Archivo de la etiqueta: recuerdos

“Resentisadisfacción”

La mezcla de emociones produce otras emociones. Algunas las hemos incorporado a nuestro vocabulario y por tanto les hemos otorgado existencia. Otras, por el contrario, aun estar latiendo a nuestro alrededor, siguen escondidas entre las infinitas letras que componen nuestro abecedario. Lo que no podemos nombrar, en cierto modo no existe. Esto es lo que sucede con determinadas emociones. Las sentimos, pero no sabemos nombrarlas o, por el contrario, lo hacemos con denominaciones poco precisas, lo cual, no hace más que acabar de enredar todavía más las cosas.

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Síndrome de Calimero

Cuando era pequeño había unos dibujos animados que daban en la tele donde el personaje, un tal Calimero, era un pollito negro a medio salir del cascarón, de hecho, parte de este lo llevaba de sombrero, de ojos grandes y tristones. Recuerdo que eran unos dibujos que no acaban de gustarme. No sé bien la razón, aunque posiblemente se debiese a que pasaban pocas cosas y la mayoría de estas no eran alegres. O quizás, porque el personaje siempre se estaba quejando de su mala suerte y todo parecía salirle mal. Aunque seguramente no era así y, como personaje principal que era, al final las cosas le acabasen yendo estupendamente. Mi memoria es bastante difusa y no he vuelto a ver ningún episodio desde entonces, pero quiero pensar que, por muy políticamente que fuesen por aquel entonces los dibujos animados (qué, comparados con hoy, lo era y bastante), no acabo de creerme del todo que sus creadores pensasen que, en principio, un “héroe” tristón y perdedor podría consolidarse como referente de la chiquillería (aunque teniendo en cuenta del éxito del correcaminos…). Pero lo cierto es que, seguramente sin proponérselo, ha acabado siendo el espejo de toda una (o varias) generación.

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9º Aniversario

Se dice rápido (aunque se vive aún más velozmente), pero han pasado 9 años desde la primera entrada de este blog. Muchas cosas han pasado y nos han pasado desde aquella fecha. Algunas buenas. La mayoría. Otras, no tanto, incluida una pandemia…, y aunque, seguramente, ninguno de nosotros somos los mismos (aunque no debido a la veracidad de ese bulo tan extendido, ese que predica aquello de que nos regeneramos celularmente cada 7 años, aun a sabiendas de que, en realidad, lo estemos haciendo continuamente y que, por tanto, los cambios que nos sobrevienen no los vivimos como tales sino como un tránsito del que no somos plenamente conscientes hasta que un día, de repente, sentimos que tanto nosotros como lo que nos rodea ha cambiado), lo que sí que continua siendo igual es la filosofía con la que empecé a escribir este blog, la cual no es otra que la de aprender y aprender, y seguir aprendiendo.

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Felicidad o Bienestar

En anteriores entradas hemos hablado sobre la imposibilidad de ser feliz de forma constante. De hecho, dejamos de ser felices en el mismo preciso instante en que deseamos serlo. Es pensar en la felicidad, que ésta se difumina, se evapora, desapareciendo mientras deja en su lugar posos de nostalgia y malestar. Buscar la felicidad no es más que un inmenso error. Lo adecuado es buscar el bienestar.

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Música

Creo que en alguna entrada anterior ya hablé sobre la música y de cómo esta, en ocasiones, se comporta como si fuese una máquina del tiempo. Basta con escuchar una canción, para que sin darnos cuento nos traslademos a aquel momento concreto en la que la escuchamos incorporándola por primera vez a nuestra existencia. Poco importa si la canción en aquel momento fue más o menos importante. Resulta suficiente con que formase parte de nuestra experiencia vital. Tampoco importa mucho el grado de idealización que hagamos del momento pasado. En el fondo, para bien y para mal siempre acabamos otorgando significados en el presente distintos a los que en realidad se dieron en el pasado. Esa es quizás la ventaja de que emociones y sentimientos tienen sobre todo lo demás: se interpretan en el ahora, se sienten en el momento presente, que es cuando las cosas verdaderamente acaban por tener valor.

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El Futuro de la Nostalgia

La nostalgia es esa emoción que acontece cuando tomamos conciencia de que nuestro tiempo ha pasado. Guantazo de realidad que nos saca del convencimiento de que las cosas permanecerán por siempre de la misma manera que hasta ese momento las habíamos conocido. Creemos que nuestros ojos, nuestra mirada, permanece por siempre igual, cuando, en realidad, como todo en nosotros, va cambiando al tiempo que las experiencias se van agolpando en nuestros recuerdos. Por eso, quizás, la nostalgia siempre duele. Porque no consiste en un recordar afable, con cariño, sino que se trata de una sensación de pérdida, siempre escondida entre las sábanas de la dejadez que conlleva pensar que todo es estable.

