Archivo de la etiqueta: ira

The Moral Psychology of Amusement

Todos coincidiremos en que la diversión es una emoción que nos hace sentir bien. Cercana a la emoción de fluir, ambas se generan gracias al entretenimiento, la distracción que nos producen, diferenciándose ambas en cuanto a la presencia necesaria del sentido del humor y la risa en la primera. Ambas son fuentes de placer y bienestar, ambas focalizan nuestra atención en un presente absoluto libre de peligros, donde la necesidad de controlar el entorno y estar alerta son mínimas, consiguiendo incluso en el caso del fluir que casi desaparezcan.

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“Resentisadisfacción”

La mezcla de emociones produce otras emociones. Algunas las hemos incorporado a nuestro vocabulario y por tanto les hemos otorgado existencia. Otras, por el contrario, aun estar latiendo a nuestro alrededor, siguen escondidas entre las infinitas letras que componen nuestro abecedario. Lo que no podemos nombrar, en cierto modo no existe. Esto es lo que sucede con determinadas emociones. Las sentimos, pero no sabemos nombrarlas o, por el contrario, lo hacemos con denominaciones poco precisas, lo cual, no hace más que acabar de enredar todavía más las cosas.

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Síndrome de Calimero

Cuando era pequeño había unos dibujos animados que daban en la tele donde el personaje, un tal Calimero, era un pollito negro a medio salir del cascarón, de hecho, parte de este lo llevaba de sombrero, de ojos grandes y tristones. Recuerdo que eran unos dibujos que no acaban de gustarme. No sé bien la razón, aunque posiblemente se debiese a que pasaban pocas cosas y la mayoría de estas no eran alegres. O quizás, porque el personaje siempre se estaba quejando de su mala suerte y todo parecía salirle mal. Aunque seguramente no era así y, como personaje principal que era, al final las cosas le acabasen yendo estupendamente. Mi memoria es bastante difusa y no he vuelto a ver ningún episodio desde entonces, pero quiero pensar que, por muy políticamente que fuesen por aquel entonces los dibujos animados (qué, comparados con hoy, lo era y bastante), no acabo de creerme del todo que sus creadores pensasen que, en principio, un “héroe” tristón y perdedor podría consolidarse como referente de la chiquillería (aunque teniendo en cuenta del éxito del correcaminos…). Pero lo cierto es que, seguramente sin proponérselo, ha acabado siendo el espejo de toda una (o varias) generación.

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Automatismos…

Que determinados automatismos, rutinas, son para la mayoría de nosotros una bendición, no tengo dudas. Como tampoco que en ocasiones acaban siendo un pequeño gran “dolor de muelas”, a partir de cierta edad o en determinadas formas de ser, tampoco. Un ejemplo de ello es todas esas “perdidas” que, de tanto en tanto, a muchos de nosotros nos sobrevienen. Y pongo entrecomillado el verbo perder porque, en realidad, más que de pérdida, debería hablar de olvido. Esta semana, por ejemplo, estaba en el gimnasio y, de pronto, escucho como uno de los usuarios habituales, de esos que uno, de tanto coincidir día tras día, ha terminado por establecer ciertos vínculos de familiaridad, exclama un “¡así que estabais aquí!” mientras me muestra con alborozo un manojo de llaves. “Llevaba varios días buscándolas”, me dice con alegría. “Sabía que no las había podido perder, pero no dónde las había puesto”.

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Emociones venenosas

Como ya creo que a estas alturas todos sabemos una manera de clasificar las emociones es en función de su valencia. Es decir, según si nos producen malestar (valencia negativa) o bienestar (valencia positiva). En entradas anteriores, ya hablamos de que por cada emoción con valencia positiva existen 3 de negativas, y que era debido, fundamentalmente, a que la principal función de las emociones es la de supervivencia. Sin embargo, dentro de las emociones que producen malestar, hay un grupo muy concreto, con unas características muy especiales, cuyo efectos es el de envenenarnos, o al menos, es lo que me hacen a mí y a bastante gente con la que he hablado sobre ellas.

