Cantar y cantar

Una investigación de Teppo Särkämö profesor de la Universidad de Helsinki ha demostrado aquello que, si tienes una edad o te gusta el cine español de los años 50 del siglo pasado (donde las personas que padecían de tartamudez lograban expresarse con cierta normalidad si en vez de hablar, cantaban), ya se sabía, es decir: cantar mejora el procesamiento del habla. En concreto que cantar mejora las funciones cerebrales en casos de afasia producidos por los distintos trastornos relacionados con el envejecimiento.

El profesor Särkämö y su equipo han denominado “terapia de entonación melódica” a esto mismo, a utilizar el canto para expresarse en lugar de hacerlo mediante el habla, aunque su objetivo final es conseguir, con el tiempo, que las personas acaben pudiéndose expresar con normalidad sin tener que echar mano del canto. A todo esto debemos añadir, según explica el profesor, que “cuando cantas, se activan los sistemas frontal y parietal del cerebro, encargados de regular el comportamiento, y se utilizan más recursos motores y cognitivos asociados al control verbal y las funciones ejecutivas”, lo cual unido al componente social que se produce al participar en un coro, parece ser que ayudaría a retrasar la aparición de la demencia.

Resulta curioso como una amplia mayoría del “saber popular”, con el tiempo y según van mejorando las técnicas de investigación, acaba siendo demostrado. Y digo curioso, por que no encuentro la manera adecuada de expresarme. Lo cierto es que nuestros antiguos, quienes probablemente tenían la capacidad para observar con mucho más detenimiento y atención lo que acontecía a su alrededor al no estar sometidos a la sobrexposición de estímulos que sufrimos en la actualidad, sabían como formular determinadas “teorías” en forma de refranes y frases hechas, algunas de las cuales todavía utilizamos. Yo por mi parte hay algo que hace mucho que sé, quizás porque se lo escuché cantar al Último de la Fila, que cantar el mal espanta o al maestro Peret, hace ya 50 años; “Alegría, si queréis tener, Cantar, alegría de vivir, Para disfrutar, cantar, Canta y sé feliz”.

Todos conocemos a personas que se pasan la vida cantando. Personas que, en muchos casos, en realidad tienen más problemas (o estos son de carácter más grave) que los de tantos otros, como yo, que nos pasamos la vida quejándonos, pero que consiguen superarlos o, al menos, impedir que les afecten y anulen, cantando. Yo conozco un caso concreto que ejemplifica lo que explico: el padre de un amigo, toda la vida contento, siempre de buen humor, con todos los achaques del mundo (incluido un cáncer de próstata con metástasis), pero siempre alegre, tanto que cuando te enteras de su “verdadera realidad” es cuando te das cuenta de lo importante que es tomarse las cosas desde el punto de vista “medio lleno” a hacerlo desde el “medio vacío”.

A mí me cuesta cantar. Lo hago en soledad debido a la vergüenza que me da saber que no soy capaz de afinar una sola nota. Pero una cosa sí que tengo clara: cuando determinadas emociones me embargan haciéndome sentir mal, el mejor remedio que conozco para espantarlas es ponerme uno de esos discos que sé positivamente acabarán haciéndome cantar. Entre cuarenta o cincuenta minutos después, la situación sigue siendo la misma, pero mi estado de ánimo generalmente no. Muy grande tiene que ser mi pesar para que después de cantar durante ese tiempo la tristeza, la ira o el miedo continúen amargándome.

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