La importancia del relato

Tener conciencia, posiblemente, implica la obligación de estar continuamente explicándonos la realidad. Los seres humanos necesitamos construir nuestra realidad a partir de relatos. Somos protagonistas y guionistas de nuestra propia aventura vital. Como Juan Palomo, nosotros mismos nos lo guisamos y también nosotros nos lo comemos. La diferencia está en que no siempre somos capaces de sacarle partido a esta doble figura. Contrariamente a lo que podría parecer, no siempre logramos construirnos el mejor de los personajes ni somos capaces de situarnos en escenarios ventajosos, y es aquí reside nuestra pena, referida ésta a la tristeza de no saber aprovechar lo que a priori debería representar una ventaja clara, y a la vez a todo aquello que tiene que ver con las dificultades que elegir mal nos suele comportar.

Construimos nuestro relato vital, fundamentalmente, a partir de la dualidad miedo – esperanza. Estoy convencido que todo parte de aquí. Si realizásemos una analogía con una escala Likert, el resto de emociones se situarían a lo largo de los distintos puntos intermedios que separan miedo y esperanza. O esa sensación tengo. Cuanto más cercana está la aguja a donde descansa la esperanza, mayor bienestar y satisfacción sentimos. En cambio, en dirección contraria únicamente conseguimos que se incremente el grado de sufrimiento. El motivo por que una gran mayoría de nosotros tendemos a situarnos en el lado del miedo no lo tengo tan claro. Probablemente se deba al tipo de experiencias que hayamos vivido o a la manera en como hemos sido educados, o a una mezcla de ambos junto con otras opciones que seguramente se me escapan. No lo sé. Lo cierto es que la mayoría tendemos a construir nuestros relatos en función del miedo. Nos ponemos la venda antes de la herida y, en consecuencia, sufrimos innecesariamente. Estúpida e innecesariamente. Muchos denominamos a este proceder “necesidad de control”. Pero lo cierto es que tiene más de masoquismo. ¿Cuántas veces en lugar de gozar del momento nos la pasamos intentando planificar un futuro aún por construir?, impidiéndonos así poder vivir el momento. Convirtiendo una y otra vez, absurdamente, una ventaja evolutiva en patología.

Todos, estoy convencido, sabemos que el miedo únicamente conduce a relatos donde la ansiedad, la ira y la culpa configuran al protagonista. Unas veces tomando los mandos emocionales al completo, otras repartiéndose, como “buenas socias” su perniciosa presencia. En cambio, la esperanza suele comportar alegría y satisfacción. Nadie que goce de la presencia de la esperanza en su relato vital puede estar triste ni sentir miedo. Porque la esperanza es como ese sol de invierno que irrumpe apartando los feos nubarrones que emborronan el cielo para calentar y dar confort con su presencia. Y, sin embargo, acabamos decantándonos por el miedo en lugar de hacerlo por la esperanza. Preferimos sufrir innecesariamente a darnos la oportunidad de que el amor y la bondad (emociones que prefieren aparecer en escenarios donde la esperanza tiene la primacía) se impongan, definiendo así un relato mucho más confortable y lleno de oportunidades y no de amenazas. Porque con el miedo todo acaba convergiendo en la necesidad de defenderse, mientras que con la esperanza la ilusión tiende a difuminar cualquier atisbo de duda o malestar. No queda otra por tanto que empezar a escribir nuestro relato desde la esperanza. De dejar de lado todos esos posibles miedos innecesarios y autoimpuestos que en lugar de control, generan lo contrario. Es hora de empezar a reescribir.

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