Archivo de la etiqueta: amor

Creando personajes…

Somos y nos convertimos en aquello que conformamos nosotros mismos mediante la creación de nuestro propio personaje. Desde el primer momento en que nuestra conciencia de yo surge, en el preciso instante en que nos damos cuenta de nuestra singularidad, comienza la construcción de nuestro personaje, la cual se llevará a cabo sin descanso en tanto nuestra conciencia continúe funcionando correctamente. Para hacerlo, nuestro cerebro suele nutrirse tanto de la información interna como de la que nuestro entorno más próximo le proporciona. Sabemos que nuestro personaje empieza a tomar las riendas de nuestro destino, cuando esa voz en “off” que todos conocemos tan bien…, la misma que está continuamente relatándonos lo que hacemos, empieza a decirnos continuamente lo que debemos o no hacer.

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¿Es la esperanza un efecto placebo?

La esperanza es ese sentimiento de que pase lo que pase el mañana siempre nos será favorable. Esto hace que sea una emoción estrechamente conectada con aspectos tan importantes para nuestra salud y bienestar emocional como lo son la fe y el amor. Necesitamos tener fe. En los momentos difíciles, en esos en los que no parece haber salida posible, en los que no sabemos qué hacer para revertir lo que nos sucede, en los cuales sentimos que no poseemos las herramientas necesarias para sobrevivir, en todos estos, tener fe, poco importa en qué, resulta fundamental para no caer definitivamente en el abismo del miedo eterno. Y, de la misma manera, queramos aceptarlo o no, todos sabemos perfectamente también que sin amor solamente queda el vacío. Y que en el vacío no existe posibilidad. Ninguna. Cero.

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9º Aniversario

Se dice rápido (aunque se vive aún más velozmente), pero han pasado 9 años desde la primera entrada de este blog. Muchas cosas han pasado y nos han pasado desde aquella fecha. Algunas buenas. La mayoría. Otras, no tanto, incluida una pandemia…, y aunque, seguramente, ninguno de nosotros somos los mismos (aunque no debido a la veracidad de ese bulo tan extendido, ese que predica aquello de que nos regeneramos celularmente cada 7 años, aun a sabiendas de que, en realidad, lo estemos haciendo continuamente y que, por tanto, los cambios que nos sobrevienen no los vivimos como tales sino como un tránsito del que no somos plenamente conscientes hasta que un día, de repente, sentimos que tanto nosotros como lo que nos rodea ha cambiado), lo que sí que continua siendo igual es la filosofía con la que empecé a escribir este blog, la cual no es otra que la de aprender y aprender, y seguir aprendiendo.

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¿Por qué nos enamoramos?

Todos sabemos más o menos (o al menos eso espero y deseo) qué es esto del “amor” y del enamoramiento. Sin embargo, lo que no tengo tan claro es que sepamos el motivo por el cual nos enamoramos. ¿Es únicamente una cuestión de química? ¿Afectan la cultura y los estereotipos? ¿Hay una única razón concreta o es una mezcla, un todo un poco a la vez? Y si es así, ¿en qué proporción?, ¿qué tiene mayor importancia? Karl Grammer, el eminente etólogo del Instituto de Biología Humana de la Universidad de Viena, afirma que el amor no es más que una construcción cognitiva de aquello que sentimos físicamente y de los procesos que tienen lugar en nuestro cerebro. Es decir, el amor es la respuesta conductual y cognitiva que tiene lugar en función de los cambios químicos y morfológicos que nos suceden. Pero, si esto es así, ¿sabemos realmente qué pasa en nuestro cerebro? ¿Se producen estos cambios con independencia de la edad de la persona? Porque yo tengo la sensación de que no es así. A mí, la experiencia me dice que según me voy haciendo más mayor me cuesta mucho más enamorarme o, como mínimo, que no lo hago con la facilidad con que lo hacía de jovencito.

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Belleza

Sentimos que algo es bello cuando nos produce placer. A mayor placer, más bello nos parece y, consecuentemente, más nos atrae y deseamos acercarnos. Todos compartimos etiquetas a la hora de nombrar las emociones. Cuando hablamos con los demás de nuestros miedos, de nuestro disgusto, de nuestra alegría, nos suelen entender. Nos solemos entender al producirse cierta empatía. Otra cosa es poder asegurar si lo que los demás sienten y que, casi al unísono, denominamos miedo, asco o alegría, es lo mismo en todos los casos. Las emociones son altamente subjetivas. Y no me refiero a que no todos sentimos miedo o alegría por las mismas cosas, que también. A lo que voy es que, en el fondo, las emociones son tan personales como la realidad, o viceversa. “Tanto monta, monta tanto”. Cada uno de nosotros las creamos, las sentimos a nuestro modo, aunque, en algunas ocasiones podamos coincidir desde un mismo punto de vista personal, emocional y, por supuesto, temporal.

