Archivo de la etiqueta: nostalgia

Pena.

Sentimos pena cuando tomamos conciencia de que lo que hubo o tuvimos pasó y no volverá. En ese preciso instante. Ni mañana, ni ayer, ni pasado mañana. La pena es una emoción del ahora. De este preciso momento. Instantánea. Nos da pena que las cosas finalicen, aunque hayamos pasado (y sigamos haciéndolo) los últimos tiempos deseando que llegase el día en que acabasen. Saber que lo que hemos vivido, tenido, sentido, o lo que sea que haya sido, ya no se podrá volver a repetir nos produce cierto malestar, el cual es más o menos profundo en función del “valor” sentimental que otorguemos a aquello que se ha terminado.

Sigue leyendo

Etiquetado , , , , , , ,

La nostalgia “política”

Todo, absolutamente todo, si lo simplificamos hasta lo absurdo y desde un punto de vista subjetivo, puede ser clasificado en dos únicas categorías: lo bueno y lo malo. Ahora bien, ¿qué es lo bueno y qué es lo malo? Aquí es donde entraría en juego lo arbitrario, es decir, el punto de vista de cada uno de nosotros (en el presente caso será el mío el que suceda). Y digo todo esto porque a partir de ahora me voy a atrever a diferenciar dos tipos de nostalgias, la “buena” y la “mala”, intentando eso sí, argumentar las razones que me llevan a situar a cada una en tamaña categoría.

Sigue leyendo

Etiquetado , , , , , ,

Condenados a mirarnos el ombligo

Las nuevas tecnologías, la rapidez con la que todo se mueve y cambia hoy día, las urgencias cotidianas transformadas en incendios que se repiten y se repiten dándonos la sensación de que no hemos apagado uno que se ha encendido otro, la intrascendencia con la que nos relacionamos con la mayoría de personas que nos rodean… y un posible largo etcétera más, acaban provocando que acabemos imbuidos en nosotros mismos, contemplándonos desesperadamente el ombligo, incapaces ya no de empatizar, sino de simplemente prestar atención a los demás. Ni vemos, ni nos ven. Quid pro quo que todo lo arrasa dejando allí donde pasa un infinito desierto cada vez más difícil de recuperar.

Sigue leyendo

Etiquetado , , , , , , , ,

Nostalgia cáustica

Generalmente, cuando hablamos o pensamos sobre la nostalgia solemos hacerlo como un tipo concreto de tristeza donde también está presente cierta dosis de bienestar (que puede ir desde lo simplemente agradable hasta el placer mismo). Es la incorporación del gradiente bienestar/placer lo que determina que no exista un tipo de nostalgia único y diferenciado, es decir, que existan diferentes “nostalgias”, todas ellas preparadas para “actuar” en función del recuerdo al que van asociadas. Por ejemplo, tenemos la nostalgia “dichosa”, esa en la que aquello que recordamos nos produce mucho bienestar, incluso podríamos decir que cierta alegría o placer. También está la nostalgia añorante, más cercana a la tristeza, donde a pesar de que todavía los recuerdos que la provocan nos producen cierta agradabilidad, el hecho de que seamos plenamente conscientes de la imposibilidad de poder volver a recuperar aquello perdido en el pasado, de volver a hacerlo presente, hace que ésta acabe teniendo un sabor ciertamente agridulce. Y así podríamos seguir…, sin embargo, mi intención es aprovechar esta entrada para hablar de un tipo de nostalgia ciertamente particular y peculiar que he decidido denominar nostalgia cáustica o corrosiva.

Sigue leyendo

Etiquetado , , , , , , ,

Música

Creo que en alguna entrada anterior ya hablé sobre la música y de cómo esta, en ocasiones, se comporta como si fuese una máquina del tiempo. Basta con escuchar una canción, para que sin darnos cuento nos traslademos a aquel momento concreto en la que la escuchamos incorporándola por primera vez a nuestra existencia. Poco importa si la canción en aquel momento fue más o menos importante. Resulta suficiente con que formase parte de nuestra experiencia vital. Tampoco importa mucho el grado de idealización que hagamos del momento pasado. En el fondo, para bien y para mal siempre acabamos otorgando significados en el presente distintos a los que en realidad se dieron en el pasado. Esa es quizás la ventaja de que emociones y sentimientos tienen sobre todo lo demás: se interpretan en el ahora, se sienten en el momento presente, que es cuando las cosas verdaderamente acaban por tener valor.

Sigue leyendo

Etiquetado , , , , , , ,

El Futuro de la Nostalgia

La nostalgia es esa emoción que acontece cuando tomamos conciencia de que nuestro tiempo ha pasado. Guantazo de realidad que nos saca del convencimiento de que las cosas permanecerán por siempre de la misma manera que hasta ese momento las habíamos conocido. Creemos que nuestros ojos, nuestra mirada, permanece por siempre igual, cuando, en realidad, como todo en nosotros, va cambiando al tiempo que las experiencias se van agolpando en nuestros recuerdos. Por eso, quizás, la nostalgia siempre duele. Porque no consiste en un recordar afable, con cariño, sino que se trata de una sensación de pérdida, siempre escondida entre las sábanas de la dejadez que conlleva pensar que todo es estable.

