Archivo de la etiqueta: autoestima

Queja = Procrastinación

Existen diferentes aspectos que definen la época que nos ha tocado vivir. Las distintas generaciones surgidas del siglo XXI coinciden en haberse instalado en la queja por defecto. A diferencia de generaciones de siglos anteriores donde al menos se producía una revuelta cada “x” años, nosotros llevamos casi un cuarto de siglo y todavía no hemos perpetrado ninguna revolución remarcable. Lo que podríamos resumir en algo así como iniciativa cero, pero en cambio, nos hemos vuelto expertos en la queja sin tregua.

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Emociones “encontradas”

Voy a exponer una situación personal pero que creo es también más o menos prototípica. Un día como otro cualquiera vas por la calle y te encuentras a alguien con quien, años atrás, compartiste grupo de amigos y cierta amistad. Una persona con quien llevabas bastantes años sin verte y con la no has mantenido vínculos de ningún tipo. Únicamente, de vez en cuando te encontrabas con su madre o con su prima y, en realidad por simple educación y deferencia hacia ellas, acabas preguntándoles que tal le iban las cosas…

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Manejo de la ira

La ira es esa emoción que tanto atemoriza a la sociedad por sus posibles efectos, pero que a quien verdaderamente acaba por dañar es a quien la padece. Existe una relación oculta entre autoestima (autoego) y la ira. A mayor autoestima, a mayor ego, más propensos seremos a que la ira se convierta en la emoción que nos domine. Las culpables, como casi siempre, nuestras expectativas previas. Resulta más sencillo frustrarse cuando nuestras esperanzas no están basadas en realidades. Creer que se es más de lo que realmente somos, suele terminar en la vía muerta de la ira. Y digo “muerta” porque es lo que acaba por producir en la persona que la siente. Aunque al principio confunda la vitalidad, la energía que produce, con la propia vida, pero, a la larga, como el fuego cuando se descontrola, la ira solamente en nuestro interior tierra yerma, donde incluso a las malas hierbas acaba por costarles crecer y prosperar.

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Emociones políticas 2

Cualquier sociedad aspira (o en sus inicios lo hizo, posiblemente visto los resultados de forma utópica) a que la emoción que una a todos aquellos que la componen sea el amor. Diferentes investigaciones han demostrado que, si existe una emoción importante para el bienestar de las personas, esta no es otra que el amor. Basta con recordar, a modo de ejemplo, la teoría del apego de Harlow, que nos muestran que es el amor es la emoción responsable de unir emocionalmente a las personas. En el caso concreto de los bebes, bien canalizada, los impulsa hacia la empatía, hacia el establecimiento de un interés verdadero y no egoísta en relación a la otra persona (que no la vea únicamente como un modo de lograr un fin, alimento, calor, etc.). En cambio, en la mayoría de las sociedades (desde las familias hasta las naciones) la cohesión grupal se construye a partir de sentimientos como el de “amor a la patria”, los cuales se conforman, principalmente, gracias a la emoción del orgullo. El orgullo es el “pegamento” esencial que garantiza y afianza un verdadero sentimiento de pertenencia a un grupo. Sin embargo, la diferencia entre “amor” y “orgullo” resulta más que evidente. Mientras que el primero produce una visión de igualdad entre las personas, favoreciendo la cooperación, la fraternidad y las conductas altruistas, en cambio, el segundo, se asienta en la diferencia y la competición, es decir, en aquello que hace superior a una persona per el único motivo de pertenecer a una nación, grupo, colectivo, familia, etc. Mientras que el amor une, el orgullo individualiza y nos convierte en islas, al fomentar únicamente la obligación de “defendernos” de todo aquello que pueda empequeñecernos.

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Emociones políticas

Cualquier sociedad aspira (o en sus inicios lo hizo, posiblemente visto los resultados de forma utópica) a que la emoción que una a todos aquellos que la componen sea el amor. Diferentes investigaciones han demostrado que, si existe una emoción importante para el bienestar de las personas, esta no es otra que el amor. Basta con recordar, a modo de ejemplo, la teoría del apego de Harlow, que nos muestran que es el amor es la emoción responsable de unir emocionalmente a las personas. En el caso concreto de los bebes, bien canalizada, los impulsa hacia la empatía, hacia el establecimiento de un interés verdadero y no egoísta en relación a la otra persona (que no la vea únicamente como un modo de lograr un fin, alimento, calor, etc.). En cambio, en la mayoría de las sociedades (desde las familias hasta las naciones) la cohesión grupal se construye a partir de sentimientos como el de “amor a la patria”, los cuales se conforman, principalmente, gracias a la emoción del orgullo. El orgullo es el “pegamento” esencial que garantiza y afianza un verdadero sentimiento de pertenencia a un grupo. Sin embargo, la diferencia entre “amor” y “orgullo” resulta más que evidente. Mientras que el primero produce una visión de igualdad entre las personas, favoreciendo la cooperación, la fraternidad y las conductas altruistas, en cambio, el segundo, se asienta en la diferencia y la competición, es decir, en aquello que hace superior a una persona per el único motivo de pertenecer a una nación, grupo, colectivo, familia, etc. Mientras que el amor une, el orgullo individualiza y nos convierte en islas, al fomentar únicamente la obligación de “defendernos” de todo aquello que pueda empequeñecernos.

