Archivo de la etiqueta: dolor

El sentido interoceptivo

El objetivo del sentido interoceptivo es el de informarnos en cada momento de cómo se siente nuestro cuerpo, es decir, nos pone al tanto del grado de bienestar o de malestar que tenemos de cara a poder cambiar, por ejemplo, una determinada postura o dejar de hacer una acción, y prevenir así posibles daños físicos. De todas maneras, el sentido interoceptivo no funciona igual durante toda nuestra vida. Cuando somos jóvenes, y todo va como debe, su papel es relativamente residual. Apenas tiene que trabajar. Todo está tan “lubricado” que incluso manteniendo posturas raras y realizando conductas que maltratan a nuestro cuerpo, la cosa va tan bien que llegamos a creernos que somos como uno de esos superhéroes de la Marvel. No importa desde dónde se caen y los golpes que reciben. Simplemente se levantan y a por más.

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La fuerza del optimismo

Todos aquellos que por circunstancias de la vida no somos capaces de contemplar la mayor parte del tiempo nuestra realidad “medio llena” y que tendemos más a hacerlo “medio vacía”, solemos creer, nos autoconvencemos de que el optimismo no puede ser saludable. Una emoción, un estado de ánimo, que nos vuelve vulnerables no puede ser bueno. Algo similar ocurre con todos aquellos que han sufrido un fuerte desamor: contemplan al amor como una brecha en su coraza, un modo de indefensión que no compensa y, en consecuencia, huyen de un nuevo amor como el agua lo hace del aceite. Nos decimos a nosotros mismos que es el precio que toca pagar si queremos protegernos de futuros desengaños. Preferimos anestesiarnos a una mínima posibilidad de sufrimiento. El problema es que olvidamos que un optimismo correcto no tiene porqué implicar invulnerabilidad, ni nos convierte en seres impulsivos que se lanzan hacia un objetivo sin pensar en las posibles consecuencias. Olvidamos que ser optimista es la mejor manera de generar en nosotros entusiasmo, fe, perseverancia. Creer que lograremos un reto nos completa, nos fortalece ante futuras frustraciones al hacernos ver que valemos, que poseemos herramientas para afrontar las dificultades. Esta es quizás la principal fortaleza del optimismo: nos permite emprender, intentar, aprender. Y todo ello sin tener que dejar de lado el “control”, sino todo lo contrario: nos lo provee al empoderarnos.

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Consejos vendo…

Resulta sencillo aconsejar a los demás. Desde fuera todo parece muchísimo más fácil que si tenemos que vivirlo en nuestras propias carnes. Cuando alguien te explica lo que siente, por mucha empatía que queramos poner, no es lo mismo que cuando nos sucede a nosotros. Las soluciones, los pensamientos suelen ser más “lúcidos” cuando las emociones no están presentes. Entonces la puerta de salida se presenta diáfana y cuesta entender el motivo por el que la otra persona (o nosotros mismos, si estamos analizando la situación a toro pasado) no es capaz de salir y abandonar el sufrimiento que tanto la atormenta y perturba.

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Buscando aprobación

Sabemos que regulamos nuestras conductas adaptándolas al entorno mediante la búsqueda de aprobación ajena. Ya desde bien pequeños nos fijamos continuamente en nuestros padres (o en aquellas personas que son nuestros referentes más próximos) intentando comprobar, continuamente, si ellos aprueban o rechazan nuestro proceder. Todos nacemos teniendo la capacidad para detectar la aprobación o el rechazo. Y como muy bien sabemos, la primera nos produce bienestar, placer, satisfacción. La segunda dolor.

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Mente y Cerebro

Confundir mente y cerebro es algo que se suele producir muy a menudo en el lenguaje hablado. Probablemente, la razón no es otra que la perniciosa necesidad que parecemos tener todos en “economizar” en el lenguaje, cuando lo que en realidad acabamos haciendo es limitar nuestra capacidad de comprensión. Resulta lógico que, si no vivimos en el Polo Norte y no somos diseñadores, solamente usemos un término para señalar el color blanco. Pero, eso no significa que no sea algo relativamente importante. De hecho, a la diseñadora le puede suponer pérdidas económicas si no elige el tipo de blanco que su cliente le ha demandado y, de habitar en el Polo Norte, igual nuestra supervivencia queda expuesta si no somos capaces de diferenciar a un oso polar entre la nieve. El problema reside en que tendemos a convertir en sinónimos aspectos, conceptos, que, aunque próximos, en realidad no tienen nada que ver y, a pesar de que la confusión habitualmente tampoco resulta “letal”, a la larga acaba por favorecer los errores y las malinterpretaciones.

