Your Brain is a Time Machine

22.Your Brain is a Time Machine.jpgA día de hoy, la única manera que tenemos los seres humanos de viajar en el tiempo es mediante nuestras emociones. Son éstas las encargadas de activar determinados “inputs” en nuestra memoria con el objeto de recuperar aquellos recuerdos que una vez fueron presente y que hoy no son más que pasado. Son las emociones, su intensidad, las que configurar la potencia de nuestros recuerdos y en consecuencia, el único camino que tenemos para volver a determinados momentos de nuestra existencia e incluso recrearnos en ellos como si nuevamente volviesen a ser actualidad rabiosa, cuando en verdad hace mucho que tuvieron lugar. Basta con leer la manera en como Proust nos habla de como una simple magdalena puede retrotraerlo a una época de su vida que hasta ese momento tenía olvidada. Y no es que la magdalena en sí resultase de una importancia vital. Simplemente estuvo conectada con un momento concreto de su existencia que lo conformó como persona y sin el cual, posiblemente, no hubiese sido (no hubiésemos sido) lo que finalmente fue.

Sin embargo, el precio que nos toca pagar por cada viaje que hacemos en el tiempo, es el de difuminar nuestros recuerdos primigenios. A cada vuelta atrás, los contaminamos al combinarlos con el momento presente. Nuestro yo actual siempre nos determina. Se impone a aquellos otros yoes que fuimos, transformando dichos recuerdos, sin que nos demos cuenta de ello, en unos recuerdos nuevos que nos resulta imposible diferenciar de los antiguos. Y es que no hay nada en la existencia que sea invariable. Todo muta, cambia o se transforma. Más o menos rápido. Más o menos lento. En eso consiste la subjetividad del tiempo. De nuestro tiempo, o quizás sería más correcto decir: de la manera como tenemos de entender el tiempo. Y es que en realidad el tiempo somos nosotros mismos. El tiempo es nuestro cerebro a modo de conciencia. Y, como sucede con nuestros recuerdos, somos nosotros quienes construimos el relato que nos configura y nos da sentido. Los que le ponemos un principio y un final, basando principalmente ambos en la intensidad de las emociones que acontecieron en dichos momentos temporales. Necesitamos de algo que nos agite, que haga mella en nosotros, que defina el momento primigenio a partir del cual establecemos el segundo cero de nuestra conciencia, de nuestro yo. Lo cual no significa que antes no tuviésemos emociones intensas, seguramente si pensamos en el momento de parte coincidiremos en que las tuvimos, simplemente es que nuestro cerebro hasta ese instante “cero”, no estaba preparado para registrarlas y por tanto pasaron de largo para quedar en el olvido.

De la misma manera, también nuestro cerebro es una máquina del tiempo capaz de viajar hacia el futuro. Gracias a la esperanza, las expectativas futuras, somos capaces de imaginar una realidad aún no acontecida preparando así el momento presente y facilitando su adaptación con el lugar a donde queremos llegar, en lo que nos queremos convertir. Sin embargo aquí el poder de nuestras emociones es menor. Aun teniendo capacidad de convertir la imaginación en sentimiento, a diferencia de lo que ocurre con los recuerdos, son incapaces de asegurar el resultado final. De aquí que la esperanza pueda fácilmente convertirse en frustración, en miedo e incluso en decepción a modo de tristeza. Dependiendo en consecuencia únicamente de nosotros mismos, la deriva con la que encararemos el porvenir.

Buonomano, Dean. Your Brain Is a Time Machine: The Neuroscience and Physics of Time. WW Norton & Co. 2017.

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