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Alguien con quien “pelear”

Todos conocemos o hemos conocido personas que necesitan estar continuamente buscando alguien con quien “pelear”, a quien “culpar” de la situación que sea, por insulsa e intranscendente que ésta pueda resultar. Personas que viven para encontrar motivos que justifiquen la contienda continua en la que basan su existencia. Seres que basan su existencia en tener una “causa” que defender, un “tenemos que defendernos” perpetuo, y generalmente injustificado, que, a disgusto con la propia soledad, les lleva a embarcar a todos los que les rodean en sus batallas. Porque, para estas personas, o estamos con ellas, o estamos contra ellas. No existe posibilidad de término medio.

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Asco Social

Casi todos los expertos parecen coincidir en que el asco es una emoción que surge como respuesta defensiva a todos aquellos patógenos que puedan poner en riesgo nuestra integridad o supervivencia. Es la manera que tenemos de poner distancia, de evitar entrar en contacto con contaminantes o venenos, comer o beber alimentos en mal estado, respirar aire contaminado, etc. Todos establecemos una “realidad” cuyas reglas debemos seguir no sólo nosotros, también todo aquello que nos rodea. Necesitamos que se garantice que cualquier cambio no representará un peligro o amenaza. Nuestro cerebro está configurado para establecer regularidades, fórmulas de homeostasis, que nos digan que estamos seguros, que todo continúa yendo bien.

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Buscando aprobación

Sabemos que regulamos nuestras conductas adaptándolas al entorno mediante la búsqueda de aprobación ajena. Ya desde bien pequeños nos fijamos continuamente en nuestros padres (o en aquellas personas que son nuestros referentes más próximos) intentando comprobar, continuamente, si ellos aprueban o rechazan nuestro proceder. Todos nacemos teniendo la capacidad para detectar la aprobación o el rechazo. Y como muy bien sabemos, la primera nos produce bienestar, placer, satisfacción. La segunda dolor.

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Condescendencia

Mantener una aptitud condescendiente hacia los demás, a no ser que la persona que la practica ostente una posición social muy elevada (e incluso en estas ocasiones), suele comportar malestar en el resto. La condescendencia es una emoción social poco funcional grupalmente. A nadie le gusta sentir la condescendencia ajena. Lo vivimos como una agresión en toda regla, un ataque a nuestro yo. Solamente cuando somos nosotros mismos, voluntariamente, quien otorgamos al otro la oportunidad de ser condescendiente, somos capaces de aceptarlo sin adoptar una actitud reactiva. Y, aun así, si la condescendencia se prolonga demasiado en el tiempo, lo más normal acaba siendo que terminemos defendiéndonos, que protejamos nuestra autoestima para no acabar cayendo en cierta indefensión aprendida u otras formas de tristeza todavía más disfuncionales.

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La sabiduría de los psicópatas

Generalmente, cuando pensamos en cómo un psicópata es, lo vemos como un ser despiadado y carente de emociones. Estamos convencidos de que en los psicópatas (su principal problema, el que los convierte en seres incapaces de adaptarse socialmente), es su imposibilidad en cuanto a sentir compasión. Sin embargo, dicha visión es completamente equivocada. Tendemos a creer que todo el mundo empatiza, que todos somos capaces de sentir de igual manera y, por consiguiente, que lo acabamos haciendo. Cuando, en realidad, todos sentimos diferente pero, a diferencia quizás de lo que sucede con los psicópatas, la mayoría acabamos acompasando nuestros sentimientos a los de nuestro grupo de referencia para así adaptarnos mucho mejor a él. Necesitamos creer que todas aquellas personas cercanas a nosotros sienten como nosotros, de lo contrario el poder compartir, socializar, confiar, resultaría imposible. Ese es nuestro error cuando evaluamos la manera de funcionar emocionalmente de un psicópata: creer al mismo tiempo que siente diferente y que no siente.

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