El error de Descartes

09-el-error-de-descartesCuando hace más de 20 años Antonio Damasio publicó este libro todavía el gran público no sabíamos del concepto de “Inteligencia Emocional”. De hecho, Daniel Goleman no publicaría su famoso libro hasta un año después, aproximadamente. ¿Por qué esta introducción? Pues porque creo que es fundamental tomar perspectiva de lo que pudo significar en aquel momento el concepto de “marcador somático”. Yo por aquel entonces hacía poco que había abandonado la facultad y puedo asegurar que todo era conducta, cognición y por encima de todo la razón y el yo consciente como único modo aceptado de tomar decisiones. El inconsciente se lo dejaban a Freud y a su pseudociencia denominada psicoanálisis.

Éste es un libro que me abrió los ojos cuando lo leí. Recuerdo que pensé “¿cómo algo que parecía tan evidente no lo había sido hasta ese momento?” Que nuestro cuerpo decide, que nuestras sensaciones se imponen la mayoría de las veces a nuestra razón es como la luz del sol: cada mañana, con independencia de que haya más o menos nubes, está ahí, y nadie duda (por la cuenta que nos trae) que mañana seguirá estando. Y es que el concepto de “marcador somático” es casi lo mismo. Nuestra mente no se encuentra contenida sólo por un único órgano. Por mucho que nuestro cerebro sea, en apariencia, nuestro centro cognitivo, allí donde la mayoría de los estímulos que recibimos son procesados, también el resto del cuerpo participa. Nuestras vísceras nos informan, quizás incluso mucho más rápido que lo hace el cerebro, de lo que está pasando. Tanto en nuestro interior como en el exterior. Y como son las primeras en enterarse de todo, lo normal es que también “opinen”, que tomen partido en determinadas situaciones, que nos guíen, que nos acompañen en la toma de decisiones.

Eso que durante tanto tiempo denominamos “intuiciones” y que fueron generalmente denostadas por los padres de la razón, resulta que al final es la manera más eficiente de decidir, de tomar partido en función de los diferentes sucesos que estén teniendo lugar y de cómo éstos nos afecten. Siempre nos han dicho que no nos fiemos de nuestras primeras impresiones y ahora resulta que casi era lo contrario. Que resulta vital escuchar a nuestras vísceras, prestar atención a lo que éstas nos tienen que decidir, y en caso de duda, decantarnos por hacerles caso.

Resulta cada vez más evidente que un exceso de información lo único que hace es dificultad todavía más la toma de decisión. Que nuestro cuerpo, con su amplia experiencia acumulada, no sólo es más sabio de lo que otros nos habían dicho, sino que además es capaz de recordar mejor y en menos tiempo si algo en el pasado nos ayudó o nos perjudicó. Nuestras vísceras nunca descansan. Siempre están alerta, recogiendo, sintiendo, decidiendo, si aquello que nos sucede puede ser peligroso o beneficioso para nosotros. Y sin embargo… hasta ahora sólo unos pocos se habían parado a escuchar lo que sus vísceras tenían que decirles. ¿Curioso, verdad?

De todas maneras, tampoco es mi intención caer en el mismo error que Descartes, y darle más pábulo a las pasiones para quitárselo a la razón. Para nada. A lo que me vengo a referir, mi verdadera intención, no es otra que reflexionar sobre lo poco inteligente que resulta dejar de oír una parte de nosotros por la simple razón de que no podemos explicar los motivos por los que una corazonada nos lleva a tomar determinada decisión. Creo que todo es importante, que en cuestiones relacionadas con nuestra mente dos más dos nunca son cuatro, sino todo lo contrario: el todo siempre es más que la suma de sus partes.

Damasio, Antonio. El error de Descartes. Editorial Destino. 2011.

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