La confusión acontece cuando nuestras expectativas no se cumplen. Cuando estamos convencidos de que determinado evento va a tener lugar y sin embargo no sucede. Como ir tranquilamente caminando y de pronto al poner el pie en el suelo que este desapareciese. La confusión sería similar a la caída que experimentaríamos.
Tenhouten explica la emoción de la confusión a partir de la suma de anticipación y sorpresa. La anticipación quedaría explicada en relación a nuestras expectativas. Realizamos una previsión del mundo que nos rodea en base a nuestras experiencias previas, aspectos culturales, estructura cognitiva, etc., y a partir de ésta establecemos un patrón de conductas con el objetivo de responder adecuadamente a cada situación.
La sorpresa sobreviene cuando nuestras expectativas no acaban cumpliéndose y nos encontramos que no tenemos una respuesta que dar, siendo la función de la confusión que nos detengamos nuevamente a examinar el entorno en el que nos movemos para poder establecer una nueva composición que reformule y ponga al día nuestras expectativas previas. Por tanto su objetivo es ayudarnos automatizar nuestras respuestas a partir de establecer casuísticas concretas, facilitando así la manera que tenemos de relacionarnos con lo que nos rodea.
La importancia de la confusión es a la vez su disfunción. Cierto que al establecer patrones, regularidades, nos es más fácil enfrentarnos a los distintos escenarios y prestar atención sólo a aquello que por el motivo que sea cambie. Pero al mismo tiempo nos hace caer en la suposición de que siempre serán las cosas como nosotros creemos. Que no habrá cambios y que en consecuencia podremos seguir despreocupándonos continuamente de todo aquello que damos por establecido, por seguro. La suposición nos deja indefensos ante acontecimientos novedosos o inesperados, convirtiendo así a la confusión en un factor de riesgo en relación a nuestra propia seguridad.
La confusión nos detiene. Echa el freno a nuestros pensamientos, bloqueados a no poder echar mano de la respuesta previamente establecida y generalmente utilizada. La confusión, como ocurre con la emoción primaria que la compone, la sorpresa, es un preámbulo al miedo. Será por tanto su duración un primer factor de disfuncionalidad. Si la confusión acaba instalándose en nosotros nos incapacita al minar la confianza que tendremos en poder salir airosos del escenario novedoso. Y con ella, también acaba cayendo nuestra autoestima, es decir, nuestra capacidad de anticipar de manera exitosa las distintas situaciones. El segundo factor no será otro que la repetición. Todos tenemos durante nuestra existencia momentos de confusión. Son necesarios para ayudarnos a avanzar. Pero si nos instalamos en un caos, en la confusión continua, entonces aparece de manera extremadamente intensa la perplejidad, el desasosiego, la turbación del ánimo, y tras ellas la patología. La disminución de la capacidad consciente que implica la confusión se acaba haciendo tan extrema que perdemos cualquier viso de automatismo y la capacidad de podernos dirigir, de poder controlar, nuestro yo. Quizás por ello es a las personas excesivamente dogmáticas a las que más les puede afectar. No tener la capacidad de apertura de mente, estar abierto a posibles cambios, es con toda seguridad el primer y último paso hacia la posibilidad de poder superar las dificultades que se nos presenten en nuestro complicado y cada vez más cambiante día a día.