Archivo de la etiqueta: hostilidad

Resentimiento

Hace un par de entradas, al hablar de la “resentisadisfacción” salió a colación la emoción del resentimiento, lo cual me llevó a reflexionar sobre su funcionamiento. Si la observamos, es esta una emoción compleja, combinación de ira y amargura en forma de pensamientos negativos hacia alguien, produce un sentimiento muy especial, difícil de explicar con palabras pero que, desagradecidamente todos en alguna que otra ocasión hemos sentido. Si pensamos en la ira, emoción que impele a actuar, y la comparamos con el resentimiento, donde la acción es de carácter más interno, empezamos a comprender lo absurda que es esta emoción adaptativamente hablando. Entiendo que su existencia se debe a la necesidad que todos tenemos de recordar cuando alguien nos ha perjudicado, de guardar ese recuerdo utilizándolo como un mecanismo de defensa de cara al futuro. El resentimiento no solo nos recuerda que debemos tener cuidado la próxima vez que nos relacionemos con esa persona, si no que también, gracias a la participación de la ira, nos lleva a experimentar un deseo de venganza o represalia, de actuar para hacerle saber a esa persona lo que le espera si vuelve a hacer algo similar nuevamente.

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El signo de los tiempos

Aquellos de nosotros que hemos tenido la desgracia de sufrir un ataque de ansiedad, sabemos y entendemos perfectamente lo mal que uno se siente cuando le sucede. Por lo que, cuando contemplamos a alguien padeciéndolo delante nuestro sabemos de la inutilidad que representa intentar hablar y hacer que la persona racionalice lo que le está sucediendo. Poco importa que el detonante pueda parecernos (o que verdaderamente sea) fútil. Entre otras razones, porque éste no es más que la espita que hace prender la llama.

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¿Empatía = Debilidad?

Todos aquellos que cuando empezó la pandemia creímos que, con suerte, igual ésta al menos serviría para mejorar la sociedad en que vivimos, claramente nos equivocamos. Fue pronto cuando pudimos ver con cierta sorpresa como aquellos aplausos dedicados al personal sanitario de las ocho de la tarde, pasaron a ser en pocos meses insultos y agresiones hacia el mismo colectivo al que antes se aplaudía con fervor. Desde entonces, en mi opinión (siempre subjetiva) lo que ha ido sucediendo es que todos nos hemos vuelto todavía más egoístas y egocéntricos de lo que ya lo éramos con anterioridad. Seguramente la coyuntura social, local, nacional y mundial ayuda, pero creo que no lo justifica. Y esto que digo lo siento tanto en mi vida personal como, especialmente, en la laboral. En casi todos los ámbitos por los que me muevo, la cordialidad, las buenas maneras, lo de comportarse con cierta ética y el respeto a los demás se han extinguido al igual que antes lo hicieron primero los valores y mucho antes los dinosaurios. Y, como toda extinción, ha habido y habrá consecuencias…

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¿Sirve de algo quejarse?

La queja aparece, generalmente, cuando ocurre algo que no se ajusta a lo que según nuestras expectativas debería o tendría que ser, produciendo entonces un malestar que, en función de su intensidad, puede provocar emociones que irán desde una leve tristeza o enfado, a la hostilidad o incluso la depresión.

En realidad, la función principal de la queja es la de iniciar un proceso de lucha. Es el impulso, esa energía extra, que necesitamos para levantarnos e intentar cambiar una determinada situación. El problema suele estar que, en la mayoría de las ocasiones, no acaba siendo ésta su función, sino que terminamos instalados en una queja eterna (de la que en ocasiones resulta casi imposible salir) y como dice el dicho: el árbol acaba impidiéndonos ver el bosque. Porque la queja tiene eso de terrible. Está “diseñada” para imponerse a todo sentimiento, a flotar y acaparar nuestra atención desplazando cualquier otro elemento (incluso, por importante que en ocasiones pueda llegar a ser). Y ya se sabe, una vez instalados en la queja, como esta se autoalimenta y nos retroalimenta, lo único que acabamos haciendo es quejarnos. Nada más.