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Mirada emocional

Creemos que los demás ven a los otros de la misma manera que lo hacemos nosotros. Estamos convencidos de ello. Quizás por ello cometamos tantísimos errores de apreciación, pero, sobre todo, de confianza. Olvidamos el poder de las emociones en cuanto a cómo vemos las cosas. Somos incapaces de entender que nadie más podrá ver a una determinada persona como lo hacemos nosotros si la amamos. El amor es un filtro perturbador que aniquila cualquier atisbo de objetividad y verdad en la realidad. Por eso no logramos entender que haya personas que no vean en esa persona amada lo que vemos nosotros. Olvidamos que las emociones que enfocan su mirada no son las mismas que lo hacen con la nuestra.

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El Tiempo Regalado

Podemos entender la espera de dos modos, pero teniendo en cuenta que cada uno de ellos nos configurará emocionalmente de manera drásticamente diferente. Por un lado tenemos la espera que nos ayuda a crecer, esa que necesita de su tiempo para que lo que tenga que ser madure, para así, hacernos conscientes de su importancia. Si todo fuese fácil y rápido, seguramente, casi nada tendría valor, y nosotros como seres emocionales que somos necesitamos que todo tenga su importancia para poder sentir. Nuestra existencia está compuesta, fundamentalmente, de momentos de espera. Son esos momentos, como hemos dicho, los que le dan sentido a la recompensa, los que configuran y determinan los momentos significativos de nuestro pasado y, por tanto, determinan como será nuestro futuro próximo. Entradas atrás hablamos del test de la golosina, y como la capacidad de retrasar el momento de la recompensa podía determinar el nivel de control emocional que ese niño tendría años adelante como adulto. En palabras de Andrea Kölher; los ineludibles momentos de espera nos permiten valorar nuestro pasado, pero también configurar el futuro. No hay crecimiento ni auténtico desarrollo sin espera, la recompensa exige siempre cierto retraso, la gratificación inmediata termina casi siempre por dejarnos insatisfechos.

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Simplicidad = Felicidad

La búsqueda de la felicidad es algo así como la de aquellos antiguos conquistadores que ansiaban el Dorado, o aquellos otros que buscaban el arca de la alianza o el Santo Grial. O quizás todos ellos a la vez. Porque la felicidad no es más que una quimera todavía más difícil de lograr. Seguramente porque nos hemos empeñado en que nuestras vidas deben ser felices en su totalidad, lo cual directamente nos ha llevado a ser incapaces de soportar el más mínimo inconveniente que lo dificulte. A la que algo se tuerce… Así hemos obviado que, en realidad, resulta totalmente imposible estar siempre en “estado de felicidad”. Sería como permanecer estancados en un eterno limbo, por lo que, al final, más que un sentimiento placentero, acabaríamos por sentir uno más cercano al de la claustrofobia (o eso me parece a mí).

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Señales de ira

No somos verdaderamente conscientes, pero cada vez más todo aquello que nos rodea emana agresividad, violencia. Si nos detenemos a observar, si prestamos atención, veremos que cada vez los mensajes que recibimos son más agresivos, y no solamente los de las otras personas que nos rodean o de los medios de comunicación, también otros, a priori más banales, o que deberían ser más “inocuos”, y que sin embargo, lo que terminan haciendo no es otra cosa que apelar al miedo o a la ira con el único objetivo de avisarnos de futuras consecuencias si no los obedecemos.

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La monarquía del miedo

Cuando tenemos miedo, indefectiblemente, buscamos de manera desesperada protección, cuidado, seguridad. A cambio somos capaces de ofrecerlo todo, incluido nuestro yo. En pos de salvaguardar nuestro cuerpo, de intentar mitigar el dolor que el miedo produce, de continuar manteniéndonos indemnes, nada existe que nos detenga. Incluso somos capaces de desprendernos de cualquier brizna de esperanza y del amor. Todo vale cuando el miedo acontece y creemos que nos va a morder, incluido traicionar a los seres queridos: “salvase quien pueda” es la consigna que se impone en nuestro interior y, únicamente los más osados, aquellos en los que el amor a los demás logra imponerse, son capaces de hacer oídos sordos a su miedo para aliviar el de los otros. El miedo es una emoción antisocial que carece de escrúpulos y de conciencia.

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