Archivo del Autor: sendaemocional

Inseguridad

Vivimos tiempos de inseguridad, momentos que incluso los más fuertes o los más ignorantes no son capaces de ignorar. Tiempos donde la confianza escasea, en los que las certezas son pocas y, de haberlas, se refieren mayoritariamente a potenciales peligros. Tiempos caracterizados por la falta de estabilidad y en los que la tranquilidad se ha convertido en una quimera, una esperanza, casi imposible. Dicen los más optimistas que no debemos hablar de crisis sino de oportunidades. Es posible que tengan razón, pero lo que también es cierto, es que cuando nos sentimos inseguros la posibilidad de que dicho sentimiento acabe convirtiéndose en vulnerabilidad tan enorme como su optimismo. Y ya se sabe, la vulnerabilidad es la antesala del miedo. Miedo no solamente al entorno, también, y quizás esto sea lo peor, hacia las propias capacidades para poder afrontar las posibles amenazas que se pergeñan en el horizonte. El miedo al fracaso es siempre peor que el miedo al peligro.

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Dumbfounding moral

El “dumbfounding” es un término que se utiliza para describir una reacción o respuesta de sorpresa o asombro extremo, una confusión frente a algo inesperado o inaudito que nos deja sin palabras o sin capacidad para comprender o procesar lo que acabamos de presenciar o experimentar. Generalmente, el dumbfounding suele venir provocado por comportamientos o situaciones extrañas que van más allá de nuestra capacidad de comprensión y que, cuando acontece, debido a su carácter “aberrante”, nos pasa como a los conejos en una carretera de noche al ser deslumbrados por los faros de un vehículo: nos quedamos atónitos, helados cognitiva y físicamente, incapaces de reaccionar. Detenidos hasta que, o bien el coche nos pasa por encima o, si somos afortunados, reaccionamos tras lograr comprender o procesar lo que hemos experimentado.

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Resentimiento

Hace un par de entradas, al hablar de la “resentisadisfacción” salió a colación la emoción del resentimiento, lo cual me llevó a reflexionar sobre su funcionamiento. Si la observamos, es esta una emoción compleja, combinación de ira y amargura en forma de pensamientos negativos hacia alguien, produce un sentimiento muy especial, difícil de explicar con palabras pero que, desagradecidamente todos en alguna que otra ocasión hemos sentido. Si pensamos en la ira, emoción que impele a actuar, y la comparamos con el resentimiento, donde la acción es de carácter más interno, empezamos a comprender lo absurda que es esta emoción adaptativamente hablando. Entiendo que su existencia se debe a la necesidad que todos tenemos de recordar cuando alguien nos ha perjudicado, de guardar ese recuerdo utilizándolo como un mecanismo de defensa de cara al futuro. El resentimiento no solo nos recuerda que debemos tener cuidado la próxima vez que nos relacionemos con esa persona, si no que también, gracias a la participación de la ira, nos lleva a experimentar un deseo de venganza o represalia, de actuar para hacerle saber a esa persona lo que le espera si vuelve a hacer algo similar nuevamente.

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The Moral Psychology of Amusement

Todos coincidiremos en que la diversión es una emoción que nos hace sentir bien. Cercana a la emoción de fluir, ambas se generan gracias al entretenimiento, la distracción que nos producen, diferenciándose ambas en cuanto a la presencia necesaria del sentido del humor y la risa en la primera. Ambas son fuentes de placer y bienestar, ambas focalizan nuestra atención en un presente absoluto libre de peligros, donde la necesidad de controlar el entorno y estar alerta son mínimas, consiguiendo incluso en el caso del fluir que casi desaparezcan.

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“Resentisadisfacción”

La mezcla de emociones produce otras emociones. Algunas las hemos incorporado a nuestro vocabulario y por tanto les hemos otorgado existencia. Otras, por el contrario, aun estar latiendo a nuestro alrededor, siguen escondidas entre las infinitas letras que componen nuestro abecedario. Lo que no podemos nombrar, en cierto modo no existe. Esto es lo que sucede con determinadas emociones. Las sentimos, pero no sabemos nombrarlas o, por el contrario, lo hacemos con denominaciones poco precisas, lo cual, no hace más que acabar de enredar todavía más las cosas.

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Síndrome de Calimero

Cuando era pequeño había unos dibujos animados que daban en la tele donde el personaje, un tal Calimero, era un pollito negro a medio salir del cascarón, de hecho, parte de este lo llevaba de sombrero, de ojos grandes y tristones. Recuerdo que eran unos dibujos que no acaban de gustarme. No sé bien la razón, aunque posiblemente se debiese a que pasaban pocas cosas y la mayoría de estas no eran alegres. O quizás, porque el personaje siempre se estaba quejando de su mala suerte y todo parecía salirle mal. Aunque seguramente no era así y, como personaje principal que era, al final las cosas le acabasen yendo estupendamente. Mi memoria es bastante difusa y no he vuelto a ver ningún episodio desde entonces, pero quiero pensar que, por muy políticamente que fuesen por aquel entonces los dibujos animados (qué, comparados con hoy, lo era y bastante), no acabo de creerme del todo que sus creadores pensasen que, en principio, un “héroe” tristón y perdedor podría consolidarse como referente de la chiquillería (aunque teniendo en cuenta del éxito del correcaminos…). Pero lo cierto es que, seguramente sin proponérselo, ha acabado siendo el espejo de toda una (o varias) generación.

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Creando personajes…

Somos y nos convertimos en aquello que conformamos nosotros mismos mediante la creación de nuestro propio personaje. Desde el primer momento en que nuestra conciencia de yo surge, en el preciso instante en que nos damos cuenta de nuestra singularidad, comienza la construcción de nuestro personaje, la cual se llevará a cabo sin descanso en tanto nuestra conciencia continúe funcionando correctamente. Para hacerlo, nuestro cerebro suele nutrirse tanto de la información interna como de la que nuestro entorno más próximo le proporciona. Sabemos que nuestro personaje empieza a tomar las riendas de nuestro destino, cuando esa voz en “off” que todos conocemos tan bien…, la misma que está continuamente relatándonos lo que hacemos, empieza a decirnos continuamente lo que debemos o no hacer.

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Automatismos…

Que determinados automatismos, rutinas, son para la mayoría de nosotros una bendición, no tengo dudas. Como tampoco que en ocasiones acaban siendo un pequeño gran “dolor de muelas”, a partir de cierta edad o en determinadas formas de ser, tampoco. Un ejemplo de ello es todas esas “perdidas” que, de tanto en tanto, a muchos de nosotros nos sobrevienen. Y pongo entrecomillado el verbo perder porque, en realidad, más que de pérdida, debería hablar de olvido. Esta semana, por ejemplo, estaba en el gimnasio y, de pronto, escucho como uno de los usuarios habituales, de esos que uno, de tanto coincidir día tras día, ha terminado por establecer ciertos vínculos de familiaridad, exclama un “¡así que estabais aquí!” mientras me muestra con alborozo un manojo de llaves. “Llevaba varios días buscándolas”, me dice con alegría. “Sabía que no las había podido perder, pero no dónde las había puesto”.

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Neuropredicción

Que vivimos en la era de los algoritmos no es sorpresa para nadie. Los utilizamos para casi todo: chats de inteligencia artificial, listas musicales y de películas o series en determinadas plataformas, incluso hace poco leía que un equipo de investigadores de la Claremont Graduate University en Los Ángeles ha encontrado la manera de predecir cual será el tema que la romperá en las listas de éxitos. Por lo visto, todo en los seres humanos tiene una pauta y basta con encontrarla para poder determinar lo que nos gustará y lo que no.

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