Agresividad

26.Agresividad.pngLa agresividad es una emoción por un lado y por otro una actitud que compartimos con el resto de los animales. Tendemos a quedarnos con una de las dos principales acepciones de nuestro diccionario de la lengua: aquella que habla de la agresividad como un sentimiento de odio, de deseo de dañar al otro. Es decir, agresividad casi como sinónimo a violencia. Según este significado, una persona agresiva es aquella que agrede, que ataca y violenta ya sea con objeto de preservar y mantener lo suyo, que pugna por conseguir aquello que los otros tienen y desea, o que desea alcanzar una determinada posición dentro de la jerarquía social en la que se encuentra, a sabiendas de la importancia que ser agresivo puede tener de cara a la supervivencia. A diferencia de la agresión que es una un acto o forma de conducta “puntual”, reactiva y efectiva, la agresividad es una disposición, una forma de ser que se mantiene en el tiempo y que nos define. Es aquí donde encontramos su segundo significado: impulso, brío, decisión que nos permite emprender una idea y llevarla a cabo enfrentándonos a las posibles dificultades que puedan surgir e impedirnos poder alcanzar la meta que nos hemos propuesto. Aquí la agresividad también es un “ir hacia delante”, pero a diferencia del significado anterior, con fines constructivos, es decir, con el objeto de lograr un beneficio propio y no un mal ajeno.

Tanto Plutchik como Tenhouten entienden la agresividad a partir de este segundo significado y ambos coinciden en que está conformada por la suma de ira y anticipación. De la ira poco queda por decir. La proximidad entre ira y agresividad ha quedado patente con la primera acepción comentada anteriormente. De ahí que prefiera centrarme en el segundo ingrediente: la anticipación ya que este implica necesariamente la participación de cierto optimismo, de cierta esperanza en que una vez analizada la situación, determinada y visualizada la meta, nos sabemos capaces de poner todas nuestras energías, toda nuestra motivación, para lograr aquello que os hemos. Según Tenhouten, “la ira, la anticipación y la agresión son las emociones principales que subyacen a los estados mentales cognitivos-afectivos orientados a la consecución de un objetivo racional”, y la unión de las tres conforma la emoción de la agresividad, imprescindible para sobreponernos al pesimismo y lanzarnos a la consecución de nuestros sueños.

La agresividad, es por tanto, una emoción vital que debe incorporarse ya desde la primera infancia en pos de hacer posible que el niño aprenda la cultura del esfuerzo y de la necesidad de trabajar si se quieren alcanzar los objetivos marcados y no caer en la apatía, archienemiga donde las haya de la agresividad y por supuesto, también de la vida. Un ser apático está muchos pasos más cercano a la extinción, a la desaparición, que aquel que todavía cree y lucha por continuar. La apatía es sinónimo de muerte, mientras que la agresividad bien entendida los es de vida, de impulso, de esperanza. Con lo cual tampoco estoy diciendo que tengamos que olvidarnos de la primera acepción. Todo lo contrario. La agresividad negativa, aquella que mana en nosotros con el único objeto de dañar al otro, existe y debemos trabajar para que deje de enturbiar nuestras conductas. Lo que intento expresar es que debemos quedarnos con la segunda, esa que dirige y orienta nuestras velas consiguiendo así recoger todo el viento necesario para que nuestras metas, ilusiones y objetivos se hagan realidad.

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