Indefensión

El gran problema de la indefensión aprendida no es está en sí misma, sino en que nadie quiere hablar sobre ella. Es como si interesase el silencio, como si hacer público lo que ocurre atemorizase a aquellos que nos la ejercen y avergonzase a los que la sufrimos, siendo quizás ésta la razón de que cada día seamos más los que caemos bajo su terrible yugo.

La indefensión aprendida es ese sentimiento, ese estado psicológico e incluso del alma, que aparece siempre que sentimos que somos incapaces de controlar lo que nos acontece. Hasta aquí, si no escarbamos un poco más profundo, podríamos creer de qué estamos hablando sobre la frustración. Sentimiento que aparece cuando intentamos hacer algo y no nos sale. Sin embargo, la indefensión va más allá del sentimiento de frustración, el cual, generalmente, es concreto, referido, a un determinado aspecto. En cambio, la indefensión acaba abarcándolo todo. Cualquier cosa, desde la más nimia y sencilla, a aquella que sabemos resulta imposible lograr. La indefensión consigue lo que pocos sentimientos logran: que nos autoconvenzamos de que no seremos capaces, ni ahora ni nunca, de que no existe nada en el mundo que podamos hacer para cambiar lo que está ocurriendo y que, en consecuencia, lo mejor que podemos hacer es bajar la cabeza y dejar que siga sucediéndonos sin intentar cambiarlo.

La indefensión aprendida es la “kryptonita” de la autoestima. No solamente la elimina, sino que además aniquila cualquier posibilidad de poderla recuperar, sumiéndonos en un relato de negrura contado por nosotros mismos y sobre el cual acabamos convencidos que es la mejor solución que nos puede acontecer. La indefensión finiquita la voluntad. No importa la recompensa, no importa la intensidad del castigo que sufrimos, cuando nos atrapa, sólo queda aceptar el sufrimiento y recibirlo con los brazos abiertos. Porque su poder reside en que una vez “degustada”, su sabor perdura impregnando a posteriores situaciones sean o no incontrolables. Con independencia de que tengamos las herramientas para el cambio, incluso que hayamos sido capaces de lograrlo, algo en nuestro interior nos convence de que no hemos sido nosotros sino el azar, la diosa fortuna que por fin nos ha sonreído, quien ha lo ha hecho posible. Porque cuando aprendemos a que algo, una determinada situación es independiente de la calidad de nuestra respuesta o acción, poco importa lo que en realidad podamos hacer, todo está perdido y dejamos de intentarlo.

Son nuestras experiencias, la manera como tenemos de afrontarlas y superarlas o no, lo que construye nuestra autoestima, las que nos dotan de voluntad para plantarle cara a los distintos infortunios o dificultades con las que nos podamos encontrar. Si en vez de experimentar, si nos dejamos vencer por el desaliento que un fracaso comporta, si no aceptamos que los errores son aprendizaje y que siempre existe y existirá una segunda oportunidad, entonces poco queda por hacer más que bajar los brazos y acurrucarnos a la espera de que nos llegue el final. Cierto que aquello de que “lo importante es participar” parece no tener sentido en los tiempos que corren, pero de aquí a aceptar cualquiera situación como una derrota existe un largo tramo. De ahí que debamos luchar y luchar y no aceptar que las cosas son como parecen, si no esforzarnos por que acaben siendo lo más parecidas posible a todas aquellas que configuran nuestros sueños.

Martin E. P. Seligman. Indefensión. (En la Depresión, el Desarrollo y la Muerte). Editorial Debate

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