Posiblemente, uno de los “misterios” que todavía queda por resolver sobre las emociones, es cómo somos capaces de, a partir de la ingente cantidad de estímulos informativos que nos envuelven y la poca capacidad de procesamiento que tenemos, seleccionar aquellos que nos permiten poder llevar a cabo una determinada conducta con un determinado fin y hacerlo satisfactoriamente. Considerando que todos nosotros vivimos “enmarcados”, es decir inmersos en nuestras propias creencias, las cuales, inexorablemente, condicionan la manera cómo tenemos de ver el mundo que nos rodea, resulta sorprendente que seamos capaces ya no de actuar en comunidad, sino, sobre todo de poder empatizar con los demás.