Soledad

43.Soledad.pngResulta evidente que la soledad tiene mala prensa en una sociedad basada en la interrelación como forma de mantener el sistema. Todo parece estar pensado y diseñado para la vida en común, por lo que optar por la soledad es como nadar contra corriente. Quizás porque resulta más fácil el control social cuando los vínculos que mantenemos con los demás nos obligan a aceptar determinadas renuncias por temor a que las cosas, en caso de no tomar el camino señalado, puedan ponerse todavía más difíciles. Desde el preciso instante en que traspasamos la pubertad, todas las preguntas suelen versar sobre si ya mantienes una relación con alguien. Y según van pasando los años, éstas van haciéndose cada vez más inquiridoras.Cuando finalmente por fin se logra el objetivo, rápidamente se pasa pantalla, y las preguntas pasan a referirse sobre cuando tendrás descendencia. El niño, la niña, la parejita, y un largo etcétera que como le sucede al rio por grande o pequeño que sea, no hay opción posible y tarde o temprano se acaba desembocando en el mar.

Todo lo anterior forma parte del acicalado social, es decir, la necesidad de controlar y organizar constantemente todas las manifestaciones de afecto, frustración y agresividad, con objeto de garantizar así unos vínculos sociales fuertes. Renunciar a dichos lazos implica en cierto modo un tipo de exilio. “Sí, estás con nosotros, te relacionas con nosotros, pero no eres verdaderamente de los nuestros”. El no sometimiento a la dictadura de la compañía como única forma de vida, implica en cierto modo al exilio voluntario, a una forma de alienación sutil, que incluso en ocasiones te agrede al no cesar de repetirte aquello de “que harás cuando seas mayor y no tengas a nadie que te haga compañía”.

Quizás por todo lo anterior, y probablemente por mucho más que dejo en el tintero, suele resultarnos tan duro y difícil a la mayoría permanecer durante demasiado tiempo en verdadera soledad. Estamos tan condicionados a la compañía, a estar rodeado continuamente de personas ante las que actuar y  hacer de espectador, que hemos aprendido a necesitarla de tal manera, que cuando nos falta, poco importa que se deba a la propia voluntad, nos duele y algo dentro de nosotros nos impele a buscarla rápidamente e incluso a veces a cualquier precio. Hemos interiorizado de tal manera que para sobrevivir no tenemos otra que vivir en comunidad, que solamente nos sentimos bien cuanto más compartimos. Nos han enseñado a preferir estar con los otros que a hacerlo con uno mismo, y quizás por ello vivimos cada vez más en un mundo donde la depresión, la hostilidad y la ansiedad social conforman el pan de cada día, sin el cual resulta casi imposible vivir y a la vez no vivir.

Sin darnos cuenta estamos construyendo una realidad en la que la compañía sigue imponiendo su dictadura. La diferencia con la realidad de nuestros padres y abuelos, es que hoy dicha compañía ha dejado de dar calor. Ya no hay lugar al contacto entre pieles. Los bis a bis han dejado de estar al alcance de la mano, para tener lugar en el ciberespacio. Las redes sociales, la televisión y demás han ocupado el lugar de las personas en carne y hueso. Ahora la compañía no es más que un sucedáneo en forma de holograma que apenas si llena, pero que si cabe,  continuar cumpliendo su misión con mayor precisión. Nunca antes hemos estado más controlados socialmente que ahora, y sin embargo todo el mundo tiene la impresión de ser más libre que nunca. Ironías de la tecnología y su uso disfuncional dentro de una sociedad neocapitalista altamente competitiva y alienadora.

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