Decepción

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Según Plutchik y Tenhouten la decepción es una emoción secundaria compuesta por dos emociones primarias: la sorpresa y la tristeza. Si nos acercamos al diccionario de la RAE, encontramos en su primera acepción que se trata de un “pesar causado por un desengaño”. Más explícita es la definición del María Moliner: “Impresión causada por algo que no resulta tan bien o tan importante como se esperaba”.

Efectivamente, nos sentimos decepcionados cuando algo que esperábamos no sucediese, acaba ocurriendo. Lo cual, desgraciadamente, es el pan de cada día en este mundo que nos ha tocado vivir. Quizás por esa razón la decepción es la tercera emoción negativa experimentada con más frecuencia, después de la ansiedad y de la ira. Quizás el problema esté en que la mayoría en el fondo seamos almas cándidas, bien pensantes, incapaces de imaginar un presente preñado de maldad innecesaria, de egoísmo desmedido y de ególatras recalcitrantes. De otra manera me resulta imposible comprender como personas adultas pueden abusar de menores de edad, banqueros aprovecharse de la confianza de los mayores para sí apoderarse de sus pocos ahorros de uno, políticos decidir quién va a morir o vivir a partir de sus

políticas económicas, o unos chavales, meros adolescentes, robar impunemente los donativos entregados por otros y que iban destinados a niños mucho menos favorecidos que ellos.

Plutchik argumenta con razón que la emoción contraria a la decepción es el optimismo. Nada causa mayor pesimismo, mayor tristeza que una decepción. Cuando alguien nos decepciona es como si una parte importante de esa persona se muriese para nosotros. Aquella persona, esa en la que confiábamos, se ha marchado y algo nos dice que jamás lograremos volvernos a encontrar con ella. Y lo peor es que a cada decepción vamos reduciendo el círculo de confianza. Quizás por eso la ansiedad y la ira están por delante. Consecuencia seguro, a tantas decepciones sufridas y a la certeza de que por desgracia no serán las últimas que suframos.

Realmente no sé cómo era el mundo un, dos o cien siglos atrás. Si las personas que en los distintos tiempos han habitado nuestro pequeño planeta azul siempre se han comportado igual que yo

y mis contemporáneos nos estamos comportando. Pero cuesta creer que haya sido así. Cierto que la historia de la humanidad es una historia de guerras, envidias y desgracias, pero si hemos logrado llegar hasta aquí, quiero pensar que ha sido por que como especie algo debemos haber mejorado. El problema sobreviene cuando te enfrentas con la cruda realidad y cometes el error de leer un periódico. Entonces empiezas a vislumbrar la ceguera de la que todos hacemos gala. Casi nadie quiere ver el sufrimiento de los que han sido menos favorecidos que uno. La mayoría giramos la vista para no mirar como nuestro planeta se muere, y con él todos los seres vivos que lo habitan, debido a nuestro modo de vida basado en el derroche continuo y en el beneficio infinitamente creciente. Todos nos apartamos y rechazamos con tanto desdén como somos capaces de expresar, de aquellos que por lo que sea son distintos a nosotros. Distinto no significa curiosidad, formas diferentes de hacer, posibilidad de aprendizaje. Distinto significa malo, contaminante, peligroso. Y todo indica que no vamos a mejor. Vemos como los referentes, los líderes, aquellos a quienes emular, han dejado de ser los más inteligentes, los más trabajadores, los que más éxitos logran, para serlo aquellos que menos hacen, que más daño producen y que menos futuro atesoran. Y es que los niños de hoy ya no quieran ser bomberos o médicos, sino sólo famosos. ¡Qué gran decepción!

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