Los seres humanos, como bien sabemos por experiencia, ni somos los únicos animales sociales en el planeta, ni tampoco los que mejor logramos organizarnos. Todos conocemos los casos de las hormigas o las abejas, cuya organización social es mucho más efectiva (que no afectiva) que la que mantenemos nosotros. Probablemente, la principal diferencia esté en que tanto unas como otras no piensan. Simplemente actúan. Tienen un objetivo, una necesidad concreta y trabajan en común para satisfacerla. De hecho podríamos decir que tanto a ellas como a nosotros nos mueven impulsos (no sé si a atreverme todavía a definirlos como sentimientos, aunque estoy seguro que a lo largo de esta entrada acabaré haciéndolo) en pos por lograr un equilibrio, una homeostasis. Sigue leyendo