemplo el hambre (entiéndase como “necesidad de alimento”), el miedo (capacidad de poderse defender en un entorno más o menos hostil) y, siguiendo el hilo, la ira (posibilidad de atacar como forma de defensa o como medio para obtener alimento o ventaja reproductiva), rápidamente nos daremos cuenta que la capacidad de sentir es inherente a la misma vida. Todo organismo vivo necesita, requiere y le resulta totalmente indispensable poder sentir (tanto lo que le ocurre a él mismo, como lo que ocurre fuera de él) para poder mantenerse con vida. De hecho, teniendo en cuenta todo lo anterior, me resulta harto difícil no asociar vida y emociones, o como podría cantar el poeta, que es sino la muerte que ausencia de sentimientos. Siento luego existo.

En consecuencia, si entendemos la biosfera como un “sistema formado por el conjunto de los seres vivos del planeta Tierra y sus interrelaciones”, incorporar las emociones a la ecuación, no es más que aplicar la lógica: ¿cómo podríamos si no mantener relaciones (interrelacionarnos) sin hacerlo a partir de emociones? Difícil, muy difícil. Porque son las emociones las que nos permiten a todos los que habitamos el planeta que la información que nuestros “cerebros” (entiéndase el término “cerebro” como el “lugar” donde cada organismo “procesa” dicha información, ya sea tanto la propia, como la que recogemos del exterior para poder funcionar con éxito y seguir manteniéndonos con vida) pueda ser utilizada correctamente de cara a mantener una adaptación funcional.

Las emociones y los sentimientos son sinónimo de vida. No resulta fácil, o al menos a mí no me lo resulta, entender la vida sin la capacidad de sentir. De hecho, me cuesta horrores imaginar un mundo habitado por seres autistas, incapaces de sentir y de compartir sus sentimientos. Nuestros antiguos estoy convencido que lo sabían. Basta con observar los vestigios que han sobrevivido y que los antropólogos utilizan para intentar explicar cómo era su vida y sus costumbres, para darnos cuenta de que la mayoría de las culturas ancestrales entendían el planeta como un inmenso organismo vivo compuesto a su vez por infinitos organismos (algunos más pequeños, otros más grandes, algunos con muy poca capacidad cognitiva, otros con bastante más). Un organismo donde, si alguno de sus componentes provoca desequilibrio, si este no es corregido con cierta premura, esto termina por comportar que el resto enferme (cosa que, incluso aquellos que se empeñan en cerrar los ojos para no ver, les cuesta trabajo negar). Porque, en realidad, somos, formamos parte de, un “organismo único” conformado de un número casi infinito de organismos, donde la comunicación, es decir, los sentimientos y las emociones, son la llave que permite que la vida prospere y se mantenga.

Etiquetado , , , , , , ,

Deja un comentario