En los últimos 25 años las emociones han pasado de representar cierta residualidad o menosprecio (tanto a nivel social como científico), a estar en boca de todos y acabar convirtiéndose en una herramienta indispensable para triunfar en sociedad y profesionalmente. Si bien es cierto que las convenciones sociales siempre nos obligaron a “mostrar nuestra mejor cara”, y solamente aquellas personas poderosas económicamente o con una posición social superior, podían permitirse el lujo de dejarse ir emocionalmente y expresarse sin filtro con los demás al no sentirlos a estos como iguales, sino como inferiores. Entre tanto, el resto de “mortales” se veía obligado a guardarse sus emociones y, únicamente en situaciones extremas, lograba no ser castigado socialmente en caso de no hacerlo. Sigue leyendo