Inseguridad

Vivimos tiempos de inseguridad, momentos que incluso los más fuertes o los más ignorantes no son capaces de ignorar. Tiempos donde la confianza escasea, en los que las certezas son pocas y, de haberlas, se refieren mayoritariamente a potenciales peligros. Tiempos caracterizados por la falta de estabilidad y en los que la tranquilidad se ha convertido en una quimera, una esperanza, casi imposible. Dicen los más optimistas que no debemos hablar de crisis sino de oportunidades. Es posible que tengan razón, pero lo que también es cierto, es que cuando nos sentimos inseguros la posibilidad de que dicho sentimiento acabe convirtiéndose en vulnerabilidad tan enorme como su optimismo. Y ya se sabe, la vulnerabilidad es la antesala del miedo. Miedo no solamente al entorno, también, y quizás esto sea lo peor, hacia las propias capacidades para poder afrontar las posibles amenazas que se pergeñan en el horizonte. El miedo al fracaso es siempre peor que el miedo al peligro.

Además de miedo, el sentimiento de inseguridad puede generar toda una variedad de emociones tan aparentemente dispares como la ansiedad, la tristeza, la vergüenza o el resentimiento y la envidia, por nombrar solamente unas cuantas. Sabemos que la ansiedad es un miedo imaginado, no real. De ahí que no nos extrañe como posible consecuencia del sentimiento de inseguridad. Sin embargo, que también pueda darse la tristeza se debe a la pérdida de autoestima que se da cuando nos pensamos que no somos capaces de defendernos a nosotros mismos o a aquellos que amamos y al sentimiento de frustración que suele acompañarla. Porque si el miedo puede llegar a incapacitarnos momentáneamente, la tristeza, además, es capaz de hacerlo durante un largo periodo de tiempo. Sentirse vulnerable e incapaz puede llevarnos hacia el sentimiento de indefensión, lo cual logra que un bloqueo pasajero pase a ser un sueño comparado con sabernos completamente incapaces por siempre.

El resentimiento y la envidia acontecen cuando las personas inseguras se comparan con aquellos otros que perciben como más seguros o exitosos que ellas. Es lo que comporta compararse desde la ausencia de autoestima: únicamente sirve para hacernos todavía más daño y no como herramienta de motivación que nos lleve a intentar emular los logros de aquellas. Todo lo cual suele acabar desembocando en aislamiento, el cual, indefectiblemente, acaba agravando todavía más si cabe la situación. Porque vivimos en una sociedad en la que, por el afán de unos en dividirnos, en lugar de promover la importancia de saber pedir ayuda, se tiende a todo lo contrario: a esconder la debilidad. No vaya a ser que alguien pueda aprovecharse de ello. Olvidando así que, en situación de dificultad, de penuria, poco importa la suma de males que puedan venir, por lo que más vale mirar las cosas desde la luz que ofrece la posibilidad de que alguien nos ayude y no desde la oscuridad de que algún aprovechado logre llevarse lo poco o nada que todavía tenemos.

Saber pedir ayuda en tiempos de incertidumbre por mucho que nos cueste creerlo, no socava nuestro orgullo sino todo lo contrario: es señal de pertenencia, de que no estamos solos, de que por mucho que nos intentemos (e intenten) convencernos de lo contrario somos amados, o lo que es lo mismo: que IMPORTAMOS. Porque el miedo y la inseguridad en compañía siempre se lleva mucho mejor que en soledad. Entre otras razones porque las opciones de afrontarlo, estoy convencido, son mucho mayores.

Etiquetado , , , , , ,

Deja un comentario