Todas las épocas parecen sencillas de gestionar cuando las miras desde la siguiente. Sin embargo, los problemas que tenemos de pequeños son igual de inmensos que los que tenemos de mayores. La diferencia reside en la presencia de nuestros padres (los cuales se encargan de contagiarte de sus miedos y, al mismo tiempo, hacerte saber que están ahí por si los necesitas). Porque todo tiene solución si están a nuestro lado. Tener a donde acudir cuando lo necesitamos. Desgraciadamente, esto es lo primero que cambia cuando nos hacemos mayores. El primer paso es pasar de necesitarlos a huir de ellos cuando somos adolescentes. Necesitamos demostrar y demostrarnos que somos capaces. Aunque acabemos estrellados, necesitamos saber que el aprendizaje siempre tiene un coste… Más adelante, afortunadamente, las cosas cambian. Recuperamos a nuestros padres, aunque, en general, acudimos menos en busca de su ayuda. Basta con saber que están. Y poco a poco nos damos cuenta de que empezamos a tener problemas que solamente los podemos solucionar por nosotros mismos (y en ocasiones, ni tan siquiera así). Es entonces cuando empezamos a sentir nostalgia de la infancia pasada, cuando la vida en aquellos días te empieza a parecer sencilla. Teníamos a mamá y a papá atentos a sacarnos del problema. Si enfermabas, ellos estaban allí, si tenías cualquier otro problema, ellos estaban allí. Que fácil era entonces todo, ¿verdad?