Decidiendo emociones

Pero, si no podemos controlar nuestras emociones, entonces, ¿qué es lo que podemos hacer? Fundamentalmente decidir el estado emocional en que queremos vivir. Eso sí que creo que podemos conseguirlo. No estoy diciendo que resulte sencillo, sino que es posible y que, como todo en la vida, si lo entrenamos, si practicamos, si nos escuchamos a nosotros mismos y a los demás, si perseveramos, estoy convencido que se puede lograr. Porque la mayoría de nosotros vivimos instalados en el “piloto automático”. Por comodidad, o quizás por simple rutina, hace tiempo que apretamos el botón y nos dejamos ir. Refunfuñando incluso cuando algo rompe nuestro estado de hipnosis.

Enfadados por tener que ocuparnos de aquello que pensábamos era de determinada manera y, por tanto, no necesario haber de prestarle atención. Ocupados como estamos de ganarle tiempo a tiempo, prisioneros de tamaño autoengaño, deambulamos por la vida sin prestarle atención. Sin poner conciencia en el presente y, en consecuencia, sin enterarnos en ningún momento de cómo nos sentimos. Hasta que de repente, un buen día, descubrimos que una emoción indeseada se ha instalado en nosotros arrebatándonos los mandos de la “nave”, decidiendo por nosotros, conduciéndonos por rutas no deseadas, profiriéndonos con ello un estado de decepción y disgusto que solamente se hace palpable cuando el globo nos explota en la cara y nos la llena de pegajosa pintura imposible de quitar.

Comentábamos en la entrada anterior sobre la imposibilidad de controlar nuestras emociones cuando estas se saltan nuestra corteza prefrontal y es la amígdala la que se encarga de la toma de decisiones. Hablábamos de la dificultad que comporta poder realizar un verdadero control de nuestro sistema emocional debido a la propia idiosincrasia de las emociones, las cuales, como un verdadero caballo salvaje, no están pensadas para ser adiestradas sino para correr libremente por los anchos prados cuando la situación así lo requiere. No creo realmente que el objetivo a la hora de entender nuestras emociones sea controlarlas, sino todo lo contrario, saber cómo éstas nos afectan a la hora de interactuar con nuestro entorno, como condicionan nuestros actos, pensamientos, vistiendo o desvistiendo la realidad según sea la emoción que acabe tomando las riendas.

Debemos aprender a escuchar no sólo nuestros pensamientos, sino también a nuestro cuerpo. Porque las emociones actúan en ambos ámbitos por igual. Vasos comunicantes que se influencia uno a otro condicionando tanto nuestros actos como nuestros sentimientos. Solamente sabiendo cómo nos sentimos podremos ser capaces de decidir, de elegir el estado emocional más idóneo en cuanto a bienestar. Porque esto no consiste en volver apretar nuevamente el botón y recuperar los mandos. Tampoco en buscar nuevos botones en forma de medicamentos que logren liberarnos de nuestro sufrimiento a cambio de la poca autonomía que nos queda. Gestionar nuestras emociones va de autoconocimiento, de observarnos a nosotros mismos y a nuestras reacciones. De buscar alternativas de respuesta que nos hagan más felices tanto a nosotros como aquellos que nos rodean. A encontrar nuevas “soluciones” que nos hagan más adaptativos sin perder en ningún momento la homeostasis. Esto va de pugnar por lograr mantener continuamente el equilibrio desde el filo del alambre, de no desistir ni abandonarnos a una suerte emocional que de fortuna no tiene nada. El problema reside posiblemente en lo inmenso del trabajo… pero, ¿tenemos en realidad algo mejor que hacer?

Etiquetado , , , ,

Deja un comentario