Creando personajes…

Somos y nos convertimos en aquello que conformamos nosotros mismos mediante la creación de nuestro propio personaje. Desde el primer momento en que nuestra conciencia de yo surge, en el preciso instante en que nos damos cuenta de nuestra singularidad, comienza la construcción de nuestro personaje, la cual se llevará a cabo sin descanso en tanto nuestra conciencia continúe funcionando correctamente. Para hacerlo, nuestro cerebro suele nutrirse tanto de la información interna como de la que nuestro entorno más próximo le proporciona. Sabemos que nuestro personaje empieza a tomar las riendas de nuestro destino, cuando esa voz en “off” que todos conocemos tan bien…, la misma que está continuamente relatándonos lo que hacemos, empieza a decirnos continuamente lo que debemos o no hacer.

Somos como esa pieza de barro puesta en un torno y que, a partir de la presión que ejercen unas manos, puede acabar tomando una forma u otra. Las experiencias nos moldean. Somos el resultado de la interacción interior-exterior. Es la presión propia, unida a la presión social lo que dota de “identidad” a nuestro personaje, conformándolo. Y, por extraño que pueda parecernos, y a diferencia de lo que suele suceder con el barro, en nuestro caso dicha interacción la solemos hacer de dentro a fuera. Primero son nuestros sentimientos más básicos, nuestras protoemociones, fundamentalmente basadas en la sensación de confort, las que nos van guiando, para después, según se van repitiendo y consolidándose en emociones, definir un perfil de personalidad que, sin darnos cuenta, acaba siendo “dirigido” por esa voz, por ese personaje, quien sin apercibirnos, la mayoría de las veces acaba guiando nuestros actos en función de su necesidad perentoria de que seamos aceptados. De aquí de la asfixiante necesidad, cuando somos jóvenes, de buscar la aceptación y la aprobación de los demás.

Ser aceptado resulta vital para nuestro personaje ya que determina completamente en qué y en quién se va a convertir. El amor, al principio en forma de apego, y algo más tarde en forma de orgullo o amor propio, nos conforma. El desapego, la soledad, la sensación de vulnerabilidad, nos deforma. Sí, es la manera como los demás se relacionan con nosotros cuando somos bebés lo que determina el modo en cómo entenderemos y sentiremos el amor y, consecuentemente, la forma como, finalmente, acabaremos relacionándonos con ellos. La manera como aprendamos a ser amados y, por tanto, a amar, determinará el tipo de conversación que mantendremos con nuestro “personaje”. No será igual si, cuando nos equivocamos, cuando las cosas no nos salen como teníamos previsto, nuestro personaje lo acepta, aprende y continúa apoyándonos en nuestro proceso de crecimiento, a si, en cambio, éste nos castiga con reproches hasta generarnos un miedo que termine por bloquearnos, por anularnos, al socavar toda confianza en nosotros mismos. Es esto lo que muchas veces convierte a nuestro “personaje” en el peor enemigo posible. Porque, sin darnos apenas cuenta, hemos construido un “personaje” que únicamente acepta y se interesa por aquello que tiene que ver con su propio (nuestro) placer.

Todos tenemos un personaje que tiende hacia el hedonismo, solo que algunos lo saben domar mejor que otros. Aquellos que lo consiguen, logran a su vez evitar quedarse ciegos, insensibles a la empatía. No amar (respetar, aceptar) al prójimo es aplicarnos la misma medicina a nosotros mismos, y de aquí a la tristeza y la soledad más profunda, únicamente hay un pequeño, pero terriblemente doloroso, paso.

Etiquetado , , , , , ,

Deja un comentario