Hace un par de entradas, al hablar de la “resentisadisfacción” salió a colación la emoción del resentimiento, lo cual me llevó a reflexionar sobre su funcionamiento. Si la observamos, es esta una emoción compleja, combinación de ira y amargura en forma de pensamientos negativos hacia alguien, produce un sentimiento muy especial, difícil de explicar con palabras pero que, desagradecidamente todos en alguna que otra ocasión hemos sentido. Si pensamos en la ira, emoción que impele a actuar, y la comparamos con el resentimiento, donde la acción es de carácter más interno, empezamos a comprender lo absurda que es esta emoción adaptativamente hablando. Entiendo que su existencia se debe a la necesidad que todos tenemos de recordar cuando alguien nos ha perjudicado, de guardar ese recuerdo utilizándolo como un mecanismo de defensa de cara al futuro. El resentimiento no solo nos recuerda que debemos tener cuidado la próxima vez que nos relacionemos con esa persona, si no que también, gracias a la participación de la ira, nos lleva a experimentar un deseo de venganza o represalia, de actuar para hacerle saber a esa persona lo que le espera si vuelve a hacer algo similar nuevamente.