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Envidia Sana

La envidia es un sentimiento con más aristas de las que en un primer momento pudiera parecer. Si la miramos al “microscopio” veremos que la envidia se compone de carencia e injusticia y que suele generar cierto rencor, malestar e incluso, desafortunadamente, hostilidad. Sentimos envidia cuando creemos que alguien tiene algo que deseamos y además no merece y deseamos arrebatárselo (y si eso no es posible, que le suceda una desgracia y lo pierda). Esta es la peor de las envidias, la que acaba siendo patológica, la del perro del hortelano, la que siempre produce dolor, la que nubla cualquier capacidad de empatía y comprensión hacia el otro, la que enciende la llama de la hostilidad y quema todo a su paso.

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Emociones políticas 2

Cualquier sociedad aspira (o en sus inicios lo hizo, posiblemente visto los resultados de forma utópica) a que la emoción que una a todos aquellos que la componen sea el amor. Diferentes investigaciones han demostrado que, si existe una emoción importante para el bienestar de las personas, esta no es otra que el amor. Basta con recordar, a modo de ejemplo, la teoría del apego de Harlow, que nos muestran que es el amor es la emoción responsable de unir emocionalmente a las personas. En el caso concreto de los bebes, bien canalizada, los impulsa hacia la empatía, hacia el establecimiento de un interés verdadero y no egoísta en relación a la otra persona (que no la vea únicamente como un modo de lograr un fin, alimento, calor, etc.). En cambio, en la mayoría de las sociedades (desde las familias hasta las naciones) la cohesión grupal se construye a partir de sentimientos como el de “amor a la patria”, los cuales se conforman, principalmente, gracias a la emoción del orgullo. El orgullo es el “pegamento” esencial que garantiza y afianza un verdadero sentimiento de pertenencia a un grupo. Sin embargo, la diferencia entre “amor” y “orgullo” resulta más que evidente. Mientras que el primero produce una visión de igualdad entre las personas, favoreciendo la cooperación, la fraternidad y las conductas altruistas, en cambio, el segundo, se asienta en la diferencia y la competición, es decir, en aquello que hace superior a una persona per el único motivo de pertenecer a una nación, grupo, colectivo, familia, etc. Mientras que el amor une, el orgullo individualiza y nos convierte en islas, al fomentar únicamente la obligación de “defendernos” de todo aquello que pueda empequeñecernos.

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Emociones políticas

Cualquier sociedad aspira (o en sus inicios lo hizo, posiblemente visto los resultados de forma utópica) a que la emoción que una a todos aquellos que la componen sea el amor. Diferentes investigaciones han demostrado que, si existe una emoción importante para el bienestar de las personas, esta no es otra que el amor. Basta con recordar, a modo de ejemplo, la teoría del apego de Harlow, que nos muestran que es el amor es la emoción responsable de unir emocionalmente a las personas. En el caso concreto de los bebes, bien canalizada, los impulsa hacia la empatía, hacia el establecimiento de un interés verdadero y no egoísta en relación a la otra persona (que no la vea únicamente como un modo de lograr un fin, alimento, calor, etc.). En cambio, en la mayoría de las sociedades (desde las familias hasta las naciones) la cohesión grupal se construye a partir de sentimientos como el de “amor a la patria”, los cuales se conforman, principalmente, gracias a la emoción del orgullo. El orgullo es el “pegamento” esencial que garantiza y afianza un verdadero sentimiento de pertenencia a un grupo. Sin embargo, la diferencia entre “amor” y “orgullo” resulta más que evidente. Mientras que el primero produce una visión de igualdad entre las personas, favoreciendo la cooperación, la fraternidad y las conductas altruistas, en cambio, el segundo, se asienta en la diferencia y la competición, es decir, en aquello que hace superior a una persona per el único motivo de pertenecer a una nación, grupo, colectivo, familia, etc. Mientras que el amor une, el orgullo individualiza y nos convierte en islas, al fomentar únicamente la obligación de “defendernos” de todo aquello que pueda empequeñecernos.

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Alguien con quien “pelear”

Todos conocemos o hemos conocido personas que necesitan estar continuamente buscando alguien con quien “pelear”, a quien “culpar” de la situación que sea, por insulsa e intranscendente que ésta pueda resultar. Personas que viven para encontrar motivos que justifiquen la contienda continua en la que basan su existencia. Seres que basan su existencia en tener una “causa” que defender, un “tenemos que defendernos” perpetuo, y generalmente injustificado, que, a disgusto con la propia soledad, les lleva a embarcar a todos los que les rodean en sus batallas. Porque, para estas personas, o estamos con ellas, o estamos contra ellas. No existe posibilidad de término medio.

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