De unos años a esta parte se ha cambiado en foco en cuanto a la importancia en como los seres humanos percibimos. Recuerdo que cuando era crio, en la escuela, mis maestros me enseñaban que nos relacionábamos con el exterior mediante cinco sentidos: la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto, y sus órganos correspondientes, los ojos, las orejas, la nariz, la lengua y la cavidad bucal y nuestro cuerpo, con especial relevancia a las manos. Después vinieron el resto de sentidos (algunos entendidos hablan de que son 27), pero todos ellos, a fe de ser rigurosos, siempre, en un segundo plano, incluido el sentido de la propiocepción. Actualmente, el énfasis se pone, indiscutiblemente, en el cerebro. Es nuestro cerebro el que percibe, el que ve, el que oye, huele, saborea y toca. No son, en consecuencia, nuestros ojos los que ven, sino nuestro cerebro quien, no solamente centra la atención en determinados estímulos y no en otros, sino que, además, decide que es lo que se tiene que ver y como debe interpretarse, por poner un ejemplo en, quizás, el sentido al que solemos dar mayor valor.