Palmadita

03.Palmadita.pngNo conozco a nadie a quien no le siente bien que le den una palmadita de tanto en tanto. Entendiendo palmadita, claro está, como halago o como parabién que otra persona expresa en relación a una cualidad propia y que nos hace sentir orgullosos de nosotros mismos.

Bueno, siendo estricto, si qué conozco a algunas personas que lo niegan, que esconden el bienestar que les produce que les den una palmadita, quizás porque entienden que aceptar dicho bienestar no es más que un síntoma de debilidad, o tal vez se deba a que lo sienten como una reacción típica que produce vergüenza por el halago ajeno. No sé. De todas maneras, tampoco estoy demasiado convencido de que esto que dicen sea verdad. Más que nada porque, como seres sociales que somos, la obligación de desprendernos de parte de nuestro yo, se compensa generalmente con el amor de los otros, o simplemente, a través de la necesidad que todos tenemos de ser percibidos y aceptados por los demás.

Lo que sí que es cierto, es que hacía tiempo que no me daban una palmadita, y qué por tanto, ya casi no me acordaba del sabor “agridulce” que ello suele comportar. Por un lado está el sentimiento de orgullo, unido a un ímprobo esfuerzo por evitar que se nos note. Por el otro, la certeza del malestar que implica tener que reconocer de manera tan directa que la calidad de nuestra autoestima depende en gran medida de la opinión que los demás tienen, y sobre todo, expresan, de nosotros. Y a fe de ser sincero, tampoco me acordaba lo difícil que parece que les resulta a los demás hacerlo. Observas como se produce en estos una especie de sensación vergonzosa. Notas como el otro se atrabanca, como le cuesta expresarse, y entonces te preguntas ¿por qué resulta tan complicado decirle a los demás cosas buenas y en cambio es tan sumamente sencillo hacer todo lo contrario? Y es que parece que nos hubiésemos acostumbrado a estar perpetuamente a la greña con los demás, a mantener posiciones defensivas que imposibilitan de todas todas cualquier tipo de sentimiento positivo hacia estos. Nos cuesta tanto decirle al otro que lo queremos, y en cambio resulta tan sencillo decirle lo mucho que nos disgusta, que a veces me pregunto qué si es que hay algo que está mal dentro de nosotros. Vivimos rodeados de personas, la mayoría incluso podríamos decir que resultan importantes para nosotros. Somos tan obtusos, que acabamos dándonos cuenta su importancia, y de lo poco que se lo decimos, cuando resulta ya demasiado tarde, y entonces, eso que nacía del amor, de sentimientos positivos y generadores de bienestar, acaba transformado en culpa por lo que no fuimos capaces y deberíamos haberlo sido.

Nos creemos tan por encima del bien y del mal, que no sólo reprimimos nuestros sentimientos, sino que además nos negamos a sentirlos y a compartirlos con los demás. Olvidándonos así de lo importante que resulta para una vida feliz y plena, compartir nuestro amor, darnos y saber que los demás hacen lo mismo para con nosotros. ¿Cómo puede ser que nos privemos de compartir este tipo de sentimientos? ¿Es tan importante para nosotros la necesidad de sabernos inexpugnables? Quizás sí. Y es que habitamos un mundo tan agresivo y, en muchas ocasiones incluso cruel, que descubrir las propias cartas nos da pavor. Donde levantar la coraza que a diario nos protege, ha terminado convirtiéndose en cotidianeidad en vez de ser simplemente una conducta puntual. Tristemente hemos hecho de la anécdota razón de ser y por la cual vivir.  Pero sabes que te digo, que nunca es tarde para dejar de hacerlo. Se en propias carnes de la dificultad. ¿Pero que podemos perder por intentarlo?

Etiquetado , , , , , , ,

Deja un comentario