Sigue leyendo

Etiquetado , , , , , , ,

Optimismo y perdón

En general, por lo que parece ser, las personas optimistas perdonan con más facilidad que las pesimistas. He de confesar que tampoco es algo que me sorprenda. De hecho, basta con pararse a pesar sobre la relación entre optimismo y perdón, y rápidamente vemos que existen diversas razones que ayuda a explicarla. Una podría ser que, guardar rencor, mantener viva emocionalmente la ofensa sufrida, en realidad no es más que un mecanismo de defensa que utilizamos para decirnos a nosotros mismos que ha sido el otro quien ha obrado mal, que no somos los culpables y, en consecuencia, liberarnos del peso de la culpa y de la rémora que comporta tener que arrastrar una baja autoestima. No tener la posibilidad de pasar el tiempo lamentándonos de lo que pasó, aunque impide que acontezcan los “beneficios” que ofrece permanecer relamiéndose en la autocompasión, ayuda a superar. Porque, está demostrado que, si nos liberamos de las consecuencias emocionales de una determinada situación “problemática” pasada, instantáneamente no sólo nos resulta más sencillo perdonarnos a nosotros mismos, sino que además acaba siendo más fácil también enfocar nuestros esfuerzos en el presente y poder así construir un futuro más satisfactorio. Lo cual, en realidad, suele ser la manera de proceder más habitual de las personas optimistas. Resulta más sencillo perdonar si no necesitamos tener que estar continuamente buscando una justificación que nos ayude a explicar un posible sentimiento de insatisfacción casi continuo.

Sigue leyendo

Etiquetado , , , , , ,

Vulnerabilidad y nostalgia

Todas las épocas parecen sencillas de gestionar cuando las miras desde la siguiente. Sin embargo, los problemas que tenemos de pequeños son igual de inmensos que los que tenemos de mayores. La diferencia reside en la presencia de nuestros padres (los cuales se encargan de contagiarte de sus miedos y, al mismo tiempo, hacerte saber que están ahí por si los necesitas). Porque todo tiene solución si están a nuestro lado. Tener a donde acudir cuando lo necesitamos. Desgraciadamente, esto es lo primero que cambia cuando nos hacemos mayores. El primer paso es pasar de necesitarlos a huir de ellos cuando somos adolescentes. Necesitamos demostrar y demostrarnos que somos capaces. Aunque acabemos estrellados, necesitamos saber que el aprendizaje siempre tiene un coste… Más adelante, afortunadamente, las cosas cambian. Recuperamos a nuestros padres, aunque, en general, acudimos menos en busca de su ayuda. Basta con saber que están. Y poco a poco nos damos cuenta de que empezamos a tener problemas que solamente los podemos solucionar por nosotros mismos (y en ocasiones, ni tan siquiera así). Es entonces cuando empezamos a sentir nostalgia de la infancia pasada, cuando la vida en aquellos días te empieza a parecer sencilla. Teníamos a mamá y a papá atentos a sacarnos del problema. Si enfermabas, ellos estaban allí, si tenías cualquier otro problema, ellos estaban allí. Que fácil era entonces todo, ¿verdad?

Sigue leyendo

Etiquetado , , , , , ,

El extraño orden de las cosas

En anteriores entradas ya hablamos sobre la capacidad de contagio que poseen las emociones. Basta con ver alguien que está triste para, en función del grado de empatía de cada uno, nos sintamos también tristes, enfadados o, incluso, en algunos casos, el desdén se apodere de nosotros. En este sentido la norma es clara: cuanto mayor intensidad emocional emite la otra persona (o grupo), más fácil resulta que acabemos sintiéndonos como ella. Y todo ello, claro está, sin que intervenga ningún proceso cognitivo de carácter superior. Aquí poco importa el intelecto, aquí lo primordial es lo corpóreo, los sentimientos que nos embargan.

Posiblemente, esto es así porque allá por los albores de la existencia, el primer organismo unicelular logró adaptarse y sobrevivir a su entorno gracias a cómo su “cuerpo” respondía a los requisitos externos. Con la necesidad añadida, que, para poder lograrlo, no podían existir “filtros cognitivos” que entorpeciesen una rápida respuesta. Esta es la base, seguramente, el factor de éxito, podríamos decir, que ha permitido que las emociones sean a día tan importantes para cualquier organismo vivo (especialmente para nosotros, los seres humanos). Porque, como bien dice Damasio, “la respuesta emotiva consiste en alterar el curso de la vida dentro del interior antiguo de los organismos. Estos dispositivos son los impulsos o instintos, las motivaciones y las emociones”. Y es aquí precisamente donde la homeostasis brilla con luz propia marcando la diferencia entre la existencia o no de un sentimiento o de una emoción. Las emociones determinan comportamientos. Los comportamientos acertados aseguran nuestra adaptación y, en consecuencia, nuestra supervivencia. Las emociones que inducen comportamientos erróneos o desadaptativos producen la desaparición del “organismo”, eliminando así cualquier posibilidad de volver a repetir que se vuelva a dar dicha emoción.

Sigue leyendo

Etiquetado , , , , , , ,

Contagio Emocional

Las emociones se contagian. Resulta extremadamente sencillo que, sin darnos cuenta, acabemos participando y realizando determinadas conductas por simple proximidad a una fuente emocional. La regla es clara: a mayor potencia o intensidad emocional del otro (u otros), más fácilmente acabamos asimilando el sentimiento que emiten y, por tanto, compartiéndolo. Son claros ejemplos de lo anterior lo que sucede en cualquier aglomeración de personas; eventos deportivos, manifestaciones e, incluso, pequeñas reuniones familiares. De hecho, tampoco resulta necesario una multitud para que se produzca el contagio emocional. Es suficiente que haya empatía, para que una emoción se comparta. ¿Quién puede resistirse a la tristeza o la alegría que siente un ser querido? Basta con que haya interacción entre personas para que, como buenos vasos comunicantes, las emociones se contagien.

Sigue leyendo

Etiquetado , , , , , , ,