Archivo de la categoría: Cuentos

El Tieso

El Tieso, seguramente, nunca supo que lo llamaban así. Tampoco creo que le hubiese importado, aunque probablemente sí sorprendido. La razón del sobrenombre no fue, aunque podría haberlo sido, su carácter. De puertas para fuera fueron pocos los que realmente lo conocieron. Para los ajenos era una persona amable, considerada, de aquellas a las que les disgustaba quedar mal, prefiriendo incluso salir perdiendo a nivel material que hacerlo a nivel de su propia imagen. En la intimidad era una persona verdaderamente distinta; con carácter, mucho carácter, con la que en ocasiones resultaba difícil convivir. Sus cambios de humor eran constantes. Pasaba de la placidez a la ira sin, aparentemente, una razón concreta (o al menos visible y comprensible para los que le rodeábamos). Cuando se torcía podía ser complicado razonar con él. Si tenía el poder, la fuerza para imponerse, lo hacía sin que le temblase un músculo. Era egoísta. Quizás aquí residía la causa de sus cambios de humor: le costaba aceptar que no siempre las cosas ocurrían como él las deseaba, y cuando así sucedía, la tormenta explotaba y era mejor buscar refugio, a ser posible, lejos del Tieso, hasta que por fin se le hubiese pasado el siroco. De todas maneras, siempre tuvo buen corazón. Puedo poner la mano en el fuego que jamás hizo algo siguiendo el dictado de la maldad. Nunca quiso hacer mal a nadie, y seguramente por ello la gran mayoría de nosotros lo recordamos con amor.

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La trampa

Todo suele empezar un día como otro cualquiera. No importa si fue soleado, nublado o llovió porque, aunque hubiese hecho el peor de los tiempos, tampoco lo recordaríamos el día que todo termina. Quizás sea  eso lo que lo convierte en intrascendente. No lo sé. Lo cierto es que, en general, no solemos tener conciencia del momento preciso en que todo se inicia. Simplemente, algo minúsculo e intrascendente provoca el primer y leve cambio. Todo iba desarrollándose con normalidad, como siempre había sido y, de repente, la bola de nieve empieza a rodar y rodar. Minúscula al principio, la mayoría de las veces gigantesca al finalizar.

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Correr cuesta abajo

Aún recuerdo aquel fatídico primer día. El sol lucía espléndido y la temperatura era perfecta. Anhelante como estaba por empezar, sin pensarlo un instante, me puse las zapatillas y me eché a la calle, todo dispuesto. Es lo que tienen los inicios, prima el deseo, todo es motivación  y los posibles obstáculos, todavía ocultos, apenas si ensombrecen las expectativas.

La avenida estaba desierta y en silencio, como si coches y personas se hubiesen conjurado para darme espacio. Los primeros pasos fueron sencillos. Notaba el asfalto acariciar mis pies y todo era fluidez en mi respiración. Según avanzaba los árboles se iban turnando ofreciéndome un zigzag de sombra y luminosidad que resultaba verdaderamente placentero. Era consciente del esfuerzo que me esperaba, de que según fuesen pasando los kilómetros el cansancio aparecería, pero me sentía plenamente convencido de que estaba preparado para afrontarlo, que lo iba a conseguir, porque, aquel día, las preocupaciones eran como las nubes: no existían. Pero, además, contaba con un plan: en cuanto la cosa se pusiese difícil me echaría cuesta abajo y dejaría que la pendiente compensase la falta de fuerzas y mitigase el cansancio. Y eso fue lo que hice, en cuanto empecé a notar que la cosa ya no era tan fluida, cuando el asfalto, en lugar de acariciar, parecía querer agarrar mis pies dificultándome mantener la zancada, entonces giré a la derecha y tome el camino que transcurría cuesta abajo.

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Congoja

48.CongojaTodos tenemos o deberíamos tener un hombro en el que apoyarnos cuando las cosas no salen tal y como habíamos esperado. Un amigo o amiga especial que siempre esté cuando las cosas vayan mal. Alguien en quien refugiarnos y esperar a que la tormenta pase y el sol vuelva a brillar. En mi caso más que una persona, que también, es la casa de mi prima Angustias, la cual está situada en un pequeño pueblo en medio de la nada más absoluta llamado Congoja.