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El algoritmo de la felicidad

No creo demasiado en la existencia de algoritmos ni otras fórmulas más o menos “mágicas” que expliquen o determinen la felicidad. Ésta, mi opinión, está basada en mis propias experiencias, en la realidad que observo (o quiero observar) y que, por tanto, me define. De hecho, estoy plenamente convencido de que, cuando nos proponemos “encontrar” la felicidad, nunca lo conseguimos, que únicamente aparece cuando no la esperamos, sin avisarnos, silenciosamente, por lo que, lo que realmente hacemos es echarla de menos cuando nos ha abandonado. Entiendo la felicidad como uno de esos estados anímicos sobre los que tomamos conciencia únicamente cuando han pasado (con el peligro de desvirtualización que ello implica, puesto que todo recuerdo, y lo que realmente fue, no siempre se compadecen). Al menos yo, no me paro de repente y me digo a mí mismo “soy feliz”, sino que, lo que suele sucederme es que, al examinar las distintas situaciones (con independencia de si son más o menos recientes) y, probablemente, tras compararlas con mi situación actual, es cuando tomo conciencia de que fueron o son momentos felices, tristes, de ira, de miedo, vergüenza, etc.

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¿Carpe diem?

Estaba el otro día viendo la típica película dónde dos de los personajes tenían tanto miedo de exponer su amor (a pesar de ser evidente para todo el mundo), que preferían sentir el dolor del deseo no consumado, al que una realidad de desamor podría producirles. Nos enseñan de manera tan meticulosamente a no exponer nuestro yo, a estar continuamente protegiéndonos, que al final, todas esas corazas con las que nos vestimos para hacer frente el temido temporal, son las que terminan por hacer mella en nosotros. Tenemos tanto miedo a que nos hagan daño, que preferimos perder hasta la autoestima para impedirlo. ¿Qué, si no, acaba comportando silenciar, esconder, los propios sentimientos? Porque escondernos sólo lleva a autoconvecernos de no ser válidos. “¿Cómo me va a amar si no valgo ni una cuarta parte de lo que su amor merecería?”, nos repetimos una y otra vez muchos de nosotros. Ahondando en una herida que, de vieja, ya hace tiempo dejó de supurar. Y, de este modo, lenta pero concienzudamente, vamos erosionando la poca confianza en nosotros mismos que nos queda, haciendo finalmente realidad la profecía, a pesar de que, de no ser por nuestro empeño en hacer que ocurra, jamás habría tenido lugar.

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Cambio de ciclo

Con el tiempo, según vamos haciéndonos mayores, un acontecimiento que nos recuerda con nostalgia los momentos pasados es la muerte de personas famosas que, en un momento concreto, significaron alguna cosa para nosotros. Un día abres un diario, oyes en la radio o te enteras por televisión de que determinado actor, deportista, escritora, músico, …, ha fallecido y, entonces, una tristeza diferente, especial, nos envuelve. Seguramente por estar referida más a las situaciones que dichas personas nos recuerdan de nuestra existencia, que, al su propio fallecimiento en sí, al no ser en realidad personas verdaderamente allegadas por mucho cariño que les profesemos. Y no es que su muerte no tenga importancia. La tiene y mucha. Entre otras razones porque ésta implica, queramos o no, tomar conciencia de que aquellos momentos ya nunca más podrán ser recuperados. Y no es que eso en sí sea una sorpresa. Sabemos (aunque nos esforcemos en intentar olvidarlo) que todo instante vivido solamente permanece en nuestro recuerdo (más o menos inalterado en función del número de veces que lo revivamos). Que lo pasado resulta imposible volverlo a recuperar. Sin embargo, es la pérdida de todas esas personas, en realidad desconocidas, y que sin embargo tuvieron su influencia en nosotros, lo que nos lleva a apercibirnos de que, lenta pero inexorablemente, de repente, un cambio de ciclo, en este caso generacional, tiene lugar, y aquella realidad en la que participamos “oficialmente” deja por siempre de ser.

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El cerebro. Nuestra historia

42.Eagleman, David. El cerebro. Nuestra historia.jpgCada vez encuentro más cosas relativas al funcionamiento de nuestro cerebro que me fascinan. Sin darnos cuenta, estamos atravesando el umbral que nos ha de llevar a un tiempo nuevo en el que el conocimiento que tengamos en relación a cómo funcionamos, de qué manera se configura aquello que somos, fuimos y seremos, estará mucho más accesible, con las posibilidades y peligros que ello conlleva.

Hasta hace poco siempre pensé, o al menos eso me enseñaron los libros que leí y los maestros que tuve, que somos lo que somos en función de nuestras vivencias, de los “impactos” que estas acaban teniendo sobre nosotros a modo de emociones. Recuerdos, conductas, aprendizaje, conforman un trío que permiten configurar nuestro yo y lanzarlo en pos del futuro para convertirse en un nuevo yo pero a la vez igual, que de nuevo vuelva a dar un salto para impulsarse al nuevo futuro que le espera. Y de repente, resulta que la cosa no era precisamente así, sino al contrario. Sigue leyendo

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