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La Rueda de la Fortuna

Si buscamos el significado de la rueda de la fortuna según la filosofía antigua, ésta simboliza lo caprichoso que puede ser el destino. Lo que hoy está arriba, mañana está abajo y viceversa. En realidad, la rueda de la fortuna no es más que la incertidumbre que nos acompaña a lo largo de la vida. Nos empeñamos en creer, en autoconvencernos de que las cosas son de una determinada manera y que seguirán siéndolo más o menos así. Que no cambiarán.

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Llevarse las manos a la cabeza

Llevarse las manos a la cabeza es un gesto universal. Desmond Morris catalogó este gesto como una de las 12 expresiones más comunes para reaccionar al fracaso. Es la respuesta a un suceso, generalmente inesperado. Nos llevamos las manos a la cabeza cuando sucede algo que nos sorprende, cuando entendemos que lo sucedido no debía haber acabado de esa manera, cuando algo muy negativo acontece. Es un gesto de incredulidad, incluso de escándalo por algo que ha ocurrido y creemos está fuera de lugar, incluso una manera de autoconsolarnos por el error cometido o la oportunidad perdida.

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El signo de los tiempos

Aquellos de nosotros que hemos tenido la desgracia de sufrir un ataque de ansiedad, sabemos y entendemos perfectamente lo mal que uno se siente cuando le sucede. Por lo que, cuando contemplamos a alguien padeciéndolo delante nuestro sabemos de la inutilidad que representa intentar hablar y hacer que la persona racionalice lo que le está sucediendo. Poco importa que el detonante pueda parecernos (o que verdaderamente sea) fútil. Entre otras razones, porque éste no es más que la espita que hace prender la llama.

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9º Aniversario

Se dice rápido (aunque se vive aún más velozmente), pero han pasado 9 años desde la primera entrada de este blog. Muchas cosas han pasado y nos han pasado desde aquella fecha. Algunas buenas. La mayoría. Otras, no tanto, incluida una pandemia…, y aunque, seguramente, ninguno de nosotros somos los mismos (aunque no debido a la veracidad de ese bulo tan extendido, ese que predica aquello de que nos regeneramos celularmente cada 7 años, aun a sabiendas de que, en realidad, lo estemos haciendo continuamente y que, por tanto, los cambios que nos sobrevienen no los vivimos como tales sino como un tránsito del que no somos plenamente conscientes hasta que un día, de repente, sentimos que tanto nosotros como lo que nos rodea ha cambiado), lo que sí que continua siendo igual es la filosofía con la que empecé a escribir este blog, la cual no es otra que la de aprender y aprender, y seguir aprendiendo.

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El Tieso

El Tieso, seguramente, nunca supo que lo llamaban así. Tampoco creo que le hubiese importado, aunque probablemente sí sorprendido. La razón del sobrenombre no fue, aunque podría haberlo sido, su carácter. De puertas para fuera fueron pocos los que realmente lo conocieron. Para los ajenos era una persona amable, considerada, de aquellas a las que les disgustaba quedar mal, prefiriendo incluso salir perdiendo a nivel material que hacerlo a nivel de su propia imagen. En la intimidad era una persona verdaderamente distinta; con carácter, mucho carácter, con la que en ocasiones resultaba difícil convivir. Sus cambios de humor eran constantes. Pasaba de la placidez a la ira sin, aparentemente, una razón concreta (o al menos visible y comprensible para los que le rodeábamos). Cuando se torcía podía ser complicado razonar con él. Si tenía el poder, la fuerza para imponerse, lo hacía sin que le temblase un músculo. Era egoísta. Quizás aquí residía la causa de sus cambios de humor: le costaba aceptar que no siempre las cosas ocurrían como él las deseaba, y cuando así sucedía, la tormenta explotaba y era mejor buscar refugio, a ser posible, lejos del Tieso, hasta que por fin se le hubiese pasado el siroco. De todas maneras, siempre tuvo buen corazón. Puedo poner la mano en el fuego que jamás hizo algo siguiendo el dictado de la maldad. Nunca quiso hacer mal a nadie, y seguramente por ello la gran mayoría de nosotros lo recordamos con amor.

