Si sueles leer este blog, habrás observado que no me gusta demasiado utilizar los términos “control” y “emocional” en la misma frase. Creo que hablar de control emocional es como hacerse trampas al solitario. No podemos controlar aquello que no está en nuestra mano poder hacerlo, y las emociones son algo que nos sobrepasa a nivel cognitivo: por mucho que nos empeñemos en intentar no sentir de una determinada manera, resulta más que difícil poder lograrlo. Generalmente, y a pesar de la dificultad que ello implica, prefiero hablar de “gestión de las emociones”. Ser conscientes del estado emocional en que nos encontramos ayuda, al menos, a saber (a tener una pista) de los motivos por los cuales tomamos determinadas decisiones o reaccionamos de una manera concreta. Lo cual no quita que seamos capaces siempre de cambiar una reacción emocional. El miedo, la tristeza o la ira (por citar las más conocidas) únicamente se evitan cambiando el foco de atención, lo cual, como todos sabemos, no siempre es posible llevarlo a cabo. Basta con intentar no pensar en algo para que lo único que hagamos sea pensar en ello.