Nada más entrar en el pueblo de Congoja, lo primero que ves es la casa de mi prima Angustias con su característica forma de barco invertido y rodeada de ese jardín tan diferente, extraño me atrevería a decir, donde la vegetación te envuelve. Sigue leyendo

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Noventa segundos

30.90Segundos.pngApenas minuto y medio después de nuestro nacimiento, acontece por defecto el de nuestro asesino emocional. Ese, quien a diferencia de nosotros, no tiene ni nombre ni cuerpo que lo defina, aunque sí una función muy concreta: eliminar cada una de nuestras emociones e impedir así que éstas puedan permanecer con nosotros. Todos poseemos uno. Propio y exclusivo pero tan parecido al de los demás que sólo de pensarlo produce escalofríos. Sigue leyendo

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Desbordado

20.Desbordado.pngMiguel se sentía satisfecho. A sus 58 años tenía los hijos ya criados, trabajaban y vivían por su cuenta, una buena relación con su mujer y un trabajo estable, qué, por si fuese poco, además apenas si le requería un gran esfuerzo. Todo parecía fluir sosegadamente hasta que por fin le llegase el momento de jubilarse, de poder cambiar el foco que había definido su vida los últimos 40 años y poder hacer todo aquello que uno piensa hará cuando las obligaciones dejen de estar presentes. Pero la vida, como ocurre con los ríos secos, siempre depara sorpresas, y lo que un día es un pedregal tranquilo, de repente y sin avisar, pasa a convertirse en caudal desbordado de aguas revueltas. Sigue leyendo

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No mires a los ojos.

27.OjosMi primer recuerdo data de cuando tenía apenas unos días de vida. Sé que resulta extraño que sea capaz de recordar algo que me sucedió a una edad tan temprana, pero fue tan intenso… Soy consciente que el primer recuerdo de la mayoría de la gente normal suele ser más tardío, pero es que yo no soy como los demás. Soy tan especial, que aquel primer recuerdo no sólo se quedó grabado a fuego en mi memoria, sino que además terminó condicionándome la vida. Estoy convencido que de haber logrado olvidarlo, hoy sería otra persona muy distinta. Definitivo. Pero de nada sirve lamentarse. Cuando uno se cae, no le queda otra que levantarse si quiere poder continuar caminando. Sigue leyendo

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El instante preciso

07.InstanteUn día las cosas deciden torcerse y a partir de ahí, por mucho que te empeñes en enderezarlas, lo único que consigues es torcerlas aún más. El recuerdo de aquel instante preciso en que todo empezó permanece grabado en mi memoria. Ese momento de no retorno en el que el mostrador de los sueños baja por primera y última vez la persiana provocando que la oscuridad difumine cualquier atisbo de color. Que inflexible, te dice que ya nada sería igual. Sigue leyendo

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Sueños de continuar

51.Sueños.pngNestor todavía no sabe a día de hoy si la idea de tener un hijo se la inculcó Rita, su mujer, o siempre había estado ahí, latente, como ocurre con los genes y con las emociones, que de repente actúan sin que antes ni tan siquiera nos hayamos planteado que pudieran tener lugar. Pero lo cierto es que, de repente, un buen o quizás un mal día, Nestor se despertó con la urgencia de ser papá, de traer al mundo un retoño fruto de su relación con Rita y que perpetuase su legado, si es que realmente tenía uno. Y ese mismo día la pesadilla se hizo realidad. Quién le iba a decir a él, que se había pasado hasta ese instante evitando que tal contingencia pudiera producirse, que cuando por fin se decidiese a dejar actuar a la naturaleza, ésta, de forma inmisericorde se le pondría en contra. Sigue leyendo

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Esperansiedad

27.Esperansiedad.pngIba a ser el día perfecto. Llevaba esperándolo tanto, que incluso al montarme en el coche me pareció irreal. Al fin iba a visitar ese pueblo tan especial, ese del que tanto me habían hablado y tan bien: de sus calles antiguas, de sus casas colgadas de la montaña, de su castillo construido en lo más alto, de las vistas y las fotos… ¡Qué ganas tenía de llegar!

La idea era visitar el pueblo con calma y después buscar un buen sitio donde comer y degustar la gastronomía local. Estaba apenas dos horas de mi destino. Me aburre conducir, por lo que tiendo a evitarlo. Prefiero caminar libre viendo pasar la vida a velocidad normal, que hacerlo aprisionado en el habitáculo de un coche, por cómodo que este sea, sin poder ver más que una eterna carretera gris inmóvil. Sigue leyendo

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