Durante tres años que llevo reflexionando sobre emociones pocas han sido las ocasiones en las que me he dejado llevar por la actualidad a la hora de escribir una entrada. En realidad creo que sólo lo he hecho una vez. Hoy será la segunda.
Creo profundamente que todos tenemos derecho a expresar nuestros sentimientos y en la necesidad de expresar cómo nos sentimos. Sólo así los demás tendrán oportunidad de entender nuestras conductas. Pero sentirse de una determinada manera no da derecho a nadie a conducirse sin respetar los sentimientos de los demás. Cada uno de nosotros tenemos nuestra particular visión del mundo que nos envuelve, y con independencia de las influencias que la han configurado, para convivir es imprescindible hacer uso de la empatía. Sin ponernos en el lugar del otro nuestras emociones, nuestros sentimientos dejan de ser aceptables. Por mucha verdad que sintamos, nada nos legitima para reprimir los sentimientos de los demás. De hecho cohibir y castigar los sentimientos del otro por la simple razón de que éstos no se adaptan a los nuestros, únicamente sirve para favorecer que en un futuro alguien pueda hacer lo mismo con nosotros.
Ser libre no significa poder hacer lo que uno quiere. Creer tener razón no nos da derecho castigar a todo aquel que piense diferente a nosotros. Nuestra libertad deja de ser tal cuando hace imposible la libertad de los demás y si queremos crear y vivir en un mundo libre no nos queda otra que aceptar que nuestros sentimientos no tienen por qué ser compartidos por los demás. Por qué no compartir no significa no aceptar. Podemos sentir diferente pero no dejar de olvidar que compartimos los mismos sentimientos. Afortunadamente la mayoría tenemos la capacidad de sentir alegría, miedo, tristeza, ira o esperanza siendo las excepciones aquellos casos donde acontecen determinadas patologías y sólo unos pocos se muestran insensibles al dolor de los demás. Es nuestra capacidad de empatizar con el dolor o la alegría del otro lo que nos humaniza. Lo contrario simplemente nos aliena. Nos excluye.
Siempre he creído en el amor como la única argamasa que permite que las diferencias puedan convivir. Sin amor una madre se desentendería de su bebe tras varios días sin poder dormir. Sin amor seríamos incapaces de compartir las lágrimas de un amigo. Sin amor emociones como el altruismo, la esperanza y la felicidad serían imposibles, y sin ellas, sin ellas también lo sería la humanidad. Quizás por todo ello llevo triste desde el pasado fin de semana. No es sólo por contemplar como aquellos que tienen el poder lo usan para imponer su razón quitándosela a los que no lo tienen mediante la violencia. Tampoco por la manera se ha utilizado el miedo para evitar que los que piensan diferente hagan uso de su libertad. Resulta imposible poder expresar lo que sentimos si el miedo nos atenaza. Ni tan siquiera por la enorme vergüenza que supone comprobar las conductas de aquellos que pensabas eran tus amigos, tus hermanos, tus iguales. Me siento triste porque nuevamente he sido espectador de cómo hemos perdido la oportunidad de entendernos, de aceptarnos y cómo con dicha pérdida hemos puesto un nuevo ladrillo a ese muro invisible pero no por ello menos presente que desde hace un tiempo se levanta entre nosotros separándonos. Estoy triste por una nueva oportunidad perdida para haber hablado de lo cómo nos sentimos y ahora sólo me queda esperar a que no haya sido la última.