Emociones proyectadas

El otro día cayó en mis manos un artículo de filosofía de las emociones que hacía referencia a una teoría o pensamiento de Martin Heidegger que, por un lado, me medio descolocó, y por el otro, me volvió a recordar la importancia (en estos tiempos que corren todavía mucho más) de tener siempre presente aquello que dijo Sócrates de “sólo sé que no sé nada”. Y es que según las  diferentes teorías e investigaciones sobre la temática de las emociones que he ido leyendo, y confesando que al hacerlo había caído en la trampa de olvidarme de hacerlo con cierto punto de vista critico o de “desconfianza”, sin darme cuenta, había acabado por construir una realidad (ahora presiento que, seguramente, en parte equivocada) donde las emociones eran algo que tenía que ver casi exclusivamente con nuestro interior, con la manera como nuestro cuerpo informa a nuestro cerebro de la pérdida de homeostasis en relación con lo que le rodea, o lo que es lo mismo, que era lo de “fuera” lo que generaba nuestro estado emocional y éste a su vez la manera que finalmente tenemos de conducirnos o actuar.

No quiero decir con lo anterior que ya no piense igual, pero si que he de confesar que la teoría esbozada por Martin Heidegger me ha hecho reflexionar bastante. Para este autor, todos nosotros investimos el mundo que nos rodea a partir de nuestros pensamientos, aptitudes, hábitos, deseos y, por supuesto, nuestras emociones, lo cual viene a significar algo así como que vivimos en una especie de Matrix, en la que somos nosotros quienes damos significado al mundo y que, por tanto, este no posee existencia propia si no estamos ahí para dársela. Es decir, que somos nosotros al proyectar nuestras emociones en los demás (personas, objetos, etc.) los que determinamos su significado conformando así la realidad. Personalmente no me atrevo a decir si esto que argumenta Heidegger es así o no. Tampoco poseo ni los conocimientos ni la capacidad, pero sí que al leerlo me ha hecho pensar en que parte de razón si que puede que tenga. Piensa (como yo lo he hecho), por ejemplo, en esos momentos que, a pesar de haberlos vivido con amigos o allegados, han producido recuerdos muchas veces completamente diferentes. O en todas esas cosas, situaciones, personas, etc., que, por ejemplo, a cada uno de nosotros tanto nos gustan y que, en cambio, disgustan profundamente los demás (sin que estas personas tengan que ser muy diferentes a como somos nosotros). Porque, este, es un error en que habitualmente solemos caer: pensar que todo el mundo ve y siente las cosas como nosotros lo hacemos, creer que los demás son como nosotros.

La verdad es que me resulta más que interesante pensar en que con el poder de mis emociones soy capaz de dar sentido y significado al mundo, como cuando imagino una manzana y lo hago no pensando en una cualquiera, sino en aquella de la que disfruté en una determinada situación, lo cual, si nos paramos a pensarlo con detenimiento, lo que nos está diciendo es que en la mayoría de ocasiones “nuestro mundo” será mejor o peor en función del significado que le demos. Será nuestra “mirada proyectada” la que determinará los sentimientos y las emociones que sentiremos, la que nos llevará a percibir todo lo que nos rodea de una manera y no de otra y, en consecuencia, la que hará realidad o no determinadas esperanzas, determinados ideales. Se que lo anterior suena a “autoayuda barata”, y eso quizás acaba por confundirme, pero si dejamos de lado la parte conformista e idealizadora del asunto, veremos que con determinadas maneras de pensar logramos abrir puertas que, de lo contrario, generalmente permanecen por siempre cerradas.

Etiquetado , , , , , ,

Deja un comentario