La esperanza nunca es certeza, únicamente posibilidad. Si no fuese así, perdería todo su poder. Anhelo asegurado no es más que simple certidumbre. Y todo lo que se torna previsible, seguro, deja de interesarnos. Nuestra atención lo anula convirtiéndolo en rutina. Simple seguridad que aporta placidez, descanso y cierto bienestar, pero nada tiene que ver con lo sentimientos que suelen acompañar a la esperanza.
La esperanza tampoco es fe. La fe contiene demasiados trazos de certeza, aunque sea ésta una certidumbre basada en creencias y no siempre con opciones reales de acontecer. La fe se acerca en cierto modo al placebo: nos sienta bien, pero no podemos decir que se base en algo cierto y definido. Simplemente está ahí, a nuestro lado para solucionar todo aquello que de manera consciente no sabemos cómo lograrlo. En cambio, la esperanza es siempre horizonte. Caminamos hacia él con el anhelo que tarde o temprano acabe concretándose en aquello que perseguimos, deseamos, o sencillamente, necesitamos (a veces desesperadamente).