Noventa segundos

30.90Segundos.pngApenas minuto y medio después de nuestro nacimiento, acontece por defecto el de nuestro asesino emocional. Ese, quien a diferencia de nosotros, no tiene ni nombre ni cuerpo que lo defina, aunque sí una función muy concreta: eliminar cada una de nuestras emociones e impedir así que éstas puedan permanecer con nosotros. Todos poseemos uno. Propio y exclusivo pero tan parecido al de los demás que sólo de pensarlo produce escalofríos.

Un asesino a quien poco le importa la hora del día, ni la época del año en que aniquilar. Eso son cosas secundarias. Siempre actúa sin piedad, escrúpulo ni descanso alguno. No tiene corazón, ni falta que le hace. Y a pesar de vivir con nosotros, viajar continuamente detrás de nosotros apenas sin separarse más que un breve lapso de tiempo, y compartir mesa, mantel y lecho, jamás confraterniza. Nunca lo verás aparecer, ni saludar. Por mucho que lo intentes. Ni con el rabillo del ojo, ni haciéndote el dormido, lograrás atraparlo. Pocos de nosotros, casi ninguno en realidad, sabemos de su existencia. Tampoco importa demasiado. Lo sepamos o no, jamás seremos capaces de impedirle cumplir su misión: eliminar nuestro yo anterior con el único objetivo que nuestro yo presente no se parezca en casi nada al del pasado. Y así indefinidamente, de manera magistral y sin necesitar descanso alguno, se afana en lograr que nuestro yo futuro nada tenga que ver con ninguno de los enésimos que le han precedido. Su habilidad es tal que logra hacernos creer que seguimos siendo continuamente los mismos. Artista virtuoso y a la vez silencioso, consigue convencernos durante gran parte de nuestra vida que nada ha cambiado. Que aquel mocoso que tanto lloró en su primer día de escuela, es el mismo que ríe despreocupado jugando a las cartas con los amigos de la facultad. Que ese a quien tanto asustó la llegada al mundo de su primera hija, se parece en algo al que desdeña a su vecino del cuarto por su falta de objetivos en la vida. ¡Un crack!

Nuestro asesino nos configura. Sin tanto cadáver a sus espaldas la cosa se nos podría más que complicada. Resultaría imposible transcender, mutar y adaptarnos al paso del tiempo y el cambio de escenarios que ello comporta. Sin su afilado cuchillo, su humeante pistola o su insípido veneno, caminaríamos eternamente muertos en vida. Nuestro asesino emocional nos asegura la posibilidad de continuamente estar abiertos a nuevas emociones. Sin que ninguna de ellas barre el paso a la que le precede. Impidiendo que alguna de ellas acabe instalándose indefinidamente, aunque a primera vista pueda parecernos injusto. Por qué imagínate sentirte alegre durante toda la existencia. Suena tan terrible como quedar eternamente sumido en un mar de lágrimas o aplastado por los miedos. ¿Quién podría desear algo así?, se pregunta una y otra vez, mientras cumple con su ingrato cometido. A sabiendas de que si le fuese posible pedirnos permiso, seguramente se lo denegaríamos. Que si supiésemos de su proceder, probablemente se lo reprocharíamos. Desagradecidos hasta el fin.

Afortunadamente, casi nunca falla, y según va transcurriendo nuestra existencia, cada vez le va resultando más sencillo llevar a cabo su cometido.  Cuantos más asesinatos acomete, más fácil le va resultando matar. Como si alguna vez hubiese tenido conciencia y la hubiese perdido. Mecánicamente va cumpliendo con su misión hasta acabar con la última y definitiva: aquella que se nos escapa, noventa segundos después de la que la respiración nos abandone para no retornar. Entonces, obediente, sabedor que todo ha terminado, desaparece para siempre.

Etiquetado , , , , , ,

Deja un comentario