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El signo de los tiempos

Aquellos de nosotros que hemos tenido la desgracia de sufrir un ataque de ansiedad, sabemos y entendemos perfectamente lo mal que uno se siente cuando le sucede. Por lo que, cuando contemplamos a alguien padeciéndolo delante nuestro sabemos de la inutilidad que representa intentar hablar y hacer que la persona racionalice lo que le está sucediendo. Poco importa que el detonante pueda parecernos (o que verdaderamente sea) fútil. Entre otras razones, porque éste no es más que la espita que hace prender la llama.

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Amor Fati

El amor fati es una forma de amor, en concreto aquella que sentimos hacia el destino, hacia lo que nos depara la vida, sea esto bueno o malo. En cierto modo, el amor fati es una forma de aceptación positiva hacia aquello que nos sucede y sobre lo que no poseemos capacidad de control alguna. Es un decirnos a nosotros mismos: “¿de qué sirve enfadarse o preocuparse por aquello que acontecerá, si realmente no podemos hacer nada al respecto?

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La ira, la emoción que corre hacia el futuro

Si hiciésemos una encuesta preguntando en qué tiempo situaríamos la emoción de la ira, estoy convencido que la mayoría de la gente la acabaría poniendo en el presente: como forma de responder a un mal actual. En cambio, si nos paramos a pensarlo detenidamente, veremos que la ira es más una emoción que se enmarca en el futuro. Me explicaré… Si bien es cierto que la emoción de la ira es una respuesta a un perjuicio o ataque cuyo objetivo es recuperar lo que nos ha arrebatado o defenderlo para no perderlo en el momento actual, la mirada que implica la ira siempre está fija en el paso siguiente, en ese que daremos para lograr recuperar lo perdido. Porque la ira viene a ser como ese plan, más o menos elaborado, al que de repente se le insufla un buen golpe de energía para llevarlo a cabo. Es, en cierto modo, la manera emocional que tenemos de buscar estrategias que nos devuelvan a la situación anterior a la pérdida sufrida. Y es aquí cuando la ira, en vez de producirnos dolor (como generalmente lo acaba haciendo en forma de culpa), nos acaba produciendo placer, debido principalmente a que lo que, en realidad, lo que hace es buscar un bien futuro (la ira nos convence de que seremos capaces de lograr el objetivo… el problema sobreviene si acaba no sucediendo así…). Sería algo similar a lo que sucede con la emoción de la compasión: imaginamos que con nuestra ayuda lograremos paliar su sufrimiento (si no completamente, al menos hacerlo más soportable), lo cual nos genera cierto placer o bienestar.

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Biosfera Emocional

Cada día aparecen más investigaciones que apuntan a que cualquier organismo, por insignificante que pueda parecernos, posee y siente emociones. Hasta hace bien poco, insinuar algo como lo anterior solía comportar las burlas, no solamente en el ámbito científico, sino también en el personal o social. Decir que las planta sentían era arriesgar (yo me atreví a hacerlo hace casi cinco años en una entrada en este mismo blog y todavía recuerdo las miradas condescendientes de algún que otro colega), por esa razón, ahora, leyendo a algunos investigadores (Andreas Weber, por poner algún ejemplo) atreverse a decir que la vida siente (es decir, que todo organismo vivo tiene sentimientos) no hace sino emocionarme en gran medida. Y es que, si nos lo paramos a pensar, tiene su lógica.

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Blame: Its Nature and Norms

La culpa y el culpar parecen conceptos idénticos cuando en realidad no lo son tanto. Existen importantes diferencias entre culpar, sentirse culpable y ser culpable. Aunque todo, en principio, provenga del mismo origen, la culpa, estos tres conceptos son en muchos aspectos completamente distintos.

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