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Blame: Its Nature and Norms

La culpa y el culpar parecen conceptos idénticos cuando en realidad no lo son tanto. Existen importantes diferencias entre culpar, sentirse culpable y ser culpable. Aunque todo, en principio, provenga del mismo origen, la culpa, estos tres conceptos son en muchos aspectos completamente distintos.

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Aprendizaje emocional

Emociones y aprendizaje comparten un vínculo estrechísimo. Tanto es así, que éste resulta fundamental para cualquier ser vivo. De hecho, y para ser más precisos, y por poner un simple ejemplo, sería imposible obtener un aprendizaje de una experiencia si ésta, al acontecer, no nos produjese una emoción. Y no sólo eso, además, en función del tipo de emoción que sintamos y de su intensidad, el aprendizaje será de una manera o de otra y nos servirá o no para futuras situaciones más o menos similares.

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Triple Focus

Según Goleman cinco son las capacidades esenciales que debemos aprender para gestionar mejor nuestras emociones. La primera es ser capaces de dirigir nuestra atención hacia nuestro mundo interior. Contemplar atentamente nuestros pensamientos y sentimientos con el objetivo de tomar conciencia de nosotros mismos. Sin atención no existe aprendizaje, y sin aprendizaje las emociones suceden, pasan de largo y no somos capaces de entender ni lo que nos sucede, ni tampoco la razón por la que llevamos a cabo determinados comportamientos. Es decir, imposibilitamos cualquier oportunidad de autogestión, que es la segunda capacidad que necesitamos aprender. Autogestionarse significa ser capaces de entender por qué nos sentimos o actuamos de una determinada manera, porque si no somos capaces de entendernos a nosotros mismos, de saber nuestros “porqués”, entonces resulta harto difícil poder empatizar, entender a los demás y desarrollar esas habilidades sociales que nos permitirán relacionarnos desde el bienestar y no des del sufrimiento. Necesitamos a los demás para ser nosotros mismos, por lo que la calidad de nuestras relaciones determinará la riqueza o la pobreza de nuestro propio yo. Somos lo que compartimos. Sin intercambio resulta imposible crecer, mejorar y, en consecuencia, poder tomar buenas decisiones o, como mínimo, aquellas que hagan posible que nuestra existencia sea mejor.

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La monarquía del miedo

Cuando tenemos miedo, indefectiblemente, buscamos de manera desesperada protección, cuidado, seguridad. A cambio somos capaces de ofrecerlo todo, incluido nuestro yo. En pos de salvaguardar nuestro cuerpo, de intentar mitigar el dolor que el miedo produce, de continuar manteniéndonos indemnes, nada existe que nos detenga. Incluso somos capaces de desprendernos de cualquier brizna de esperanza y del amor. Todo vale cuando el miedo acontece y creemos que nos va a morder, incluido traicionar a los seres queridos: “salvase quien pueda” es la consigna que se impone en nuestro interior y, únicamente los más osados, aquellos en los que el amor a los demás logra imponerse, son capaces de hacer oídos sordos a su miedo para aliviar el de los otros. El miedo es una emoción antisocial que carece de escrúpulos y de conciencia.

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¿Control emocional?

Si sueles leer este blog, habrás observado que no me gusta demasiado utilizar los términos “control” y “emocional” en la misma frase. Creo que hablar de control emocional es como hacerse trampas al solitario. No podemos controlar aquello que no está en nuestra mano poder hacerlo, y las emociones son algo que nos sobrepasa a nivel cognitivo: por mucho que nos empeñemos en intentar no sentir de una determinada manera, resulta más que difícil poder lograrlo. Generalmente, y a pesar de la dificultad que ello implica, prefiero hablar de “gestión de las emociones”. Ser conscientes del estado emocional en que nos encontramos ayuda, al menos, a saber (a tener una pista) de los motivos por los cuales tomamos determinadas decisiones o reaccionamos de una manera concreta. Lo cual no quita que seamos  capaces siempre de cambiar una reacción emocional. El miedo, la tristeza o la ira (por citar las más conocidas) únicamente se evitan cambiando el foco de atención, lo cual, como todos sabemos, no siempre es posible llevarlo a cabo. Basta con intentar no pensar en algo para que lo único que hagamos sea pensar en ello.

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