Tristeza empática

41.TristezaEmpaticaSabemos que la tristeza está ahí para ayudarnos a salir del pozo, recluyéndonos en nosotros mismos hasta acaparar las fuerzas suficientes como para poder volver salir al exterior y ser capaces de enfrentarnos con la ausencia de aquello perdido. La tristeza generalmente cura. Sólo cuando pierde su sentido provoca todo lo contrario. Quizás por ello, muchos de nosotros, la buscamos cuando queremos recuperar la calma perdida. Las películas tristes, las canciones tristes, las fotografías o los libros que muestran la tristeza en todo su esplendor nos atraen como abejas a la miel. Todos tenemos un vínculo especial que nos une a la tristeza y solamente aquellos que la han vivido vestida de depresión no quieren ni oír hablar de ella. Porque la depresión en lugar de sacarte, te hunde cada vez más en el pozo, susurrándote a todas horas que ya jamás podrás ver de nuevo la luz. Borrando de la ecuación vital de la persona que la escucha toda posibilidad de esperanza.

Algo similar sucede con la tristeza cuando no es propia, es decir, cuando la pérdida le ha sucedido a otro al que amas y, por tanto, resulta imposible dejar de pensar en cómo se siente y en cómo nos sentiríamos nosotros de habernos pasado algo similar. El problema en estas situaciones es que recluirnos no sirve apenas de nada. El dolor ajeno no se puede salvar en uno mismo. Porque la pérdida no nos es propia, nos es ajena, y por tanto resulta complicado, casi imposible, recuperarnos de algo que no nos ha sucedido. Pero el dolor continúa presente. Retorciéndose en nuestro interior. Recordándonos con su escarbar lo acontecido pero sin provocar a cambio respuestas que nos ayuden a superarlo. Porque la tristeza empática duele diferente. Incluso me atrevería a decir que duele más al no pertenecernos. No lo sé. Pero, lo que sí que siento es, que el dolor que causa nos suele dejar más indefensos que aquel a quien verdaderamente le ha sucedido la desgracia. Malestar doblemente ingrato. Incapaces por un lado de consolar y por el otro de consolarnos. Todo ello mezclado, como no, con cierta culpa por la falta de recursos emocionales ante tal escenario, lo que todavía lo agrava más todo…

Existimos gracias al convencimiento de que poseemos un tiempo que nos pertenece. Y quizás sea cierto a primera vista, pero, si nos detenemos a mirar de verdad, entonces descubriremos que nada de lo que creemos propio lo es. En ningún momento manejamos las riendas de ese caballo desbocado llamado destino. Que aunque el final pueda estar escrito, los caminos hasta llegar a él no. Engaño que sirve solamente para salvarnos la vida. ¿Quién querría seguir existiendo a sabiendas de que no tiene futuro ni esperanza? Por eso es mejor seguir navegando a lomos de la mentira, en este caso siempre piadosa, y pensar, estar convencidos, que las olas que se agitan a nuestros pies jamás llegarán a mojarnos.

Sabemos que no siempre la vida es justa. Que no existe un orden de las cosas que nos ponga a cada uno de nosotros en el lugar que realmente merecemos. Que los merecimientos no están en consonancia con los actos de cada uno de nosotros. Que el pastel del sufrimiento y del bienestar jamás estará bien repartido. Y aun así nos engañamos en pensar lo contrario. Es nuestra forma de nadar y guardar la ropa. Nos consolamos en el olvido y en la esperanza. Que el tiempo haga su trabajo. Que la justicia divina haga el suyo. Y a fe que lo acaban haciendo, pero dejando tras ellos tanto sufrimiento, que preferimos no cuantificarlo para que no nos detenga. No nos queda más remedio.

Etiquetado , , , , , , ,

Deja un comentario