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The Moral Psychology of Contempt

Generalmente, siempre que se realiza una violación de las normas grupales o se quebranta un derecho individual, son cuatro las emociones que suelen surgir: el desprecio, la ira, la soberbia y la repugnancia. Sobre la aparición de la ira poco hay que decir: surge como componente vigorizante que permita a la persona afrontar mejor la situación que siente como injusta e, incluso, llegar a intimidar al “agresor” para que, o bien deponga su conducta, o bien se lo piense mejor la próxima ocasión en la que piense actuar de manera similar. En realidad, solamente cuando sentimos que hemos resultado perjudicados debido a la acción de otra persona es cuando aparece la ira. Si lo que produce el perjuicio es el carácter, la personalidad (es decir, la esencia) del otro, entonces, lo que acontece es el desprecio.

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Los psicópatas jamás procrastinan

Probablemente, uno de los aspectos que diferencia a un psicópata de una persona “normal” es que los psicópatas no procrastinan nunca. La procrastinación consiste en dejar para después, de forma consciente y deliberada, tareas que resultan importantes y que, por tanto, deberían realizarse sin excusa alguna. Procrastinar es una conducta deliberada: elegimos procrastinar, incluso a sabiendas de las posibles consecuencias que hacerlo nos pueden comportar. Un psicópata no deja para después algo que le resulta “importante”. De hecho, hace todo lo contrario: focaliza toda su atención en aquello que se ha convertido en su objetivo, en algo vital, que, de no consumarlo, le produce tal grado de desazón y malestar, que no le queda otra que lanzarse con todas sus fuerzas a lograrlo.

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La sabiduría de los psicópatas

Generalmente, cuando pensamos en cómo un psicópata es, lo vemos como un ser despiadado y carente de emociones. Estamos convencidos de que en los psicópatas (su principal problema, el que los convierte en seres incapaces de adaptarse socialmente), es su imposibilidad en cuanto a sentir compasión. Sin embargo, dicha visión es completamente equivocada. Tendemos a creer que todo el mundo empatiza, que todos somos capaces de sentir de igual manera y, por consiguiente, que lo acabamos haciendo. Cuando, en realidad, todos sentimos diferente pero, a diferencia quizás de lo que sucede con los psicópatas, la mayoría acabamos acompasando nuestros sentimientos a los de nuestro grupo de referencia para así adaptarnos mucho mejor a él. Necesitamos creer que todas aquellas personas cercanas a nosotros sienten como nosotros, de lo contrario el poder compartir, socializar, confiar, resultaría imposible. Ese es nuestro error cuando evaluamos la manera de funcionar emocionalmente de un psicópata: creer al mismo tiempo que siente diferente y que no siente.

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Castigo

Siempre he pensado que el castigo nació inmediatamente después de la conformación de una comunidad. En realidad, segundos después de que algún miembro de dicha comunidad infringiese cualquiera de las normas autoimpuestas. Sin embargo, últimamente, y después de reflexionar bastante sobre el tema, no lo tengo tan claro. Me explico. Generalmente, cuando hablamos de castigo, lo hacemos sobre el castigo o la pena que nos viene impuesta desde fuera. Es decir, cuando es nuestro propio grupo social de referencia quien nos la impone, sea aplicando leyes o normas escritas o no escritas (muchas veces, son éstas últimas las que acaban produciendo un mayor efecto en quienes no las han cumplido). Pero, ¿qué sucede cuando el castigo nos viene impuesto por nosotros mismos? ¿Qué pasa si el castigo es interno?

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Congoja

48.CongojaTodos tenemos o deberíamos tener un hombro en el que apoyarnos cuando las cosas no salen tal y como habíamos esperado. Un amigo o amiga especial que siempre esté cuando las cosas vayan mal. Alguien en quien refugiarnos y esperar a que la tormenta pase y el sol vuelva a brillar. En mi caso más que una persona, que también, es la casa de mi prima Angustias, la cual está situada en un pequeño pueblo en medio de la nada más absoluta llamado Congoja.

Nada más entrar en el pueblo de Congoja, lo primero que ves es la casa de mi prima Angustias con su característica forma de barco invertido y rodeada de ese jardín tan diferente, extraño me atrevería a decir, donde la vegetación te envuelve. Sigue leyendo

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