Educación emocional

La educación emocional es esa educación que muy pocas veces recibes en la escuela y que sólo unos pocos afortunados la obtienen en el seno de su familia. Porque, a pesar de que en los últimos años las emociones estén en boca de todos, seguimos sin saber educarlas. Algunos que simulan saber, hablan de gestionarlas, incluso (inocentemente, quiero pensar) de controlarlas, pero pocos son los que poseen las herramientas mínimas para hacerlo. Sin embargo, todos, incluso aquel más incompetente emocionalmente, es capaz de percibir cuando alguien pierde el control de sus emociones. Estamos programados para huir cuando esto ocurre. Pero casi nadie es capaz de realizar el mismo proceso perceptivo cuando se trata de uno mismo. Sabemos que nos hemos descontrolado emocionalmente cuando ya es tarde.

Después de dos años de pandemia resulta urgente la necesidad de empezar a trabajar por dotarnos y dotar a los demás de un mínimo arsenal que nos permita, ya no gestionar nuestras emociones que sería maravilloso, si no mirar de anticiparnos a cuando éstas dejan de hacer su función informativa y se convierten en el problema más que en una posible solución. Siempre hemos sabido de nuestra ignorancia emocional, pero estos tiempos que nos han tocado vivir nos han hecho tomar conciencia de la necesidad que tenemos de conocer cómo las emociones nos afectan. Porque, el que más y el que menos conoce, ya sea en propia piel o ajena, casos en los que el malestar emocional ha llevado a buscar ayuda en la medicina tradicional sin encontrarla. Normal. Tampoco la mayoría de nuestros médicos, como también la pandemia se ha encargado de demostrar, posee verdaderas herramientas para ellos mismos, como para poder ofrecérselas a los demás. Nuestros médicos, para nuestra desgracia (la nuestra, pero también la de ellos) únicamente cuentan con su recetario. Tenemos problemas de ansiedad, recetan ansiolíticos. Tenemos problemas de depresión, antidepresivos. Sus únicas armas para luchar contra aquellas emociones que desgraciadamente se han vuelto disfuncionales son únicamente pastillas y pastillas. No tengo nada en contra de los medicamentos, pero si algo sabemos es que dichas pastillas no nos curan. En pocos casos logran dar la vuelta al calcetín y, por arte de “magia” (que es lo que realmente todos queremos que ocurra) revertir la situación y retornar al redil aquellas emociones díscolas que tanto malestar nos provocan. Todos sabeos en el fondo que los medicamentos, en su mayoría, no curan, únicamente enmascaran lo síntomas. Cierto que nos hacen sentir mejor, pero dicha mejoría, el remedio que ofrecen es temporal y, generalmente, tiene un precio excesivamente alto: la dependencia.

Predicamos a gritos aquello de “no le des peces, sino enséñale a pescar”, pero como casi siempre, al final, consejos vendo y para mí no tengo, y nos acogemos a la solución rápida (que no sencilla) de tomar una pastilla esperando que así todo se solucionará, olvidando al mismo tiempo que escondiendo los síntomas lo único que logramos es empeorar todavía más la situación. Todos lo sabemos (incluidos nuestros médicos), pero en una sociedad hedonista donde el tiempo siempre falta y todo debe ser para ahora, no existe oportunidad alguna que permita perder un segundo en trabajar nuestras emociones, en conocernos a nosotros mismos y nuestros estados de ánimo y sus conductas asociadas. Resulta más sencillo para todos atiborrarnos de medicamentos y desplazar el problema. Es nuestra mejor solución para todo lo que no funciona. De ahí quizás la razón de nuestros problemas, los cuales, en lugar de ir solucionándose poco a poco, lo que suceda es que cada día van empeorando cada vez más.

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