The Moral Psychology of Anger

Tendemos a considerar que las siguientes emociones son, sino la misma, tan próximas, que se suelen confundir o nos cuesta bastante diferenciarlas. Sin embargo, la rabia, el ultraje, el odio, la furia, la indignación, la irritación, la frustración, el resentimiento, la irritabilidad, la impaciencia, la envidia, los celos y la venganza poseen características propias que las hacen diferentes, teniendo únicamente en común que todas parten de la emoción de la ira. Quizás, la razón de esta confusión resida en que actualmente el concepto ira no posee el mismo significado que tenía para nuestros antepasados. Hoy día le aplicamos la etiqueta” ira a cualquier mínima frustración que nos altera emocionalmente y que nos saca de esa especie de homeostasis en la que generalmente creemos estar anclados.

En cambio, antiguamente la ira era una reacción que se producía ante un suceso lo verdaderamente importante como para requerir ese aporte energético extra que la ira nos produce. Hoy día la ira suele estar asociada a procesos de estrés, a déficits de herramientas y recursos sociales, a determinadas pérdidas en cuanto a ciertas expectativas menores, las cuales, comparadas con las situaciones límite en cuanto a la supervivencia que dieron forma a la emoción de la ira cientos de miles de años atrás, parecen apenas un chiste.

Hoy en día la ira ha dejado de ser una emoción relacionada específicamente con la supervivencia de la persona, para hacerlo con cualquier aspecto relativo al yo (entendido este como imagen social o estatus). Entramos en ira cuando los demás (o incluso los objetos, animales y circunstancias que nos rodean) no se acomodan a nuestros deseos. Si algo se contrapone con aquello que consideramos merecer, entonces aparece la ira convirtiendo en general a esta emoción en una respuesta disfuncional que en ningún caso busca una mejor adaptación al entorno. De aquí la confusión con emociones como la envidia, los celos, e incluso el miedo (ese que muchos tenemos de perder la posición que tanto pugnamos por lograr y que nos engañamos en creer poseer), haciendo de la ira una emoción socialmente mal vista y, en consecuencia, que continuamente intenta ser reprimida o censurada. A la sociedad en la que vivimos no le gusta que reaccionemos con ira. Prefiere la tristeza. Aparentemente hace menos ruido y es menos peligrosa para el entorno. Ira que se vuelca hacia el interior y que al no entrar salida alguna acaba por presionarnos hasta que termina provocando una “explosión”. Y tras ella siempre los problemas de tipo social y personal. Culpa, vergüenza, orgullo mal entendido. Dolor y sufrimiento despedidos sin medida ni control que se expanden a nuestro alrededor arrasando con todo. Convirtiendo a personas aparentemente normales en seres desquiciados, imposibles de gobernar, de hacer entrar en razón. Frustraciones que se enquistan y que únicamente producen más y más frustración, más y más ira convertida en hostilidad. Y cuando la hostilidad toma los mandos… entonces, poco queda por hacer. Entonces ni la culpa, ni el miedo al reproche propio y ajeno puede ejercer control alguno. Pero entonces no se trata de ira. Aquí reside el inmenso y estúpido erro. Porque la ira bien utilizada, bien canalizada y entendida, es una emoción fundamental. Sin ella no habría orgullo. Y sin orgullo no existe posibilidad de un yo fuerte y estable. Por eso debemos defender nuestro derecho a la ira, y para ello, no queda otra que saber diferenciarla de todo aquello que la empaña y deforma.

Cherry, Myisha &Flanagan, Owen. The Moral Psychology of Anger (Moral Psychology of the Emotions). Rowman & Littlefield International. 2018.

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