Morbosidad

06.MorbosidadEsta es una emoción especial. A pesar de ser eminentemente social, sin embargo, está directamente relacionada con aquello que las normas sociales marcan como “prohibido” ya que comporta realizar acciones que van en contra de lo moralmente establecido, y por tanto, se hace imprescindible vivirla en la más estricta intimidad. Como sucede en el caso de la vergüenza, luchamos por esconderla de los demás. Ser visto como una persona morbosa provoca repulsión, ya que como bien dice Tenhouten, “la persona morbosa encuentra la alegría y el placer en lo que es desagradable para los demás”, y por tanto, pese a la pena social, el sujeto no está dispuesto a renunciar a su placer “privado” y lo esconde del juicio social sabedor que de ser descubierto, su reputación social no quedará muy bien parada.

La morbosidad es una emoción que  tanto Tenhouten como Plutchik descomponen en asco y alegría. La atracción que nos provoca aquello que sabemos prohibido, el miedo a ser descubiertos, unido a cierta necesidad por transgredir las normas sociales para así sentirnos distintos, conforman una sensación en cierto modo agridulce. Por un lado nos atrae aquello de lo que sabemos debemos alejarnos. Por el otro, el hecho de sabernos capaces de transgredir la norma, de soportar la repulsión, de sabernos diferentes, nos provoca un placer muy difícil de encontrar en otras situaciones sociales. He aquí posiblemente la razón por la que ésta, aunque pueda parecer que no, es una emoción mucho más extendida de lo que todos nosotros estaríamos dispuestos a reconocer. La mayoría tenemos una parte morbosa, y aunque podríamos culpar de ello a nuestra curiosidad innata, a esa atracción que la mayoría sentimos hacia lo prohibido y lo desconocido,  es en realidad la parte hedonista la responsable de que haya personas que necesiten sentir más o menos frecuentemente esta emoción.

Unir dos emociones tan contrapuestas como el asco y la alegría provoca que ésta sea considerada una emoción malsana, prototípica de una persona enferma (socialmente hablando). Lo que en privado aceptamos sin dudar, socialmente no es entendible ni aceptable. El juicio social obliga a catalogar de trastornada a aquel con propensión a experimentar morbosidad. En cierto modo sería una especie de octavo pecado capital similar a la lujuria o la gula, donde al dejarnos arrastrar por la atracción hacia lo desagradable y lo macabro, socavamos nuestra integridad transformando nuestras acciones en moralmente injustificables. Al ser descubierta, la persona morbosa pasar a ser considerada débil por su incapacidad para resistirse a las pasiones y por tanto “castigada” por ello. Quizás por ello la morbosidad esté tan cercana a la culpa. Si tenemos en cuenta que el asco comparte muchas de las características del miedo (emoción secundaria que diferenciaría a la morbosidad de la culpa), resulta sencillo concluir que la culpa, en el caso concreto de la morbosidad, provocaría la intensificación de la alegría. El hecho de sentirnos culpables por transgredir una norma, por realizar una acción considerada indeseable socialmente, aumentaría el placer a la hora de llevarla a cabo. Vendría a ser como una especie de retroalimentación. A mayor asco, a mayor culpa por la transgresión, mayor placer y por tanto mayor sentimiento de alegría. Y es aquí donde reside la principal disfuncionalidad de la emoción: cuando como ocurre con la mayoría de emociones positivas, resulta imposible desligarse de realizar acciones morbosas, quedando así atrapada la persona por la adicción que el placer de transgredir provoca.

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