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El sentido interoceptivo

El objetivo del sentido interoceptivo es el de informarnos en cada momento de cómo se siente nuestro cuerpo, es decir, nos pone al tanto del grado de bienestar o de malestar que tenemos de cara a poder cambiar, por ejemplo, una determinada postura o dejar de hacer una acción, y prevenir así posibles daños físicos. De todas maneras, el sentido interoceptivo no funciona igual durante toda nuestra vida. Cuando somos jóvenes, y todo va como debe, su papel es relativamente residual. Apenas tiene que trabajar. Todo está tan “lubricado” que incluso manteniendo posturas raras y realizando conductas que maltratan a nuestro cuerpo, la cosa va tan bien que llegamos a creernos que somos como uno de esos superhéroes de la Marvel. No importa desde dónde se caen y los golpes que reciben. Simplemente se levantan y a por más.

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Cantar y cantar

Una investigación de Teppo Särkämö profesor de la Universidad de Helsinki ha demostrado aquello que, si tienes una edad o te gusta el cine español de los años 50 del siglo pasado (donde las personas que padecían de tartamudez lograban expresarse con cierta normalidad si en vez de hablar, cantaban), ya se sabía, es decir: cantar mejora el procesamiento del habla. En concreto que cantar mejora las funciones cerebrales en casos de afasia producidos por los distintos trastornos relacionados con el envejecimiento.

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Las Enseñanzas de Don Juan

Tendemos a creer que esa metáfora tan manida de la vida en forma de camino representa fielmente lo que ésta es en realidad. Cometemos el error de confundir el “viaje”, la existencia, con los diferentes caminos que ésta conlleva, al igual que lo hacemos al comparar el rio con sus afluentes. Existir es caminar. Pero caminar es, simplemente, transitar caminos, mientras que, sin embargo, la existencia es el conjunto de caminos que conforman una identidad. Lo cual, si nos paramos a pensar un poco, lo que viene a decirnos es que aquí lo importante no es tanto el camino, como la manera que tengamos de transitar sobre él. 

Nacemos con una infinidad de caminos a nuestra disposición y, lo que es todavía mejor, sin miedos para transitarlos. Los miedos, al igual que sucede con el resto de “enemigos del hombre” que Don Juan le explicaba a Castaneda, nos los vamos encontrando mientras caminamos. El miedo es esa primera piedra con la que tropezamos y, a partir de la cual, o bien tomamos miedo al resto de piedras que pueblan los caminos de nuestra existencia, o bien la dejamos atrás después de haberle propinado un buen puntapié (aunque eso, en ocasiones, nos pueda doler).

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